Admitir
Un anciano que tenía un grave problema de miopía se consideraba un experto en evaluación de arte.
Un día visitó un museo con algunos amigos. Se le olvidaron las gafas en su casa y no podía ver los cuadros con claridad, pero eso no le frenó en manifestar sus fuertes opiniones.
Tan pronto entraron a la galería, comenzó a criticar las diferentes pinturas. Al detenerse ante lo que pensaba era un retrato de cuerpo entero, empezó a criticarlo.
Con aire de superioridad dijo: "El marco es completamente inadecuado para el cuadro.
El hombre esta vestido en una forma muy ordinaria y andrajosa. En realidad, el artista cometió un error imperdonable al seleccionar un sujeto tan vulgar y sucio para su retrato. Es una falta de respeto".
El anciano siguió su parloteo sin parar hasta que su esposa logró llegar hasta él entre la multitud y lo apartó discretamente para decirle en voz baja: "Querido, estás mirando un espejo".
Reflexión:
Cuando nos ensimismados en las apariencias, en las críticas, las envidias, el egoísmo, pero sobre todo en el egocentrismo tenemos la idea errónea que el mundo gira a nuestro alrededor, es decir, creemos que lo que el mundo percibe de nosotros o en su defecto lo que nosotros aparentamos percibir del mundo, es lo vital para conducirnos por la vida; y perdemos de vista que la vida se enfoca principalmente en el crecimiento de nuestros aspectos internos, echando recurso de los aspectos materiales para nuestra supervivencia y confort; este ritmo es cambiante a todo momento, nada se detiene o hace una pausa, todo es vivencia en movimiento; y por lo tanto es una de las primicias el adaptarnos al ritmo de la vida, aprehendiendo y evolucionando constantemente a fin de no estancarnos y caer en la conformidad, el pesimismo o la mediocridad..
Esta base es una de las infinitas opciones que se encuentran a nuestra disposición para lograr nuestros más nobles propósitos. Por desgracia en nuestro medio siempre estará latente la tentación de la falacia, la codicia y el prejuzgamiento, y de éste último echamos recurso para conducirnos en un medio que en ocasiones se torna agresivo y dominante hacia nuestra individualidad, lo cuál nos reprime, en lo referente a mostrarnos tal cuál como somos en la intimidad de nuestra soledad, que por cuestiones vivenciales pasadas, hemos alimentado inconscientemente un sentimiento de inseguridad e indiferencia hacia nuestro entorno mental y emocional. Este dolor interno el cuál es disfrazado por infinidad de máscaras que exponemos según las circunstancias o el medio en que nos desenvolvemos, nos desarrolla una personalidad fría, calculadora, indiferente, a la defensiva, agresiva y prejuiciosa.
Hecho que reflejamos en el espejo de nuestra vida, y ante el mínimo estímulo que consideremos como superior a nosotros, o que carecemos de ello, nos enfrasca en una lucha interna de envidia y remordimiento, criticando y prejuzgando aquello que desencadeno una fibra personal no superada en el pasado; atacando aquello que por ignorancia desconocemos su real y auténtico valor; demostrando con ello una actitud ofensiva y destructiva ante aquello que sólo refleja lo que en realidad percibimos carecer de ello, en relación a lo estético, al nivel social, al poder, a la popularidad, el reconocimiento, las posesiones materiales y sobre todo la espontaneidad. Y en la mayoría de las ocasiones no nos damos cuenta que aquello a lo que nos sentimos amenazados y que atacamos; resulta en nuestra constante autocrítica, en una constante inconformidad hacia nuestra propia vida, lo que se refleja en insatisfacción permanente y vacío interior, plagados de culpas y remordimientos.
Y cuando sentimos que carecemos del valor esencial de la autoestima y aceptación de nuestro ser interior, de que la vida es lo que hemos construido de ella hasta el momento, de que no existen ni personajes, ni circunstancias ajenas que desencadenaron nuestra actual realidad, ni un dios en particular que nos haya olvidado en su gracia. Sólo existimos nosotros como entes únicos e individuales que con o sin suerte, somos dueños absolutos de nuestro destino, el cuál se forja con nuestras acciones diarias, con o sin conciencia de por medio, pero al fin el medio es el que nos gobernó y formo a su imagen y semejanza; cuando nosotros estamos en el pleno derecho de formar y construir nuestra vida sin importar el medio, porque somos a imagen y semejanza de aquel ser supremos que nos creó; y por lo tanto no es necesario echar recursos de nuestros títulos, reconocimientos, posesiones materiales y estatus social; para saciar nuestra vida, porque cuando actuamos basados en el precepto material, sólo estamos evidenciando el vacío, la soledad y la pobre autoestima en que estamos sumergidos; es cuando anhelamos ser reconocidos, ser aceptados, ser vitoreados, ser aclamados, ser admirados, ser envidiados y llamar la atención, es el síndrome del sentido de pertenencia, ante la carencia de individualidad y amor propio.
Y por lo tanto tardamos en reconocer y admitir nuestras propias carencias y faltas, que parecen muy grandes cuando las vemos en los demás, y tan imperceptibles cuando las vemos en nosotros mismos; cuando sólo estamos describiendo el espejo de nuestra vida, en la total ceguera de la autoaceptación y autoconocimiento. Cuando en realidad no es necesario aferrarnos a aquello que nos hace aún más infelices. Si la vida es lo que construimos de ella, si nuestro presente es producto de nuestras acciones pasadas, si las consecuencias son reflejo de nuestras acciones; esto trae como resultado que nuestro destino es producto de nuestro presente actual, de este preciso momento, es decir que poseemos el control de darle un giro a nuestra vida, de salir del estancamiento de la pobreza interior, de reintegrarnos al ritmo y evolución constante de la vida, de despertar de nuestro aletargamiento, de hacer a un lado la cronología biológica y entregarnos a la cronología mental, de hacer a un lado nuestra soberbia y egoísmo y aceptar que necesitamos ayudarnos a dar ese paso que nos invade de temor e incertidumbre; de que nunca será tarde para comenzar a aceptarnos y amarnos, y comenzar a valorar que la única opinión o crítica que realmente vale es la nuestra y no la ajena, porque la ajena carece del conocimiento absoluto que de nuestro Ser sólo poseemos nosotros mismos. Y sobre todo de admitir que somos los únicos constructores y gobernantes de nuestro destino. Admitiendo que la humildad siempre estará por encima de soberbia, y es aceptar que siempre habrá cabida para conocer, aprehender, experimentar, crecer, expresar, evolucionar y amar.
1 Comments:
Emitimos opiniones de diferente manera en virtud de a quien la dirigimos, porque nuestras faltas no las consideramos igual de graves.
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