El Triunfador
Un triunfador es PARTE DE LA SOLUCIÓN.
Un perdedor es PARTE DEL PROBLEMA.
La actitud con la que afrontemos los problemas que se nos presentan a diario en nuestra vida, es fundamental para lograr armonizar como punto de partida nuestras emociones, las cuáles determinarán el grado de serenidad que alcanzaremos para poder visualizar en la calma mental sobre la tormenta corporal, la mejor solución ante un problema inesperado o provocado por nosotros mismos o por un agente ajeno a nosotros. Cuando no hay confianza en uno mismo, nuestro primer mecanismo de defensa es rendirnos ante las desavenencias y desarrollar una actitud pesimista ante un entorno conflictivo, porque es la postura y el camino más fácil de tomar, siendo indiferentes e insensibles antela adversidad que obstaculiza el real aprendizaje que conlleva una experiencia por muy adversa que ésta sea. Y si en cambio, asumimos ante todo el mantener la calma ante un conflicto, habrá serenidad y equilibrio, para discernir el grado del problema al cuál nos vemos enfrentados, con confianza absoluta y seguridad en nuestras capacidades, ya habremos dado el primer paso hacia la solución no de un problema en sí, sino de una experiencia que nos enriquecerá interiormente para adquirir sabiduría y madurez.
La actitud con la que afrontemos los problemas que se nos presentan a diario en nuestra vida, es fundamental para lograr armonizar como punto de partida nuestras emociones, las cuáles determinarán el grado de serenidad que alcanzaremos para poder visualizar en la calma mental sobre la tormenta corporal, la mejor solución ante un problema inesperado o provocado por nosotros mismos o por un agente ajeno a nosotros. Cuando no hay confianza en uno mismo, nuestro primer mecanismo de defensa es rendirnos ante las desavenencias y desarrollar una actitud pesimista ante un entorno conflictivo, porque es la postura y el camino más fácil de tomar, siendo indiferentes e insensibles antela adversidad que obstaculiza el real aprendizaje que conlleva una experiencia por muy adversa que ésta sea. Y si en cambio, asumimos ante todo el mantener la calma ante un conflicto, habrá serenidad y equilibrio, para discernir el grado del problema al cuál nos vemos enfrentados, con confianza absoluta y seguridad en nuestras capacidades, ya habremos dado el primer paso hacia la solución no de un problema en sí, sino de una experiencia que nos enriquecerá interiormente para adquirir sabiduría y madurez.
Un triunfador dice: “Debe haber una forma mejor de hacerlo. . .
”Un perdedor dice: “Esta es la forma en que siempre lo hemos hecho. No hay otra…”
Cuando estamos inducidos por el medio, con sus metodologías impuestas y rígidas, nuestra capacidad de ser creativos ante lo nuevo e inesperado será inexistente. Desde origen, en nuestra sociedad nos han impuesto todo tipo de normas de comportamiento ya establecidas a fin de ser parte integral de una gran maquinaria que no desarrolla la capacidad de pensar y discernir, sino de ser controlada y manipulada. El ser humano posee la capacidad innata para ser innovador y creativo, echar uso no sólo de su inteligencia sino de su capacidad de razonamiento y discernimiento para ser libre e independiente en ideas y conceptos novatorios, las técnicas y metodologías ya implementadas nos proporcionan sin duda una base real de la cuál enfrentar un problema a resolver determinado, pero esa es la experiencia ajena, la cuál no es del todo contundente, así como alguna vez en nuestra historia han existido grandes personajes que implementaron todo tipo de metodologías y técnicas; de igual forma cada uno de nosotros poseemos ese inagotable potencial para desarrollar con nuestros propios recursos nuevos métodos y técnicas con mejores soluciones e incluso más prácticas que las establecidas, porque siempre habrá alguna forma mejor de hacerlo.
Cuando un triunfador comete un error, dice: “Me Equivoqué“, y aprende la lección.
Cuando un perdedor comete un error, dice: "No fue culpa mía” y responsabiliza a los otros.
Cuando afrontamos un problema con actitudes destructivas y por alguna circunstancia erramos en nuestra solución, por lo general nos valemos de recursos poco nobles para salir rápidamente del problema y evadir nuestra responsabilidad, responsabilizando a todo nuestro entorno, que es la actitud del clásico jefe que sólo ¨sabe¨ ordenar y ser autoritario imponiendo en lugar de proponer, y culpando en lugar de asumir; codiciando el poder en lugar de compartirlo. Cuando se aprende la lección sobre cualquier consecuencia debida a una acción particular, se asume con actitud humilde y honesta que toda acción por muy adversa que ésta sea conllevará enseñanza y aprendizaje, compartiendo los beneficios, siendo líder y no egoísta y codicioso, que antepone lo material sobre lo humano, aquél que con frecuencia quiere imponer su forma de pensar sobre la libertad de otros. Ser líder es compartir el conocimiento en beneficio no sólo propio sino de los demás incondicionalmente, aprendiendo y madurando para lograr sabiduría que le proporcione certeza de vida.
Un triunfador sabe que la adversidad es el mejor de los maestros.
Un perdedor se siente víctima durante las adversidades.
Las adversidades de la vida, son solamente situaciones que se nos presentan a diario, como resultado de nuestro desenvolvimiento en el medio que nos toco vivir, provocadas por el mismo ser humano en su constante competencia por anhelar ser el mejor y superarse para alcanzar el logro de sus metas. Cuando hay seguridad y confianza en lo que se es, la adversidad simplemente no existe, porque la vida es enseñanza pura, sin importar el grado de complejidad a enfrentar, porque cuando hay una actitud pesimista producto de un desconocimiento de nuestras capacidades y alcances, de inmediato se ponen de manifiesto la inseguridad y la baja autoestima que nos llevan a implementarnos una forma de pensamiento destructivo que nos lleva a tomar actitudes pesimistas ante las circunstancias no necesariamente desfavorables o adversas, sólo son nuestros estados mentales los que propician esa forma de pensamiento inmaduro, que ante la falta de conocimiento de lo que somos capaces de ser, nos genera inseguridad y temor evadiendo todo tipo de circunstancias que lejos de perjudicarnos, nos proporciona la valiosa y única oportunidad para conocernos mejor y comprender que en esas innumerables situaciones que nos toca enfrentar día con día se encuentra la llave del conocimiento interior para lograr paulatinamente liberarnos de nuestro yugo personal, porque la vida es el mejor maestro que podamos obtener para alcanzar la sabiduría y por ende la libertad de ser.
Cuando afrontamos un problema con actitudes destructivas y por alguna circunstancia erramos en nuestra solución, por lo general nos valemos de recursos poco nobles para salir rápidamente del problema y evadir nuestra responsabilidad, responsabilizando a todo nuestro entorno, que es la actitud del clásico jefe que sólo ¨sabe¨ ordenar y ser autoritario imponiendo en lugar de proponer, y culpando en lugar de asumir; codiciando el poder en lugar de compartirlo. Cuando se aprende la lección sobre cualquier consecuencia debida a una acción particular, se asume con actitud humilde y honesta que toda acción por muy adversa que ésta sea conllevará enseñanza y aprendizaje, compartiendo los beneficios, siendo líder y no egoísta y codicioso, que antepone lo material sobre lo humano, aquél que con frecuencia quiere imponer su forma de pensar sobre la libertad de otros. Ser líder es compartir el conocimiento en beneficio no sólo propio sino de los demás incondicionalmente, aprendiendo y madurando para lograr sabiduría que le proporcione certeza de vida.
Un triunfador sabe que la adversidad es el mejor de los maestros.
Un perdedor se siente víctima durante las adversidades.
Las adversidades de la vida, son solamente situaciones que se nos presentan a diario, como resultado de nuestro desenvolvimiento en el medio que nos toco vivir, provocadas por el mismo ser humano en su constante competencia por anhelar ser el mejor y superarse para alcanzar el logro de sus metas. Cuando hay seguridad y confianza en lo que se es, la adversidad simplemente no existe, porque la vida es enseñanza pura, sin importar el grado de complejidad a enfrentar, porque cuando hay una actitud pesimista producto de un desconocimiento de nuestras capacidades y alcances, de inmediato se ponen de manifiesto la inseguridad y la baja autoestima que nos llevan a implementarnos una forma de pensamiento destructivo que nos lleva a tomar actitudes pesimistas ante las circunstancias no necesariamente desfavorables o adversas, sólo son nuestros estados mentales los que propician esa forma de pensamiento inmaduro, que ante la falta de conocimiento de lo que somos capaces de ser, nos genera inseguridad y temor evadiendo todo tipo de circunstancias que lejos de perjudicarnos, nos proporciona la valiosa y única oportunidad para conocernos mejor y comprender que en esas innumerables situaciones que nos toca enfrentar día con día se encuentra la llave del conocimiento interior para lograr paulatinamente liberarnos de nuestro yugo personal, porque la vida es el mejor maestro que podamos obtener para alcanzar la sabiduría y por ende la libertad de ser.
Un triunfador sabe que el resultado de las cosas depende de sí mismo.
Un perdedor cree que existe la mala suerte.
El término de mala suerte sólo es un concepto atribuido a un síntoma de desesperación por aquellos resultados no obtenidos en un proyecto personal, el cuál por causas inesperadas o como consecuencia de una mala planeación nuestras expectativas no son cumplidas en tiempo y en forma, producto de estos resultados, nuestros estados de ánimo se ven minados, sintiéndonos desesperados y decepcionados, sin tomar en cuenta que todo en la vida es experiencia en conocimiento y ese conocimiento debemos aprovecharlo para corregir esos aspectos personales que aún carecen de la experiencia necesaria a fin de mejorar no sólo en capacidades sino en madurez, y sobre todo tener muy claro que las circunstancias llamadas inesperadas o la mala suerte no es necesariamente producto de algo externo a nosotros, sino que es consecuencia de esa falta de aceptación de que es parte de la vida los mal llamados fracasos, sólo son postergaciones que tarde o temprano se cristalizarán a medida en que aceptemos que el control de nuestro destino y todo cuánto nos proyectemos a alcanzar en la vida dependen enteramente de nosotros.
El término de mala suerte sólo es un concepto atribuido a un síntoma de desesperación por aquellos resultados no obtenidos en un proyecto personal, el cuál por causas inesperadas o como consecuencia de una mala planeación nuestras expectativas no son cumplidas en tiempo y en forma, producto de estos resultados, nuestros estados de ánimo se ven minados, sintiéndonos desesperados y decepcionados, sin tomar en cuenta que todo en la vida es experiencia en conocimiento y ese conocimiento debemos aprovecharlo para corregir esos aspectos personales que aún carecen de la experiencia necesaria a fin de mejorar no sólo en capacidades sino en madurez, y sobre todo tener muy claro que las circunstancias llamadas inesperadas o la mala suerte no es necesariamente producto de algo externo a nosotros, sino que es consecuencia de esa falta de aceptación de que es parte de la vida los mal llamados fracasos, sólo son postergaciones que tarde o temprano se cristalizarán a medida en que aceptemos que el control de nuestro destino y todo cuánto nos proyectemos a alcanzar en la vida dependen enteramente de nosotros.
Un triunfador enfrenta los desafíos uno a uno.
Un perdedor rodea los desafíos y no se atreve a intentar.
Los desafíos al igual que los problemas son parte de ese proceso de crecimiento que nos va marcando la pauta para establecer el nivel de desarrollo y madurez el cuál hemos alcanzado hasta el momento, y la forma en cómo asumimos y enfrentamos un nuevo desafío que es un reto no a vencer sino a proporcionarnos una nueva llave para ahondar con mayor profundidad en nuestro ser interior: nuestro sentimientos, sensaciones, inquietudes, para en ese conocimiento descubrir el porque de nuestras dudas existenciales que nos producen angustia, temor e inseguridad, y que a la postre nos precipita a evadir la realidad, a afrontar los adversidades de frente, a asumir el control de nuestra vida, a dejar de culpar a los demás de nuestras desavenencias. Posicionándonos en el presente y no aferrarnos a los infortunios y remordimientos producto de pasadas experiencias no agradables del pasado, no es necesario rodear lo que consideramos desconocido, cuando lo que si conocemos es nuestra capacidad y determinación para afrontar uno a uno los problemas que agobian constantemente nuestra vida, priorizando acorde con el grado de complejidad para lograr acrecentar nuestra confianza en que solo en nosotros se encuentra la respuesta más acertada para el devenir.
Los desafíos al igual que los problemas son parte de ese proceso de crecimiento que nos va marcando la pauta para establecer el nivel de desarrollo y madurez el cuál hemos alcanzado hasta el momento, y la forma en cómo asumimos y enfrentamos un nuevo desafío que es un reto no a vencer sino a proporcionarnos una nueva llave para ahondar con mayor profundidad en nuestro ser interior: nuestro sentimientos, sensaciones, inquietudes, para en ese conocimiento descubrir el porque de nuestras dudas existenciales que nos producen angustia, temor e inseguridad, y que a la postre nos precipita a evadir la realidad, a afrontar los adversidades de frente, a asumir el control de nuestra vida, a dejar de culpar a los demás de nuestras desavenencias. Posicionándonos en el presente y no aferrarnos a los infortunios y remordimientos producto de pasadas experiencias no agradables del pasado, no es necesario rodear lo que consideramos desconocido, cuando lo que si conocemos es nuestra capacidad y determinación para afrontar uno a uno los problemas que agobian constantemente nuestra vida, priorizando acorde con el grado de complejidad para lograr acrecentar nuestra confianza en que solo en nosotros se encuentra la respuesta más acertada para el devenir.
Un triunfador se compromete, da su palabra y la cumple.
Un perdedor hace promesas, no se pone “manos a la obra” y cuando falla sólo se sabe justificar.
Siempre debe existir un compromiso originado de uno mismo en base a responsabilidad y valor para afrontar todo cuanto nos tenga preparada la vida en ese intrincado sendero llamado destino, porque el compromiso no es el que exteriorizamos ante los demás sino el compromiso íntimo de superación y deseo por alcanzar nuestros más anhelados sueños, asumiendo la entera responsabilidad de nuestros actos con las inevitables y necesarias consecuencias de nuestras acciones, sin caer en la necesidad de justificarnos por nuestra falta de convicción y seguridad den lo que poseemos, porque la vida es compromiso, y ese compromiso estriba en el buen discernimiento de los objetivos que deseamos alcanzar para experimentar certidumbre de vida y por ende la extinción de la angustia y la incertidumbre que agobia nuestro pensamiento día con día, y ya convencidos de que el control nos pertenece, cada acción o proyecto que emprendamos lo lograremos cristalizar sin importar los obstáculos que se nos presenten en el camino, basta con soñar, anhelar, trabajar y cumplir.
Un triunfador dice: "Soy bueno, pero puedo mejorar".
Un perdedor dice: “No soy tan malo como otros".
Cuando ya no hallamos más respuestas o soluciones para enfrentar y solucionar un problema, reto o desafío, nos comienza a invadir un sentimiento de inseguridad y baja autoestima, por lo que ante el súbito sentimiento de culpa y remordimiento, para compensarlo buscamos afanosamente una justificación comparándonos con alguien que consideramos en inferiores condiciones, lo cuál sólo nos proporciona un temporal alivio, ocultándonos de la realidad que sentimos nos agobia, cuando no existe punto de comparación con otro ser humano ya que cada uno de nosotros somos únicos en esencia interior, por lo que la comparación carece de un verdadero fundamento para tomarlo como base de proyección o superación personal, cuando la superación surge y se origina en uno mismo y no como un medio de referencia ante los demás, no conformándonos con lo logrado en superación personal en todos los sentidos, sino el saberse conocedor que siempre podemos mejorar en la medida en que la conformidad y el pesimismo no nos haga presa; para activar de esta forma nuestros procesos imaginativos y creativos que van renovando nuestros procesos mentales, otorgándoles frescura e innovación.
Un triunfador sabe escuchar, comprende y responde.
Un perdedor interrumpe y no espera que llegue su momento de hablar.
La ansiedad es producto de un sentimiento de inseguridad generado por aspectos internos derivados en gran medida de fuertes experiencias acaecidas en el pasado, lo que va desencadenando en una serie acontecimientos que van denigrando nuestra autoestima y seguridad personal y que ante ese sentimiento de aislamiento interior vamos alimentando el ego, mostrándonos egoístas y soberbios ante el entorno, denigrando a los demás por esa angustia que nos atrapa en sus redes y que nos invade de ansiedad y desesperación. El entendimiento gradual de la vida interna, el sentirnos seguros y con la vasta capacidad y experiencia para afrontar la vida en su constante cambio y evolución nos lleva a un estado latente de armonía y paz interna, lo que se traduce en paciencia y tolerancia ante cualquier dificultad que se nos presente en alguna circunstancia determinada, desarrollando así certidumbre de vida y sabiduría, ya que es la herramienta que nos integra al sendero del éxito personal.
Un triunfador respeta a aquellos que saben más y se preocupa en aprender algo de ellos.
Un perdedor se resiste a todos los que saben más y sólo se fija en sus defectos.
Cuando hacemos uso de la soberbia y el egoísmo nos volcamos ante los demás con esas actitudes denigrándolos exponiéndolos ante los demás por sus defectos, cuando esa deficiencia procede del mismo que denigra a las personas, exteriorizando que poseen mayor conocimiento y criticando sin un fundamento el conocimiento y aptitudes que posee cada ser humano; porque nadie posee los elementos ni el conocimiento que lo atribuya como el poseedor de la verdad absoluta; y aquellos que presumen de poseerla, hacen hasta lo imposible para imponer sus ideas y conceptos a los demás sin respetar el propio espacio resistiéndose incoherentemente a los que poseen mayor sabiduría de vida o conocimiento de cultura, lo cuál no se niega ni se critica, por el contrario siempre será digno de ser reconocido aquel ser humano que se ha preparada a conciencia en al campo del conocimiento o de la vida, incluso de mayor valor en ambos ámbitos, siempre y cuando se respete el derecho ajeno de expresarse conforme su propia verdad sin perjuicio alguno al exterior, y si en cambio, aprendiendo de los que poseen tal conocimiento como un fin motivacional para no desistir en nuestro cometido de aprehender de todo cuanto nos rodea a fin de saciar nuestras inquietudes existenciales.
Un triunfador consigue "ver el bosque en su totalidad".
Un perdedor se fija sólo “en el árbol que le toca plantar"
Cuando hay plenitud y confianza en uno mismo el horizonte se amplia infinitamente, abriendo nuestros sentidos a la fuente inagotable de oportunidades que se nos presenta en la vía de la vida, evitando que con una actitud cerrada y pesimista se nos cierren las esperanzas estrechándose así las oportunidades que como cualquier ser humano podemos poseer en la medida en que amplifiquemos nuestra visión, haciendo a un lado los prejuicios y temores que nos van nublando las expectativas y cerrando las puertas a nuevas vivencias. La actitud optimista es producto de esa liberación del llamado pasado y de ese porvenir desconocido llamado futuro, centrándonos en lo esencial el instante que es propiedad vital de nuestro destino llamado presente, porque ambas tendencias pasadas y futuras nos bloquean la capacidad de avizorar el amplio horizonte que aguarda para servirnos de su riqueza y aspirar a triunfar en la vida.
Cuando hay plenitud y confianza en uno mismo el horizonte se amplia infinitamente, abriendo nuestros sentidos a la fuente inagotable de oportunidades que se nos presenta en la vía de la vida, evitando que con una actitud cerrada y pesimista se nos cierren las esperanzas estrechándose así las oportunidades que como cualquier ser humano podemos poseer en la medida en que amplifiquemos nuestra visión, haciendo a un lado los prejuicios y temores que nos van nublando las expectativas y cerrando las puertas a nuevas vivencias. La actitud optimista es producto de esa liberación del llamado pasado y de ese porvenir desconocido llamado futuro, centrándonos en lo esencial el instante que es propiedad vital de nuestro destino llamado presente, porque ambas tendencias pasadas y futuras nos bloquean la capacidad de avizorar el amplio horizonte que aguarda para servirnos de su riqueza y aspirar a triunfar en la vida.
Un triunfador se siente responsable por algo más que por su propio trabajo.
Un perdedor no se compromete y siempre dice: “Hago mi trabajo y ya es bastante”.
El trabajo es la labor más noble que posee el ser humano en su capacidad para echar a andar sus aptitudes y virtudes, es la cristalización de facultades naturales y hereditarias que poseemos a fin de explotarlas para un fin de desarrollo profesional y personal, y que se pueden potencializar capacitándonos para descubrirlas y optimizarlas, logrando con ello insertarnos en el núcleo de la sobrevivencia en un mundo material, que más que la búsqueda de ella, es la satisfacción de sentirnos útiles y productivos, amando lo que hacemos, siendo responsables en nuestra labor ética, como un medio de compromiso constante por potencializar nuestras aptitudes y que sea el trabajo un medio para alcanzar el fin, el fin de la solvencia material y moral, aspirando a ser mejores cada día y más productivos en un beneficio propio y a favor de nuestro entorno, para dejar un legado que trascienda nuestra obra personal.
Un triunfador trabaja mucho y dedica más tiempo para sí mismo.
Un perdedor está siempre “muy ocupado” o “muy cansado” y no tiene tiempo para los suyos.
Cuando nos sentimos agobiados por las circunstancias cotidianas, perdemos por completo el sentido de organización, dando como consecuencia que perdamos la tranquilidad y la paciencia y que se traduce en un abrumante sobreagotamiento, por nuestra falta de capacidad para detenernos un momento a analizar y reflexionar claramente cuáles son las prioridades de la vida, haciendo a un lado lo más preciado; la familia y la salud personal. No hay trabajo que valga el sacrificar el fin del cuál estamos realizando cotidianamente nuestras labores, que son nuestros seres queridos, cuando caemos en el vivir para el trabajo perdemos de vista que el fin correcto es el trabajar para vivir; cuando hacemos uso de conciencia ante un panorama demoledor y abrumante, es necesario hacer una pausa y aquilatar que es lo esencial para lo cuál estamos inmersos en este mundo, si el fin es la felicidad, entonces es vital priorizar ante todo nuestra salud y la estabilidad de nuestros seres queridos, porque no hay dinero que compre la necesidad de cariño y amor que merece nuestra familia. La organización y el sentido de responsabilidad moral serán los ingredientes vitales para lograr un trabajo de calidad de tiempo y tiempo de calidad para nuestros seres queridos.
No importa que tan fuertes sean tus creencias. Si no usas tu sabiduría para crear cambios positivos sigues siendo parte del problema, no de la solución ....
La sabiduría será el motor que creará un verdadero cambio en todos los ámbitos de nuestra vida, para ser partícipes de las soluciones que tan necesarios son en nuestra sociedad actual, porque esa sabiduría es el producto resultante de la libertad interna en cada ser humano, en base a ser triunfadores de vida, logrando el éxito en base a inteligencia, perseverancia y voluntad para trascender y dejar un legado en nuestro entorno, porque pocos son los que se suman a las soluciones en base a una actitud positiva ante cualquier circunstancia y muchos son los que se abruman en problemas con la pesada carga de las actitudes pesimistas y destructivas.