Frases Célebres (Parte III)
La verdad, que es el conocimiento, te hará libre.
El ser humano nace con un conocimiento primario, primitivo, instintivo e intuitivo. Es esa información interna que se manifiesta a través de sensaciones e impulsos y que lo hacen actuar inicialmente bajo un libre albedrío carente aún de un razonamiento lógico, sólo actúa por instinto ante determinados estímulos provenientes del exterior, su vida la comienza bajo un régimen de acción pura, de de una verdad absoluta al experimentar su unidad como parte de un todo que le gobierna, porque su interior al estar ajeno a la influencia externa se libera para manifestar sus necesidades más básicas de supervivencia. Conforme su conciencia despierta, su verdad se adormece cuando comienza a adaptarse al entorno, e inconscientemente busca afanosamente la verdad de su realidad última, sin percatarse que ya la posee desde origen, y sin embargo cada vez se aleja más de ella, en la medida en que se obsesiona por alimentar su ego, alimenta la ignorancia de sí mismo, al imponerse y cultivar el conocimiento ajeno a su entendimiento individual, evade y ahuyenta a su conciencia por el temor a la crítica, al rechazo, a la indiferencia y sobre todo a la soledad lo que le impulsa a buscar el apego, la pertenencia a lo exterior, a la muchedumbre, a las masas, a las multitudes, que le atrae hacia el reconocimiento, la vanidad y el poder; cuando en esa obsesión de evadirse se siente preso de sus prejuicios, culpas y remordimientos al anhelar el sentido de pertenencia, cuando en realidad se percibe ajeno a él mismo y la verdad por ende no se revela al no vivir acorde a sus principios, deseos y anhelos de vida. La independencia no se encuentra en alejarse del mundo exterior, ni mucho menos en aislarse, sino en actuar en coherencia a su individualidad, en descubrir que el conocimiento que le lleva a la verdad se encuentra en su conciencia, su interior, su esencia misma; para experimentar en la constante introspección ese sentimiento de libertad al saberse dueño de sí mismo, porque la verdad exterior es referencia, mientras que la verdad interior es revelación.
Pide fuerza para decir la verdad y ganarte el respeto de los fuertes, y no para mentir y ganarte el aplauso de los débiles.
Descubriendo que la verdad se origina desde uno mismo, se transforma en una posesión exclusiva más no colectiva, cuando se descubre una verdad a medias, en ese sentimiento de falsedad e inseguridad, lo compensamos exteriorizando para condicionar, imponer e inducir como un medio de reafirmar el ego y autoengañarnos sobre un conocimiento que adolece de coherencia, ya que el respeto individual se origina no en ganarse el respeto de los demás convenciéndolos más con palabras que con hechos de algo carente de vivencia y entendimiento individual, trasformándolo en una mentira, es decir, una verdad incompleta y a medias, ya que las palabras por sí mismas no reflejan el auténtico y real sentido de lo que percibimos en nuestro entorno exterior e interior, solamente representan símbolos, etiquetas y expresiones que no abarcan la totalidad de lo que nuestros sentidos perciben, el respeto se origina desde uno mismo, en aceptarnos sin prejuzgarnos, en crecer sin reprimirnos y en amarnos sin coaccionarnos; la debilidad surge en la falta de autoestima y seguridad para enfrentarnos no sólo al mundo exterior sino al nuestro universo interior, y de ahí extraer esa verdad que nos proporciona no sólo seguridad y autoestima, sino libertad para sentir, expresarnos y actuar conforme lo dicta nuestra conciencia y nuestros impulsos guiados por el buen juicio y el razonamiento lógico; porque una mentira al ser reafirmada y sustentada en la conciencia, se transforma en una verdad ajena a nuestro potencial de crecimiento y evolución interior, ya que el respeto se gana con hechos consistentes, más no con palabras vacías de entendimiento.
La vida será lo que tú quieres que sea, si no le preguntas a los demás que debe ser.
El ser humano se procura así mismo para experimentarse independiente y libre actuando acorde a sus ideales en un sistema social, político y religioso que constantemente le sojuzga, manipula e induce a todo momento; y sin embargo ese mismo sistema es necesario, debido a que es ahí donde se desenvuelve, desarrolla y evoluciona como individuo, en la diaria convivencia en sus diversas etapas: personal, familiar, social, laboral, político y religioso. Todos estos aspectos en su conjunto son vitales para la exploración de su individualidad como parte integral de un todo que armoniza conforme a sus necesidades de supervivencia y en la búsqueda de consolidar sus satisfactores más esenciales, a nivel material y espiritual. Y sin embargo, en esta integración social, el individuo en ese sentimiento de pertenencia, se siente en la mayoría de las veces aislado, debido a que mucho de su actuar lo basa en la dependencia social en su actuar, comportarse y guiarse a través de las normas ya establecidas, de la mecanicidad de la rutina, de la constante inducción y manipulación en que se siente sometido por los medios masivos de comunicación, insertándole en su mente las guerras, la corrupción, secuestros, violencia en todas sus gamas, fanatismo religioso, crisis alimentaria y económica, calentamiento global, hambruna, programas de entretenimiento que adormecen su intelecto y apagan su espíritu creativo, así como la obsesiva inducción hacia los placeres sensuales. Todos estos factores provocan que el individuo se sienta saturado, atemorizado, sojuzgado, deprimido y reaccionario ante lo que amenaza su armonía y equilibrio mental y emocional. Insertándole una sensación de hartazgo y temor para emanciparse de toda esta pléyade de bombardeo social que le arrebatan su iniciativa y deseo de sentirse libre, para hacer la diferencia entre los que se derrotan por la angustia ante un porvenir no sólo abrumador sino incierto. La libertad comienza desde que nos atrevemos a conducirnos acorde al sentimiento de pertenencia hacia nuestras aspiraciones unipersonales, a nuestros impulsos creativos, a conducirnos con la confianza en nuestras propias facultades y capacidades, a ser dependientes de nosotros mismos e independientes de un entorno que aún cuando es necesario para explorarnos y potencializarnos, a no ser parte de los que se mantienen pasivos e indiferentes ante su entorno exterior, marchitando toda posibilidad de crecimiento interior; sino comenzando desde nuestro núcleo, nuestro universo interior, irradiando nuestra actitud en las diversas etapas del entorno en que nos desenvolvemos, con absoluta confianza en nuestro actuar y encaminándonos por la vida, sin influencias externas, porque la vida será lo que deseemos que sea, en la medida en que cristalicemos nuestros sueños e ideales, sin depender de nadie para construir nuestro propio destino, más que nuestro corazón, nuestro voz interior.
La vida es como un espejo: te sonríe si la miras sonriendo.
La vida es el espejo de nuestras acciones que día a día ejecutamos con la finalidad de lograr consolidar los propósitos que nos hemos establecido para alcanzar un ideal específico de desarrollo personal, y que se ve reflejado en nuestra actitud ante la vida. Muchas de nuestras vivencias nos han dejado un amargo sabor de boca, cuado las cosas no han funcionado como lo esperábamos, cuando se nos han presentando situaciones inesperadas con resultados dolorosos, cuando hemos sido denigrados, violentados o humillados, cuando hemos perdido toda esperanza de recuperar lo que sentimos perdido, cuando la amargura y el desasosiego invaden nuestra autoestima. Nuestro espejo de vida se altera, se deforma, se estrella, se obscurece, y sólo percibimos una sombra de angustia y decepción por la vida, nos sentimos avejentados, no físicamente, sino emocional y mentalmente, cuando se pierde gradualmente el optimismo por el porvenir; ese espejo de vida sólo refleja desesperanza y temor, para retomar las riendas de nuestro destino, para otorgarnos una nueva oportunidad para iniciar nuevos proyectos de vida, para concedernos una nueva oportunidad de amar, una nueva oportunidad de levantarnos de una enésima caída y aún maltrechos e inseguros, dar un nuevo paso, atrevernos a hacer aquello que en su momento no hicimos reprimiéndonos por el temor al que dirán, por la falta de confianza y seguridad en uno mismo, a no dejarnos agobiar por un entorno que en ocasiones se torna caótico e incierto, aún en esa angustia y duda, hacer la diferencia con nuevas acciones creativas y novatorias, a ser optimista aún cuando la vida no nos sonríe, aún cuando los demás piensen y aseguren que ya no hay esperanza o nada por hacer, independizarnos de las actitudes pesimistas y destructivas y atreverse a hacerlo, sobre todo cuando se trate de nuestro crecimiento personal. Cuando la actitud positiva se impone, el espejo de nuestra vida reflejará esperanza y determinación para derribar todo obstáculo que atente contra nuestra libertad de elegir el mejor camino para transitar con alegría de vivir, sin influencias, manipulaciones e inducciones de por medio, porque nosotros somos el reflejo de nuestro destino y en nuestra actitud se consolida el resultado esperado a alcanzar por cada ser humano, para que nuestras acciones exteriores sean el reflejo de nuestros deseos interiores.
Es intentando lo imposible cuando se realiza lo posible.
El ser humano nace con un conocimiento primario, primitivo, instintivo e intuitivo. Es esa información interna que se manifiesta a través de sensaciones e impulsos y que lo hacen actuar inicialmente bajo un libre albedrío carente aún de un razonamiento lógico, sólo actúa por instinto ante determinados estímulos provenientes del exterior, su vida la comienza bajo un régimen de acción pura, de de una verdad absoluta al experimentar su unidad como parte de un todo que le gobierna, porque su interior al estar ajeno a la influencia externa se libera para manifestar sus necesidades más básicas de supervivencia. Conforme su conciencia despierta, su verdad se adormece cuando comienza a adaptarse al entorno, e inconscientemente busca afanosamente la verdad de su realidad última, sin percatarse que ya la posee desde origen, y sin embargo cada vez se aleja más de ella, en la medida en que se obsesiona por alimentar su ego, alimenta la ignorancia de sí mismo, al imponerse y cultivar el conocimiento ajeno a su entendimiento individual, evade y ahuyenta a su conciencia por el temor a la crítica, al rechazo, a la indiferencia y sobre todo a la soledad lo que le impulsa a buscar el apego, la pertenencia a lo exterior, a la muchedumbre, a las masas, a las multitudes, que le atrae hacia el reconocimiento, la vanidad y el poder; cuando en esa obsesión de evadirse se siente preso de sus prejuicios, culpas y remordimientos al anhelar el sentido de pertenencia, cuando en realidad se percibe ajeno a él mismo y la verdad por ende no se revela al no vivir acorde a sus principios, deseos y anhelos de vida. La independencia no se encuentra en alejarse del mundo exterior, ni mucho menos en aislarse, sino en actuar en coherencia a su individualidad, en descubrir que el conocimiento que le lleva a la verdad se encuentra en su conciencia, su interior, su esencia misma; para experimentar en la constante introspección ese sentimiento de libertad al saberse dueño de sí mismo, porque la verdad exterior es referencia, mientras que la verdad interior es revelación.
Pide fuerza para decir la verdad y ganarte el respeto de los fuertes, y no para mentir y ganarte el aplauso de los débiles.
Descubriendo que la verdad se origina desde uno mismo, se transforma en una posesión exclusiva más no colectiva, cuando se descubre una verdad a medias, en ese sentimiento de falsedad e inseguridad, lo compensamos exteriorizando para condicionar, imponer e inducir como un medio de reafirmar el ego y autoengañarnos sobre un conocimiento que adolece de coherencia, ya que el respeto individual se origina no en ganarse el respeto de los demás convenciéndolos más con palabras que con hechos de algo carente de vivencia y entendimiento individual, trasformándolo en una mentira, es decir, una verdad incompleta y a medias, ya que las palabras por sí mismas no reflejan el auténtico y real sentido de lo que percibimos en nuestro entorno exterior e interior, solamente representan símbolos, etiquetas y expresiones que no abarcan la totalidad de lo que nuestros sentidos perciben, el respeto se origina desde uno mismo, en aceptarnos sin prejuzgarnos, en crecer sin reprimirnos y en amarnos sin coaccionarnos; la debilidad surge en la falta de autoestima y seguridad para enfrentarnos no sólo al mundo exterior sino al nuestro universo interior, y de ahí extraer esa verdad que nos proporciona no sólo seguridad y autoestima, sino libertad para sentir, expresarnos y actuar conforme lo dicta nuestra conciencia y nuestros impulsos guiados por el buen juicio y el razonamiento lógico; porque una mentira al ser reafirmada y sustentada en la conciencia, se transforma en una verdad ajena a nuestro potencial de crecimiento y evolución interior, ya que el respeto se gana con hechos consistentes, más no con palabras vacías de entendimiento.
La vida será lo que tú quieres que sea, si no le preguntas a los demás que debe ser.
El ser humano se procura así mismo para experimentarse independiente y libre actuando acorde a sus ideales en un sistema social, político y religioso que constantemente le sojuzga, manipula e induce a todo momento; y sin embargo ese mismo sistema es necesario, debido a que es ahí donde se desenvuelve, desarrolla y evoluciona como individuo, en la diaria convivencia en sus diversas etapas: personal, familiar, social, laboral, político y religioso. Todos estos aspectos en su conjunto son vitales para la exploración de su individualidad como parte integral de un todo que armoniza conforme a sus necesidades de supervivencia y en la búsqueda de consolidar sus satisfactores más esenciales, a nivel material y espiritual. Y sin embargo, en esta integración social, el individuo en ese sentimiento de pertenencia, se siente en la mayoría de las veces aislado, debido a que mucho de su actuar lo basa en la dependencia social en su actuar, comportarse y guiarse a través de las normas ya establecidas, de la mecanicidad de la rutina, de la constante inducción y manipulación en que se siente sometido por los medios masivos de comunicación, insertándole en su mente las guerras, la corrupción, secuestros, violencia en todas sus gamas, fanatismo religioso, crisis alimentaria y económica, calentamiento global, hambruna, programas de entretenimiento que adormecen su intelecto y apagan su espíritu creativo, así como la obsesiva inducción hacia los placeres sensuales. Todos estos factores provocan que el individuo se sienta saturado, atemorizado, sojuzgado, deprimido y reaccionario ante lo que amenaza su armonía y equilibrio mental y emocional. Insertándole una sensación de hartazgo y temor para emanciparse de toda esta pléyade de bombardeo social que le arrebatan su iniciativa y deseo de sentirse libre, para hacer la diferencia entre los que se derrotan por la angustia ante un porvenir no sólo abrumador sino incierto. La libertad comienza desde que nos atrevemos a conducirnos acorde al sentimiento de pertenencia hacia nuestras aspiraciones unipersonales, a nuestros impulsos creativos, a conducirnos con la confianza en nuestras propias facultades y capacidades, a ser dependientes de nosotros mismos e independientes de un entorno que aún cuando es necesario para explorarnos y potencializarnos, a no ser parte de los que se mantienen pasivos e indiferentes ante su entorno exterior, marchitando toda posibilidad de crecimiento interior; sino comenzando desde nuestro núcleo, nuestro universo interior, irradiando nuestra actitud en las diversas etapas del entorno en que nos desenvolvemos, con absoluta confianza en nuestro actuar y encaminándonos por la vida, sin influencias externas, porque la vida será lo que deseemos que sea, en la medida en que cristalicemos nuestros sueños e ideales, sin depender de nadie para construir nuestro propio destino, más que nuestro corazón, nuestro voz interior.
La vida es como un espejo: te sonríe si la miras sonriendo.
La vida es el espejo de nuestras acciones que día a día ejecutamos con la finalidad de lograr consolidar los propósitos que nos hemos establecido para alcanzar un ideal específico de desarrollo personal, y que se ve reflejado en nuestra actitud ante la vida. Muchas de nuestras vivencias nos han dejado un amargo sabor de boca, cuado las cosas no han funcionado como lo esperábamos, cuando se nos han presentando situaciones inesperadas con resultados dolorosos, cuando hemos sido denigrados, violentados o humillados, cuando hemos perdido toda esperanza de recuperar lo que sentimos perdido, cuando la amargura y el desasosiego invaden nuestra autoestima. Nuestro espejo de vida se altera, se deforma, se estrella, se obscurece, y sólo percibimos una sombra de angustia y decepción por la vida, nos sentimos avejentados, no físicamente, sino emocional y mentalmente, cuando se pierde gradualmente el optimismo por el porvenir; ese espejo de vida sólo refleja desesperanza y temor, para retomar las riendas de nuestro destino, para otorgarnos una nueva oportunidad para iniciar nuevos proyectos de vida, para concedernos una nueva oportunidad de amar, una nueva oportunidad de levantarnos de una enésima caída y aún maltrechos e inseguros, dar un nuevo paso, atrevernos a hacer aquello que en su momento no hicimos reprimiéndonos por el temor al que dirán, por la falta de confianza y seguridad en uno mismo, a no dejarnos agobiar por un entorno que en ocasiones se torna caótico e incierto, aún en esa angustia y duda, hacer la diferencia con nuevas acciones creativas y novatorias, a ser optimista aún cuando la vida no nos sonríe, aún cuando los demás piensen y aseguren que ya no hay esperanza o nada por hacer, independizarnos de las actitudes pesimistas y destructivas y atreverse a hacerlo, sobre todo cuando se trate de nuestro crecimiento personal. Cuando la actitud positiva se impone, el espejo de nuestra vida reflejará esperanza y determinación para derribar todo obstáculo que atente contra nuestra libertad de elegir el mejor camino para transitar con alegría de vivir, sin influencias, manipulaciones e inducciones de por medio, porque nosotros somos el reflejo de nuestro destino y en nuestra actitud se consolida el resultado esperado a alcanzar por cada ser humano, para que nuestras acciones exteriores sean el reflejo de nuestros deseos interiores.
Es intentando lo imposible cuando se realiza lo posible.
Lo imposible es la negación de lo posible, cuando nos negamos a vivir acorde a nuestros verdaderos deseos, cuando nos sometemos a nuestra visceralidad, cuando nos permitimos ser débiles ante los grandes retos existentes en nuestra vida, cuando nos culpamos y recriminamos por las experiencias dolorosas e indeseables del pasado, cuando nos agobia y obsesiona el porvenir, cuando hemos perdido la espontaneidad y alegría por vivir, cuando nos sometemos y doblegamos ante las críticas y a las imposiciones externas y cuando nos engañamos al aparentar ante la sociedad negando nuestra esencia, adquiriendo multiplicidad de facetas y personalidades por una necesidad imperiosa de pertenencia, buscando pluralidad en lugar de singularidad; simplemente cuando carecemos de la disponibilidad para encarar una situación determinada, es cuando se manifiesta lo imposible, cuyo fundamento descansa en la simple ignorancia de nuestras potencialidades humanas, cuando el conocimiento ya lo poseemos, en percepción, imaginación, inteligencia creativa, instinto y razonamiento; esas facultades son nuestras herramientas ¨primitivas¨ que por añadidura poseemos y que son fundamentales para enfrentar cualquier situación y reto que se nos presente durante el curso de nuestra vida, el cuál es conocimiento interior latente para ser explorado, expresado y aplicado al exterior, para descubrir y comprobar que cada ser humano posee todo cuanto desea de la vida, no lo que espera de ella externa y materialmente, sino el transformar lo intangible en tangible, lo ilusorio en realidad, los ideales abstractos en acciones concretas, lo negativo en positivo, el pesimismo en optimismo. El temor que a cada uno de nosotros nos agobia y obsesiona y que conceptualizamos por imposible es el desconocimiento de lo que aún no hemos experimentado, es decir la respuesta no se encuentra en experimentar necesariamente lo exterior, sino lo interno, nuestras facultades instintivas, ese conocimiento es puro, auténtico y esencial, el cuál se expande y manifiesta cuando confiamos en nuestra voz interior, nuestros impulsos o corazonadas expresadas a través de las sensaciones y que se transforman en hechos tangibles y posibles, entregándonos a ese mundo interior en espera de ser manifestado al exterior, ante lo desconocido, incierto, negativo, ilusorio e imposible. Cuando hay auténtica disposición para encarar la vida cómo está deviene, sin imponernos ningún tipo de prejuicio o recelo, se produce una transformación en nuestra personalidad, experimentando plenitud, alegría y libertad, porque nada es imposible para una mente disponible!.
Si estás sólo ten valor para acompañarte.
El ser solitario y el estar solo, aparentan ser lo mismo, sin embargo, el sentirse solitario, es la sensación de un vacío, producto de la dependencia o el sentido de pertenencia a algo que nos brinde seguridad y confort, es la necesidad en ocasiones obsesiva por sentirnos cobijados por la sociedad en busca de un status, de reconocimiento y aceptación; a través de las ideologías políticas, de los cultos religiosos, del sentido de patriotismo, o de una determinada organización o institución; es cuando aparentemente pertenecemos a algo, ya que nos proporciona identidad y eso evita el que nos sintamos ¨aislados¨, y sin embargo aún cuando estamos rodeados de gente, en ocasiones nos sentimos indiferentes, ausentes, vacíos y solitarios, produciéndonos una sensación de hartazgo y rechazo hacia nuestra individualidad; cuyo inmediato impulso es alejarse lo más rápido posible, ya no necesariamente como un medio de evasión a la realidad, sino que este impulso obedece a nuestro instinto de recuperación emocional y equilibrio mental, es cuando se descubre que la soledad es necesaria cuando nos sentimos agobiados, tristes, confundidos, desesperados, incoherentes, inestables y molestos por una incapacidad para encontrar respuestas que satisfagan nuestras inquietudes internas. El estar solos es un momento sublime de autonocimiento a través de la introspección, es nuestro espacio íntimo de diálogo y comprensión de nuestras inquietudes existenciales, las cuáles se develan cuando nos otorgamos el tiempo necesario para analizar, comprender y llevar a efecto todo cuánta corazonada surja de esa inaudible voz que nos impulsa a actuar conforme a sus preceptos innatos, en donde la mejor compañía no es siempre estar rodeado de las multitudes, ese sólo representa nuestro desenvolvimiento para conocernos, descubrirnos, experimentar, madurar y expresar nuestra capacidad de estar en la convivencia, no para ausentarnos, sino para que en la comprensión de nuestra actividad en la soledad reflexiva, evolucionar y crecer en la convivencia exterior. El sentirnos solitarios es carencia de autoconocimiento para desenvolvernos en la convivencia, mientras que la soledad es el acompañamiento permanente de nuestra esencia, es esclarecimiento y reafirmación personal de lo que representamos en esta vida. Ya que el mundo exterior no podría ser posible comprenderlo, asimilarlo y trascenderlo sin el conocimiento de nuestras facultades primitivas, nuestro conocimiento interior, la llave que conduce a la libertad del Ser.
Si la vida es el principio y la muerte es el final, cuál es el término medio?
Entre la vida y la muerte hay una doble percepción: por un lado cuando la vida cesa, la muerte aparenta ser su ciclo final; y por el otro cuando la muerte cesa, comienza una nueva etapa, aún desconocida por el ser humano, que es considerada de transitoriedad, del inicio de una vida espiritual y ante la cesación de una muerte terrenal. Cuando la muerte física ha concluido, el alma que es considerada el soplo vital que ingresa en la primera inhalación durante el nacimiento, abandona el cuerpo inerte para ingresar nuevamente a su estado original, a la energía universal. Y por otro lado la muerte es considerada el final de los tiempos en el ciclo de un ser humano, donde lo espiritual sólo representa un estado mental, ocasionado por un temor a enfrentar y experimentar lo desconocido, lo que obliga al ser humano a aferrarse a todo tipo de creencias y cultos con la finalidad de aliviar transitoriamente su angustia y sentimiento de vacío interior, ante la incertidumbre de la única certidumbre que posee el ser humano, la muerte física. Que más hay allá?, nadie puede precisarlo, ni aquellos que creen fervientemente en la continuidad del alma , la que es considerada inmortal, en forma de reencarnaciones como un estado constante de purificación para reintegrarse a lo que dio origen a la creación del universo; ni aquellos que enfatizan que después de la muerte todo ha cesado definitivamente, sólo hay vacío y pérdida absoluta de la conciencia del Ser!. Ambas posturas carecen de elementos fehacientes que respalden sus respectivas teorías. Sólo una postura es cierta, y es lo que experimentamos en nuestra realidad actual, en nuestro presente vital, en nuestros instantes sublimes un concepto establecido por el ser humano, llamado tiempo que es un periodo relativo de nuestra conciencia, entre el observador y lo observado, entre esto y aquello, entre lo que es y no es, entre el pasado y el futuro. Cuál es el término medio?: el presente, nuestra posesión real, aquellos momentos cuando nuestra mente lo ha experimentado se ha transformado en una acción pasada, y cuando nuestra mente se proyecta ajena al presente, se crea el porvenir o la acción futura, es decir el ser humano en esa evasión de su realidad instantánea, actual y presente, ha creado la dualidad, el principio y el final, cuyo término medio es lo único que poseemos para experimentarnos, no proyectados hacia la vida y la muerte, porque una y otra son realidades de nuestra existencia que no podemos evadir y que forma parte de nuestra conciencia real. El término medio entre la vida y la muerte es vivir nuestro día tan plena e intensamente como si fuera el último de nuestra existencia porque la muerte es el morir a nuestros remordimientos, rencores, temores, ansiedades, culpas y sufrimientos del pasado, porque ese día ya transcurrido debe morir de nuestra memoria, sólo tomando lo positivo que nos haga crecer y madurar, para vivir un nuevo día con un renovados bríos para entregarnos sin ataduras, prejuicios, ni remordimientos al don más preciado que generó alegría y felicidad a nuestro alrededor en nuestros seres queridos: en nuestro llanto que fue el canto del nacimiento, para que al morir en nuestro rostro refleje una sonrisa de satisfacción por haber concretado y cumplido con nuestros sueños, y que en nuestro alrededor albergue el llanto por el ser que dejó de existir y trascendió dejando un permanente legado y recuerdo en quienes le rodearon. Porque la vida es el principio de los tiempos de cada ser humano para encaminarse a su meta final, la muerte; y la muerte es el principio del ejemplo de vida del que supo vivir en la libertad de su Ser!.