miércoles, marzo 03, 2010

Pescadoras

Se trataba de un grupo de pescadoras. Después de concluida la faena, se pusieron en marcha hacia sus respectivas casas. El trayecto era largo y, cuando la noche comenzaba a caer, se desencadenó una violenta tormenta.

Llovía tan torrencialmente que era necesario guarecerse. Divisaron a lo lejos una casa y comenzaron a correr hacia ella. Llamaron a la puerta y les abrió una hospitalaria mujer que era la dueña de la casa y se dedicaba al cultivo y venta de flores. Al ver totalmente empapadas a las pescadoras, les ofreció una habitación para que tranquilamente pasaran allí la noche.

Era una amplia estancia donde había una gran cantidad de cestas con hermosas y muy variadas flores, dispuestas para ser vendidas al siguiente día.

Las pescadoras estaban agotadas y se pusieron a dormir. Sin embargo, no lograban conciliar el sueño y empezaron a quejarse del aroma de las flores:

“!Qué peste! No hay quien soporte este olor. Así no hay quien pueda dormir”.

Entonces una de ellas tuvo una idea y se la sugirió a sus compañeras:

–No hay quien aguante esta peste, amigas, y, si no ponemos remedio, no vamos a poder pegar un ojo. Coged las canastas de pescado y utilizadlas como almohada y así conseguiremos evitar este desagradable olor.

Las mujeres siguieron la sugerencia de su compañera. Cogieron las cestas malolientes de pescado y apoyaron las cabezas sobre ellas. Apenas había pasado un minuto y ya todas ellas dormían profundamente.

Reflexión:

Cuando nos sentimos abrumados por las actividades rutinarias de la vida cotidiana, perdemos gran cantidad de sorpresas y exquisiteces de la vida; más aún cuando ocupamos casi la totalidad de nuestro tiempo en toda una diversidad de actividades que la mayoría de ellas están enfocadas a satisfacer nuestras necesidades tanto de supervivencia y confort como materiales. Y sin percatarnos concientemente, nos sumergimos en un mundo de inconciencia y automatismo, extinguiéndose alarmantemente nuestro tiempo, el cuál se esfuma tan rápido como un suspiro, terminando nuestra jornada, exhaustos y abrumados por la mecanicidad de las actividades diarias.

Que más energía mental, emocional y física nos queda cuando estamos atrapados entre las redes de las apariencia de la vida, y es la de actuar como autómatas día tras día realizando siempre las mismas actividades, perdiendo absolutamente la espontaneidad de la vida? Y cuál es el resultado de ello?, cuando finalizamos nuestra jornada diaria ya sea en el plano laboral, escolar o social; estamos tan agotados, tan agobiados y neuróticos que lo único que atinamos a realizar es el dejarnos derrumbar en la cama o simplemente desviar nuestras ansiedades y preocupaciones observando sin sentido la televisión o intentando relajarnos escuchando alguna música que aquiete nuestro caos interior; pero que sucede a nuestro entorno? Que hemos dejado de percibir nuestro entorno: la familia, una buena charla, una fresca bocanada de aire en un lugar abierto contemplando la infinidad del cielo nocturno, leer un buen libro, realizar quizás alguna meditación que aquiete nuestra mente y equilibre nuestras emociones. Simplemente hemos dejado de disfrutar de lo esencial de la vida: la armonía que se encuentra oculta en la inmensidad de nuestro medio natural, y que por lo mismo que no obtenemos algún beneficio material de él, lo desdeñamos e incluso nos comportamos indiferentes.

Porque es así casi siempre?, porque la vida tiene que ser tan rutinaria?, porque tiene que ser todo tan complicado?, porque permitimos que la rutina nos adormezca la sensibilidad de enriquecernos internamente?. Y porque ese adormecimiento nos aleja no sólo de nuestras amistades, de nuestros seres queridos, sino hasta de nosotros mismos, aislándonos de un mundo que termina por asfixiarnos y frustrar toda esperanza por una vida plena y feliz?. Porque razón constantemente perdemos el aroma de espontaneidad, de la alegría de vivir y de la actitud positiva, a tal grado que estamos malhumorados, irritables e dubitativos, a tal grado que terminamos por ofender y lastimar al primer ser que se cruza en nuestro camino e incluso a quién menos lo merece?

Y en el colmo de la vida, llega el tan esperado fin de semana y sin darnos cuenta en esa necesidad por escapar de la rutina y tratar de pasar un rato alegre en algún centro de entretenimiento y diversión, de igual forma también se transforma en rutina, por que una y otra vez realizamos las actividades que los demás también realizan, pareciera que internamente estuviéramos programados para cumplir con ciertos lineamientos ya establecidos; y todo para que?. Para aspirar a mejores ingresos?, para obtener un poco más de dinero?, para adquirir un bien material, para asegurar la tranquilidad de nuestro porvenir, o para adquirir estatus social?. Todas y cada una de estas razones son válidas, pero será sólo eso lo que en realidad deseamos de nuestra vida?, sólo tranquilidad material?, y lo demás donde queda, lo interno, la tranquilidad, la paz, la armonía, la plenitud, la libertad?. Casi por naturaleza el ser humano tiende a precipitarse al mundo de las apariencias, es decir, aparentar ante los demás, aquello que en realidad no somos; y esto solamente por un reconocimiento social?, acaso es importante sacrificar nuestra verdadera esencia por una máscara, rígida y falsa?, es realmente imperativo que seamos reconocidos y vitoreados por la sociedad, sólo por alimentar nuestro ego?, vale en realidad la pena el sentido obsesivo de pertenencia para no sentirnos rechazados, aislados y solos?, es que no valoramos que estamos imbuidos en la ignorancia de nuestro ser, de sus necesidades y anhelos, que no poseemos el entendimiento correcto de quienes somos en lo esencial, y así aspirar a descubrir nuestras inquietudes y sensaciones para potencializarlas y transformarlas en hechos tangibles y que nos haga sentirnos realizados, para así percibir lo que es la realidad de nuestra vida.

Es cierto que hemos experimentado más de una vez la vida inconscientemente, privándonos de los pequeños grandes detalles de la vida; si ésta es única busquemos un equilibrio a nuestras actividades esenciales y no esenciales. Todo es importante y trascendente, tanto lo material como lo inmaterial, lo valioso es disfrutar de ambas aspirando a la armonía sin caer en excesos y ambiciones obsesivas. Y no por obsesionarnos por lo material descuidemos a nuestra realización interior y la de nuestros seres queridos; así como el decidir ser enteramente ¨espirituales¨¨, dejemos a un lado los satisfactores básicos que nos proporcionan los bienes materiales. Recordemos que llegamos a este mundo sin posesiones materiales y a morir dejarán de ser útiles, sólo representan un medio para un fin, el cuál es perecedero y restituido; mientras que la riqueza espiritual que emerge de nuestros anhelos y sueños, son imperecederos e insustituibles; de cada ser humano depende el valorar aquello que le ofrezca tanto seguridad, como armonía y paz interior; alejados de las tentaciones y falacias de las apariencias que sólo alimentan al ego y adormecen a la individualidad, a nuestra substancia pura, la que por lo general ocultamos y reprimimos por la falta de autoconocimiento y seguridad en nuestras capacidades innatas. Las apariencias nos sumergen en un mundo de fantasía que tarde o temprano golpeará nuestra realidad con depresión y soledad. Lo importante es no temer exponernos tal cuál somos, de expresarnos acorde a nuestros auténticos deseos y no anhelar un deseo de pertenencia para buscar reconocimiento y aceptación.

Porque el auténtico reconocimiento y aceptación es reconocernos como seres únicos y especiales, para aceptarnos y amarnos, confiando que todo cuánto anhelemos de la vida se encuentra en nuestro universo interior, no buscando a Dios en el exterior, en la superficie, en la apariencia, en el ego; sino en nuestra conciencia, nuestra voz interior, nuestra individualidad, en nuestro corazón