miércoles, marzo 03, 2010

Imbecilidad

Cuando se le preguntaba por su iluminación, el Maestro siempre se mostraba reservado, aunque los discípulos intentaban por todos los medios hacerlo hablar.

Todo lo que sabían al respecto era lo que, en cierta ocasión, le dijo el Maestro a su hijo más joven cuando éste le preguntó cómo se había sentido. La respuesta fue: "Como un imbécil".

Cuando el muchacho quiso saber por qué, el Maestro le respondió: "Bueno, verás..., fue algo así como hacer grandes esfuerzos por entrar en una casa escalando un muro y rompiendo una ventana... y darse cuenta después de que estaba abierta la puerta".

Reflexión:

En la búsqueda por nuestros sueños, hacemos todo cuánto se encuentra a nuestro alcance para lograr cumplirlos acorde a nuestras mejores expectativas; y generalmente nos basamos enteramente en los aspectos materiales como prioridad; debido a que transitamos en un mundo donde se nos ha enseñado a sobrevivir mediante ciertos lineamientos morales de comportamiento, a someternos a un sistema social enfocado en la productividad y el consumismo, a la búsqueda de satisfactores que alimenten nuestras necesidades esenciales de supervivencia. Este panorama nos incrusta en una realidad de crudeza insospechada, siendo que desde que amanece nuestra mente está enfocada en llevar a cabo nuestros propósitos entregándonos a la rutina de nuestras labores cotidianas, con un fin muy claro en la mente: Sobrevivir, prepararse, sobresalir y realizarnos.

Y sin darnos cuenta de esta forma nuestro tiempo vital presente se extingue en un suspiro, entre los intermedios de la preparación del día, el cumplir con la jornada escolar, laboral o social, cuando caemos en la cuenta, ya ha caído el ocaso del día ante nuestro ojos, y sólo nos resta una ligera charla, discusión, acuerdo, planeación, o una breve meditación para entregarnos de nuevo a un reparador sueño o a un insoportable insomnio. Día tras día actuamos mecánicamente como entes programados que se adaptan a una sociedad que determina su modus vivendi. Y así entre ensoñaciones y vigilias, entre consciencia real e inconsciencia, entre disputas y acuerdos, entre ideales y pesimismos, entre optimismo y angustias, entre afabilidad y neurosis, entre actividad y pasividad, entre amores y odios, entre soledad y compañía, entre optimismo y temor, entre tranquilidad e injusticia, entre paz y violencia, entre visiones e incertidumbre, entre el pasado y el futuro; en esa dualidad que nos rige por naturaleza, nuestra existencia se consume a marchas inexorables, hasta que finaliza esa lucha ambivalente con la extinción de nuestro ciclo vital.

Y acaso eso es todo?, eso es la vida solamente?, el simplemente nacer, crecer, reproducirnos y morir?, sólo es que nuestra finalidad en la vida es sólo subsistir en un medio donde el ser humano compite con su igual para sobresalir?, acaso sólo la vida se basa en prepararse y superarse?, y eso es acaso la felicidad o el estado de iluminación que busca eternamente el ser humano?, o la vida es el despojarse de todo bien material para alcanzar el más alto grado de espiritualidad?, acaso eso no es una forma de sufrimiento, el exentarnos de lo material que representa en muchas de las ocasiones tranquilidad, estabilidad y seguridad emocional?, porque parecemos como pelotas rebotando de una pared a otra entre lo material y lo espiritual, sin hallar el verdadero equilibrio interior?, como lograr el equilibrio ideal que nos defina una real certidumbre hacia el sendero que debemos transitar para alcanzar nuestro estado de iluminación? Será que se experimenta ese estado, cuando nuestra vida se ha aclarado, cuando nuestro sendero mental es cristalino y coherente, cuando en nuestro corazón alberga la certidumbre del porvenir que nos espera, cuando ya no inquieta lo venidero, cuando hay paz y alegría, cuando nos sentimos a gusto con nuestro Ser tanto interior como exterior, cuando estamos plenamente convencidos que nuestro potencial y facultades poseen lo necesario para enfrentar todo cuánto la vida interponga en nuestro camino y que nos sentimos sabedores que triunfaremos aún en las circunstancias más adversas, y sobre todo cuando entendemos plenamente el concepto del amor en todas sus manifestaciones, es decir se experimenta la integración con nuestro Dios personal, exento de religiones, credos e ideologías.

Esa búsqueda debe iniciar desde nuestro fuero interior, desde nuestra exposición hacia la vida, al exterior, somos como un pequeño núcleo de energía que espera estallar para manifestar toda su grandeza al exterior; somos materia comprimida que es y no es, que crea y destruye, que genera caos y orden, una energía latente que requiere el experimentarse para comprender su potencial de desarrollo, una diminuta caja de pandora en espera de ser abierta y desahogar toda su fuente de conocimiento para comprenderse a sí misma como una infinitesimal partícula, que es parte de un inconmesurable Todo que rige nuestro universo. Somos una insignificante en el interior, pero potencialmente infinita chispa de aquello que llamamos Dios o el estado de iluminación, cuando lo expresamos al exterior. El estado de iluminación está presente en todo cuánto rodea nuestro entorno vital, sólo que a veces somos ajenos, indiferentes e inconscientes de ello, porque estamos tan sumergidos en nuestras depresiones, sinsabores, ambiciones, neurosis, prejuicios, inseguridades, debilidades, temores, y un infinito etc. Que somos inconscientes en la conciencia, anhelamos poder, posesión, placer y reconocimiento;y sin embargo siempre estaremos insatisfechos con la vida, porque, o carecemos de algo o excedemos de algo; una y otra vez experimentamos la dualidad, de un lado a otro con un movimiento constante de vibración, sin lograr la estabilidad total. No es posible seguir rebotando del pasado al futuro y viceversa; porque eso nos genera inestabilidad e incertidumbre.

En algún momento debemos despertar a la conciencia real y comprender que la certidumbre se alcanza experimentado única y exclusivamente el presente, construyendo escalón a escalón la escalera que nos lleve hacia la cima de nuestras expectativas, de no obsesionarnos por la muerte que en cualquier momento llegará y de no temerle a la vida que en cualquier momento se extinguirá. Que más hay por esperar, cuando nuestro potencial está disponible en el momento en que nos decidamos a expresarlo al exterior y así experimentar la magnificencia que la vida nos entrega en abundancia, sólo es vivir y ya!, sólo es atreverse a ser lo que deseamos ser y que la vida nos manifieste su sabiduría para alcanzar el estado de iluminación, que es experimentar nuestra libertad para elegir el tipo de vida que anhelamos alcanzar, en un mundo donde la libertad es una utopía, pero que para nuestra mente es una realidad!

Admitir

Un anciano que tenía un grave problema de miopía se consideraba un experto en evaluación de arte.

Un día visitó un museo con algunos amigos. Se le olvidaron las gafas en su casa y no podía ver los cuadros con claridad, pero eso no le frenó en manifestar sus fuertes opiniones.

Tan pronto entraron a la galería, comenzó a criticar las diferentes pinturas. Al detenerse ante lo que pensaba era un retrato de cuerpo entero, empezó a criticarlo.

Con aire de superioridad dijo: "El marco es completamente inadecuado para el cuadro.

El hombre esta vestido en una forma muy ordinaria y andrajosa. En realidad, el artista cometió un error imperdonable al seleccionar un sujeto tan vulgar y sucio para su retrato. Es una falta de respeto".

El anciano siguió su parloteo sin parar hasta que su esposa logró llegar hasta él entre la multitud y lo apartó discretamente para decirle en voz baja: "Querido, estás mirando un espejo".

Reflexión:

Cuando nos ensimismados en las apariencias, en las críticas, las envidias, el egoísmo, pero sobre todo en el egocentrismo tenemos la idea errónea que el mundo gira a nuestro alrededor, es decir, creemos que lo que el mundo percibe de nosotros o en su defecto lo que nosotros aparentamos percibir del mundo, es lo vital para conducirnos por la vida; y perdemos de vista que la vida se enfoca principalmente en el crecimiento de nuestros aspectos internos, echando recurso de los aspectos materiales para nuestra supervivencia y confort; este ritmo es cambiante a todo momento, nada se detiene o hace una pausa, todo es vivencia en movimiento; y por lo tanto es una de las primicias el adaptarnos al ritmo de la vida, aprehendiendo y evolucionando constantemente a fin de no estancarnos y caer en la conformidad, el pesimismo o la mediocridad..
Esta base es una de las infinitas opciones que se encuentran a nuestra disposición para lograr nuestros más nobles propósitos. Por desgracia en nuestro medio siempre estará latente la tentación de la falacia, la codicia y el prejuzgamiento, y de éste último echamos recurso para conducirnos en un medio que en ocasiones se torna agresivo y dominante hacia nuestra individualidad, lo cuál nos reprime, en lo referente a mostrarnos tal cuál como somos en la intimidad de nuestra soledad, que por cuestiones vivenciales pasadas, hemos alimentado inconscientemente un sentimiento de inseguridad e indiferencia hacia nuestro entorno mental y emocional. Este dolor interno el cuál es disfrazado por infinidad de máscaras que exponemos según las circunstancias o el medio en que nos desenvolvemos, nos desarrolla una personalidad fría, calculadora, indiferente, a la defensiva, agresiva y prejuiciosa.

Hecho que reflejamos en el espejo de nuestra vida, y ante el mínimo estímulo que consideremos como superior a nosotros, o que carecemos de ello, nos enfrasca en una lucha interna de envidia y remordimiento, criticando y prejuzgando aquello que desencadeno una fibra personal no superada en el pasado; atacando aquello que por ignorancia desconocemos su real y auténtico valor; demostrando con ello una actitud ofensiva y destructiva ante aquello que sólo refleja lo que en realidad percibimos carecer de ello, en relación a lo estético, al nivel social, al poder, a la popularidad, el reconocimiento, las posesiones materiales y sobre todo la espontaneidad. Y en la mayoría de las ocasiones no nos damos cuenta que aquello a lo que nos sentimos amenazados y que atacamos; resulta en nuestra constante autocrítica, en una constante inconformidad hacia nuestra propia vida, lo que se refleja en insatisfacción permanente y vacío interior, plagados de culpas y remordimientos.

Y cuando sentimos que carecemos del valor esencial de la autoestima y aceptación de nuestro ser interior, de que la vida es lo que hemos construido de ella hasta el momento, de que no existen ni personajes, ni circunstancias ajenas que desencadenaron nuestra actual realidad, ni un dios en particular que nos haya olvidado en su gracia. Sólo existimos nosotros como entes únicos e individuales que con o sin suerte, somos dueños absolutos de nuestro destino, el cuál se forja con nuestras acciones diarias, con o sin conciencia de por medio, pero al fin el medio es el que nos gobernó y formo a su imagen y semejanza; cuando nosotros estamos en el pleno derecho de formar y construir nuestra vida sin importar el medio, porque somos a imagen y semejanza de aquel ser supremos que nos creó; y por lo tanto no es necesario echar recursos de nuestros títulos, reconocimientos, posesiones materiales y estatus social; para saciar nuestra vida, porque cuando actuamos basados en el precepto material, sólo estamos evidenciando el vacío, la soledad y la pobre autoestima en que estamos sumergidos; es cuando anhelamos ser reconocidos, ser aceptados, ser vitoreados, ser aclamados, ser admirados, ser envidiados y llamar la atención, es el síndrome del sentido de pertenencia, ante la carencia de individualidad y amor propio.

Y por lo tanto tardamos en reconocer y admitir nuestras propias carencias y faltas, que parecen muy grandes cuando las vemos en los demás, y tan imperceptibles cuando las vemos en nosotros mismos; cuando sólo estamos describiendo el espejo de nuestra vida, en la total ceguera de la autoaceptación y autoconocimiento. Cuando en realidad no es necesario aferrarnos a aquello que nos hace aún más infelices. Si la vida es lo que construimos de ella, si nuestro presente es producto de nuestras acciones pasadas, si las consecuencias son reflejo de nuestras acciones; esto trae como resultado que nuestro destino es producto de nuestro presente actual, de este preciso momento, es decir que poseemos el control de darle un giro a nuestra vida, de salir del estancamiento de la pobreza interior, de reintegrarnos al ritmo y evolución constante de la vida, de despertar de nuestro aletargamiento, de hacer a un lado la cronología biológica y entregarnos a la cronología mental, de hacer a un lado nuestra soberbia y egoísmo y aceptar que necesitamos ayudarnos a dar ese paso que nos invade de temor e incertidumbre; de que nunca será tarde para comenzar a aceptarnos y amarnos, y comenzar a valorar que la única opinión o crítica que realmente vale es la nuestra y no la ajena, porque la ajena carece del conocimiento absoluto que de nuestro Ser sólo poseemos nosotros mismos. Y sobre todo de admitir que somos los únicos constructores y gobernantes de nuestro destino. Admitiendo que la humildad siempre estará por encima de soberbia, y es aceptar que siempre habrá cabida para conocer, aprehender, experimentar, crecer, expresar, evolucionar y amar.

Pescadoras

Se trataba de un grupo de pescadoras. Después de concluida la faena, se pusieron en marcha hacia sus respectivas casas. El trayecto era largo y, cuando la noche comenzaba a caer, se desencadenó una violenta tormenta.

Llovía tan torrencialmente que era necesario guarecerse. Divisaron a lo lejos una casa y comenzaron a correr hacia ella. Llamaron a la puerta y les abrió una hospitalaria mujer que era la dueña de la casa y se dedicaba al cultivo y venta de flores. Al ver totalmente empapadas a las pescadoras, les ofreció una habitación para que tranquilamente pasaran allí la noche.

Era una amplia estancia donde había una gran cantidad de cestas con hermosas y muy variadas flores, dispuestas para ser vendidas al siguiente día.

Las pescadoras estaban agotadas y se pusieron a dormir. Sin embargo, no lograban conciliar el sueño y empezaron a quejarse del aroma de las flores:

“!Qué peste! No hay quien soporte este olor. Así no hay quien pueda dormir”.

Entonces una de ellas tuvo una idea y se la sugirió a sus compañeras:

–No hay quien aguante esta peste, amigas, y, si no ponemos remedio, no vamos a poder pegar un ojo. Coged las canastas de pescado y utilizadlas como almohada y así conseguiremos evitar este desagradable olor.

Las mujeres siguieron la sugerencia de su compañera. Cogieron las cestas malolientes de pescado y apoyaron las cabezas sobre ellas. Apenas había pasado un minuto y ya todas ellas dormían profundamente.

Reflexión:

Cuando nos sentimos abrumados por las actividades rutinarias de la vida cotidiana, perdemos gran cantidad de sorpresas y exquisiteces de la vida; más aún cuando ocupamos casi la totalidad de nuestro tiempo en toda una diversidad de actividades que la mayoría de ellas están enfocadas a satisfacer nuestras necesidades tanto de supervivencia y confort como materiales. Y sin percatarnos concientemente, nos sumergimos en un mundo de inconciencia y automatismo, extinguiéndose alarmantemente nuestro tiempo, el cuál se esfuma tan rápido como un suspiro, terminando nuestra jornada, exhaustos y abrumados por la mecanicidad de las actividades diarias.

Que más energía mental, emocional y física nos queda cuando estamos atrapados entre las redes de las apariencia de la vida, y es la de actuar como autómatas día tras día realizando siempre las mismas actividades, perdiendo absolutamente la espontaneidad de la vida? Y cuál es el resultado de ello?, cuando finalizamos nuestra jornada diaria ya sea en el plano laboral, escolar o social; estamos tan agotados, tan agobiados y neuróticos que lo único que atinamos a realizar es el dejarnos derrumbar en la cama o simplemente desviar nuestras ansiedades y preocupaciones observando sin sentido la televisión o intentando relajarnos escuchando alguna música que aquiete nuestro caos interior; pero que sucede a nuestro entorno? Que hemos dejado de percibir nuestro entorno: la familia, una buena charla, una fresca bocanada de aire en un lugar abierto contemplando la infinidad del cielo nocturno, leer un buen libro, realizar quizás alguna meditación que aquiete nuestra mente y equilibre nuestras emociones. Simplemente hemos dejado de disfrutar de lo esencial de la vida: la armonía que se encuentra oculta en la inmensidad de nuestro medio natural, y que por lo mismo que no obtenemos algún beneficio material de él, lo desdeñamos e incluso nos comportamos indiferentes.

Porque es así casi siempre?, porque la vida tiene que ser tan rutinaria?, porque tiene que ser todo tan complicado?, porque permitimos que la rutina nos adormezca la sensibilidad de enriquecernos internamente?. Y porque ese adormecimiento nos aleja no sólo de nuestras amistades, de nuestros seres queridos, sino hasta de nosotros mismos, aislándonos de un mundo que termina por asfixiarnos y frustrar toda esperanza por una vida plena y feliz?. Porque razón constantemente perdemos el aroma de espontaneidad, de la alegría de vivir y de la actitud positiva, a tal grado que estamos malhumorados, irritables e dubitativos, a tal grado que terminamos por ofender y lastimar al primer ser que se cruza en nuestro camino e incluso a quién menos lo merece?

Y en el colmo de la vida, llega el tan esperado fin de semana y sin darnos cuenta en esa necesidad por escapar de la rutina y tratar de pasar un rato alegre en algún centro de entretenimiento y diversión, de igual forma también se transforma en rutina, por que una y otra vez realizamos las actividades que los demás también realizan, pareciera que internamente estuviéramos programados para cumplir con ciertos lineamientos ya establecidos; y todo para que?. Para aspirar a mejores ingresos?, para obtener un poco más de dinero?, para adquirir un bien material, para asegurar la tranquilidad de nuestro porvenir, o para adquirir estatus social?. Todas y cada una de estas razones son válidas, pero será sólo eso lo que en realidad deseamos de nuestra vida?, sólo tranquilidad material?, y lo demás donde queda, lo interno, la tranquilidad, la paz, la armonía, la plenitud, la libertad?. Casi por naturaleza el ser humano tiende a precipitarse al mundo de las apariencias, es decir, aparentar ante los demás, aquello que en realidad no somos; y esto solamente por un reconocimiento social?, acaso es importante sacrificar nuestra verdadera esencia por una máscara, rígida y falsa?, es realmente imperativo que seamos reconocidos y vitoreados por la sociedad, sólo por alimentar nuestro ego?, vale en realidad la pena el sentido obsesivo de pertenencia para no sentirnos rechazados, aislados y solos?, es que no valoramos que estamos imbuidos en la ignorancia de nuestro ser, de sus necesidades y anhelos, que no poseemos el entendimiento correcto de quienes somos en lo esencial, y así aspirar a descubrir nuestras inquietudes y sensaciones para potencializarlas y transformarlas en hechos tangibles y que nos haga sentirnos realizados, para así percibir lo que es la realidad de nuestra vida.

Es cierto que hemos experimentado más de una vez la vida inconscientemente, privándonos de los pequeños grandes detalles de la vida; si ésta es única busquemos un equilibrio a nuestras actividades esenciales y no esenciales. Todo es importante y trascendente, tanto lo material como lo inmaterial, lo valioso es disfrutar de ambas aspirando a la armonía sin caer en excesos y ambiciones obsesivas. Y no por obsesionarnos por lo material descuidemos a nuestra realización interior y la de nuestros seres queridos; así como el decidir ser enteramente ¨espirituales¨¨, dejemos a un lado los satisfactores básicos que nos proporcionan los bienes materiales. Recordemos que llegamos a este mundo sin posesiones materiales y a morir dejarán de ser útiles, sólo representan un medio para un fin, el cuál es perecedero y restituido; mientras que la riqueza espiritual que emerge de nuestros anhelos y sueños, son imperecederos e insustituibles; de cada ser humano depende el valorar aquello que le ofrezca tanto seguridad, como armonía y paz interior; alejados de las tentaciones y falacias de las apariencias que sólo alimentan al ego y adormecen a la individualidad, a nuestra substancia pura, la que por lo general ocultamos y reprimimos por la falta de autoconocimiento y seguridad en nuestras capacidades innatas. Las apariencias nos sumergen en un mundo de fantasía que tarde o temprano golpeará nuestra realidad con depresión y soledad. Lo importante es no temer exponernos tal cuál somos, de expresarnos acorde a nuestros auténticos deseos y no anhelar un deseo de pertenencia para buscar reconocimiento y aceptación.

Porque el auténtico reconocimiento y aceptación es reconocernos como seres únicos y especiales, para aceptarnos y amarnos, confiando que todo cuánto anhelemos de la vida se encuentra en nuestro universo interior, no buscando a Dios en el exterior, en la superficie, en la apariencia, en el ego; sino en nuestra conciencia, nuestra voz interior, nuestra individualidad, en nuestro corazón