miércoles, marzo 31, 2010

El Viajero Sediento

Lentamente, el sol se había ido ocultando y la noche había caído por completo.
Por la inmensa planicie de la India se deslizaba un tren como una descomunal serpiente quejumbrosa.

Varios hombres compartían un departamento y, como quedaban muchas horas para llegar al destino, decidieron apagar la luz y ponerse a dormir.
El tren proseguía su marcha. Transcurrieron los minutos y los viajeros empezaron a conciliar el sueño. Llevaban ya un buen número de horas de viaje y estaban muy cansados. De repente, empezó a escucharse una voz que decía:

–¡Ay, qué sed tengo! ¡Ay, qué sed tengo!

Así una y otra vez, insistente y monótonamente. Era uno de los viajeros que no cesaba de quejarse de su sed, impidiendo dormir al resto de sus compañeros. Ya resultaba tan molesta y repetitiva su queja, que uno de los viajeros se levantó, salió del departamento, fue al lavabo y le trajo un vaso de agua. El hombre sediento bebió con avidez el agua.
Todos se echaron de nuevo. Otra vez se apagó la luz. Los viajeros, reconfortados, se dispusieron a dormir. Transcurrieron unos minutos. Y, de repente, la misma voz de antes comenzó a decir:

–¡Ay, qué sed tenía, pero qué sed tenía!

Reflexión:


Nuestra mente tiende a jugarnos malas pasadas a todo momento, al traicionarnos un pensamiento negativo que altere la armonía de nuestro ambiente social, al sentirnos afectados por la situación actual que vivimos en nuestro sistema social, tendemos por lo general a enfermarnos de stress, a estar permanentemente inconformes con nuestra existencia, al no cumplirse cabalmente nuestros sueños y proyectos personales; nuestra mente comienza a desarrollarse cuando el individuo comienza a comprender y experimentar su entorno, pero por lo general la mente siempre nos mete en problemas. Cuando no se tienen problemas reales, nuestros estados emocionales fabrican problemas imaginarios y ficticios, teniendo incluso que buscar soluciones imaginarias y ficticias, es decir, una ¨hipocondría¨ mental.

Esto y más es provocado por el medio en que nos ha tocado desenvolvernos, y que por diversas razones somos producto su influencia, el cuál nos va moldeando cierta personalidad, que en la mayoría de las ocasiones suele ser opuesta a la que realmente nos pertenece de origen. Y esto es el detonante de nuestros problemas mentales que se derivan en una inconformidad permanente, motivo por el cuál nos va desarrollando una personalidad incoherente e irritable ante cualquier estímulo del exterior, dando como resultado que nuestra actitud ante la vida sea de permanente e irascibilidad.

Si de origen no solucionamos nuestros problemas de personalidad, la vida será de entera insatisfacción; si por alguna causa hemos sido víctimas del medio, el cuál nos ha reprimido y apagado a lo largo de nuestra vida nuestra llama individual, nuestra esencia; en algún momento debemos asumir el control de nuestro destino para retomar aquellos aspectos que pertenecen única y exclusivamente a nuestros deseos más íntimos, a nuestras reales expectativas de vida y a nuestros más anhelados sueños; todo es posible de corregir cuando se posee la actitud positiva y determinante para comenzar a desprenderse de esos aspectos que por mucho tiempo han reprimido y opacado la espontaneidad e iniciativa; si bien nuestros problemas mentales inician cuando experimentamos la convivencia en sociedad, que es una lucha constante por defender nuestros ideales y forma de pensar en algún sector del medio social que oprime y somete, todo tuvo un origen y a partir de ahí es donde podemos comenzar a crear esa independencia mental del medio cuando éste nos resulte adverso, agresivo y manipulador.

Porque la inconformidad ante la vida se deriva de este abandono de nuestras expectativas iniciales, de nuestros deseos de origen, que son reprimidos, ocultados y muchas de las veces sepultados en la profundidad del conformismo moral y emocional, derivando en que todo nos parecerá incoherente e insuficiente; es como tratar de llenar un barril perforado, nunca se llenarán nuestras expectativas de vida por esa falta de claridad en nuestros aspectos personales; nuestras facultades y potencialidades, haciendo lo que realmente anhelamos ser en la vida, actuando en congruencia con nuestro sentir, pensar y actuar. Siempre estaremos sedientos de algo que nosotros mismos desconocemos y que de origen se fue alejando, producto del abandono de nuestra individualidad.

Si la mente está constantemente viajando sin un rumbo definido o sin un control determinante, jamás logrará ubicar sus propósitos y metas a corto, mediano y largo plazo, sobre todo cuando se evade la posibilidad de auto-explorarse en lo emocional para calmar el caos en que se encuentra la mente, donde fluyen todo tipo de pensamientos perniciosos y negativos. Cuando se posee un espíritu libre y entusiasta ante la vida, se ésta en el umbral del cambio, de la búsqueda hacia la libertad de pensamiento y expresión, del despojo de la actitud pesimista e inconforme, de la independencia hacia todo aquello que extinga nuestro deseo de superación, del desprendernos de los clichés sociales: del que dirán, del que pensarán o del que sentirán que sólo reprimen nuestra iniciativa, es decir, del mundo de las apariencias, donde estamos inmersos más en el ego que en lo esencial de nuestra personalidad.

Para aspirar a ser libres, es necesario comenzar a liberarnos de todo aspecto emocional destructivo, de los permanentes prejuicios, culpas y remordimientos que se van adquiriendo a lo largo de la existencia, para que nuestros estados mentales comiencen a estabilizarse y a proyectar nuestros pensamientos hacia actitudes más constructivas y optimistas, descubriendo la vida a cada momento, a saborearla en cada instante, a experimentarla permanentemente sin temer al error o al fracaso, simplemente entregarnos a la enseñanza de las vivencias, a entregarnos al viaje de la vida tomando todo aquello que aporte un valor especial a nuestro destino, hasta saciarnos de ella. Que más da entregarnos a nuestros sueños y metas personales, si finalmente lo único que poseemos y que nos fue regalado fue la vida misma!.

Renacerás

Cuando caminando tu vida encuentres siempre la misma piedra, llévala contigo.
Cuando pierdas un amigo cuando menos lo esperabas, consuélate por haberlo tenido.
Cuando la injusticia te deje desvalido sin aliento, Vuelve a creer.
Cuando ¡Amaste tanto! hasta perder la piel, recupérate pronto, te perteneces.

Cómo pájaro herido, descansa, cura tus alas, vuelve a volar.
Cuando tu vida se vuelva noche, no desesperes, busca las estrellas.Cuando sientas ya tu existencia desperdiciada como un árbol seco, recuerda que la primavera siempre llega, aterciopelando rosas en tu mirada.

Encuentra tu manantial, riega siempre el jardín de tu vida.Renacerás...

Reflexión:

Renacer alegóricamente significa entre tantas definiciones, el rehacerse de nuevo cuando hemos errado el camino; el readaptarse a las nuevas circunstancias cuando hasta el momento todo ha sido equivocado y orientado al fracaso; el reincorporarse cuando más impotentes nos sintamos para levantarnos por enésima vez al caer de nuevo en nuestras debilidades e indecisiones; el reasumir la responsabilidad de nuestros actos con sus consabidas consecuencias, es decir, el hacernos responsables de nuestra vida.

Renacer es morir a nuestra personalidad anterior, aquella que sólo nos ha llevado a la desdicha y a la insatisfacción, es morir a nuestra pereza mental, a nuestra necesidad irracional de sentido de pertenencia, con la que pagamos un alto precio, al someter nuestra individualidad por la necesidad de alimentar el ego, de pretender elevar la autoestima renunciando a nuestra esencia real; de morir a nuestra soberbia y prepotencia, la cuál es sólo un caparazón o mecanismo de evasión, cuando en realidad lo que estamos demostrando es lo débiles que nos sentimos, nuestra carencia interna; morir a la dependencia ilusoria en que algún sector de la sociedad, nos ha impuesto sus normas conductuales de convivencia y status quo; de morir para renacer: morir a nuestra personalidad vana anterior para renacer en una individualidad tangible, con la tendencia hacia la libertad de Ser, pensar y expresar.

Si el renacer es morir cada día de nuestra vida para renacer a una nueva oportunidad, para corregir aspectos de nuestra personalidad que por alguna circunstancia ajena o propia no hemos corregido hasta el momento; es el momento de hacerlo, de no dudar más para dar el paso, de no temer errar cuando en realidad lo que estamos haciendo es concedernos una nueva oportunidad para desarrollarnos, para reagrupar nuestras ideas, nuestros proyectos personales, para amar, para crecer y evolucionar.

Si hasta el momento no estamos satisfechos con nuestra realidad actual, ya no hay que esperar más, es la oportunidad para ¨morir¨ a esa insatisfacción y frustración, renacer con nuevos bríos, recuperar la energía extinguida, recuperar la fe en nuestras capacidades explorándolas y llevarlas hacia ideas concretas; de no perder la esperanza en que tarde o temprano serán una realidad y se consolidarán siempre y cuando trabajemos activamente, con fundamentos realistas cumpliendo paso a paso para corregir, mejorar y potencializar las metas primarias para alcanzar aún mejores resultados, que superen nuestras expectativas iniciales hacia la meta final.

Renacer es ser flexibles, pacientes y tolerantes ante las adversidades que se presentan a todo momento en la vida, de aceptar los cambios, de percibir oportunidades inesperadas y tomarlas sin dudar, porque son señales que nos abren portales de crecimiento y madurez. Porque renacer es tener la mentalidad que la vida no termina cuando hemos llegado al fin de nuestra existencia. La vida termina cuando estamos en la alborada de la noche, cuando estamos preparados para dormir, en una oración interna no sólo nos entregamos a un sueño profundo y reparador; entregamos cuentas de nuestras acciones durante el día, para ser juzgadas por nuestra conciencia, para valorar aquellas decisiones o indecisiones, aquellos aciertos o desaciertos, aquellos juicios o prejuicios, aquellas oportunidades o tropiezos, aquellas satisfacciones o insatisfacciones, aquellas actitudes optimistas o pesimistas, simplemente nos entregamos a la alborada de la finalización de un ciclo más, de un día aparentemente ordinario que encierra todo un complejo y extraordinario mundo de vivencias, encauzadas hacia un propósito definido y claro: vivir, morir y renacer, el ciclo de las existencias diarias, para experimentar en la medida de nuestras posibilidades y de la evolución de nuestra conciencia, el extraordinario sentido interno de dios a través de nuestra esencia externa de la personalidad humana.

Y en ese ir y venir constante y perecedero, tenemos la oportunidad de perfeccionar uno a uno tanto nuestros aspectos internos como externos, para llegar a ese estado de liberación, mental y emocional; para sentirnos cada vez más libres y más seguros de nuestras potencialidades; porque aún cuando lo poseamos todo en lo referente a lo económico, social y patrimonial, de nada servirán cuando nuestra existencia interior es vacía y desoladora, y el aferrarnos a lo externo y material obsesivamente, sólo evadimos lo esencial: nuestra plenitud espiritual. Por eso la vida nos concede no toda una existencia para lograr nuestros propósitos primarios, sentirnos realizados y felices en lo interno; porque el pensar que tenemos toda una vida para lograr nuestros propósitos, es relajarnos y entregarnos al ocio y el pesimismo, perdiendo la oportunidad de vivir de instante en instante el momento presente, que es el contacto real con nuestros procesos internos interconectados a los procesos externos de nuestro entorno natural y universal. Ya que al final del camino de una jornada más, quizás tendremos una nueva oportunidad de renacer a un nuevo día, que es una nueva oportunidad para dejar de ser soberbios, siendo humildes aceptando que cada día es una invaluable oportunidad de experimentar a Dios que habita en nuestro interior.

Naufragio

El único sobreviviente de un naufragio llegó a la playa de una diminuta y deshabitada isla. Pidió fervientemente a Dios ser rescatado, y cada día escudriñaba el horizonte buscando ayuda, pero no parecía llegar.

Cansado, finalmente optó por construirse una cabaña de madera para protegerse y almacenar sus pocas pertenencias. Entonces, un día, tras merodear por la isla en busca de alimento, regresó a su casa sólo para encontrar su cabañita envuelta en llamas, con el humo ascendiendo hasta el cielo. Lo peor había ocurrido: lo había perdido todo. Quedó anonadado de tristeza y rabia: «Dios mío, ¿Cómo pudiste hacerme esto?» se lamentó.

Sin embargo, al día siguiente fue despertado por el ruido de un barco que se acercaba a la isla. Habían venido a rescatarlo.

-¿Cómo supieron que estaba aquí?

-Preguntó a sus salvadores.

-Vimos su señal de humo –contestaron ellos.


Reflexión:

En infinidad de ocasiones el destino de la vida nos enfrenta a todo tipo de circunstancias inesperadas que las etiquetamos como adversidades, cuando en realidad son llaves para ingresar a los portales de nuevas experiencias, nuevas emociones y nuevas sensaciones; pero tal parece que le damos mucho mayor interés e importancia a lo superficial y externo, motivo por el cuál obedecemos al instinto del prejuicio, es decir una actitud o comportamiento impulsivo sin un razonamiento previo, y este tipo de actitudes, sólo nos elimina oportunidades grandiosas de descubrir los misterios que rodean a nuestra naturaleza y que nos enriquece sobremanera para orientar nuestros esfuerzos a acciones con mayor uso de conciencia y mayor certidumbre hacia senderos más favorecedores.

Cuando somos merecedores o victimas de una circunstancia determinada, nuestra primera reacción es impulsiva, irracional y emotiva; embargándonos la sorpresa, la angustia, la desesperación, el terror, la impotencia y el coraje; en estos momentos de apremio nos sumergimos en un mar de incertidumbre y desolación; e inmediatamente buscamos culpables hacia la causa, cuando en realidad sus consecuencias son fruto de un descuido o una distracción, no necesariamente en el exterior, sino de las señales que nos envía a torrentes la vida a cada momento, hacia nuestros procesos internos de percepción para despertar y desarrollar la intuición. Y que en lugar de buscar un culpable, es cuando mayor importancia se debe enfocar a el porque de las cosas, a profundizar en su contenido en lugar de naufragar, ahogándonos en un vaso de agua, flotando en la superficie de la ignorancia y el pesimismo.

Es imperante recordar que la conciencia es como la superficie de un lago cristalino, refleja aquello que captan nuestros sentidos del entorno externo que nos rodea, y eso representa la apariencia, lo superficial; y por el contrario, nuestros aspectos internos, la subconciencia es la que registra y decodifica aquello que registran nuestros sentidos, es el almacén de todo aquello que percibimos y que inconscientemente se capta sin una atención previa. Y cuando adoptamos la actitud de la superficialidad y la apariencia; es lo que nos provoca el ser impulsivos, irracionales, incoherentes y prejuiciosos, lo cuál nos antepone un velo ante nuestros ojos internos, siendo incapaces de analizar y decodificar las realidades últimas y verdaderas de la vida.

El mantener una mente perceptiva y serena ante lo que etiquetamos como adversidad, seremos capaces de ver el trasfondo y el porque de las vivencias, para que éstas se transformen en experiencias y nos doten más delante de sabiduría. Esto, por supuesto nos evitaría el caer una y otra vez en las redes del error y la equivocación, evitándonos un sinnúmero de problemas que nos acarreen culpas y remordimientos. Porque la próxima vez que nuestra cabaña, nuestro refugio vital se encuentre envuelta en humo, en lugar de dejarnos llevar por lo exterior y el prejuicio; es momento de mantener la calma, razonando cuál es el mensaje que nos muestra tal o cuál vivencia, por muy inesperada e impactante que ésta parezca, actuando inteligente y acertadamente para resolver el aparente conflicto; es fácil caer en la desesperación y la impotencia, por lo cuál es necesario ser pacientes y tolerantes aún cuando el entorno parezca caótico, agresivo y abrumador; de otra forma éste entorno terminará por contaminar y desestabilizarnos mental y emocionalmente. Y realmente vale la pena ser presas de las provocaciones, envidias, rechazos e indiferencias?.

Finalmente es nuestra vida, y en nuestras manos se encuentra el poder latente de darle un rumbo diferente a nuestras actitudes, sin importar los agentes agresores que limitan y reprimen nuestra evolución. Todo tiene una razón del porque suceden las vivencias; lo importe es saberlas captar y comprender en el momento justo de su acción, para actuar en conformidad con su magnitud, aprendiendo de ellas y acumular toda la información posible para fines de crecimiento personal.

Porque los problemas son como una rosa; es necesario retirarle gradualmente sus pétalos o capas, para llegar a la esencia del problema y saberlo resolver satisfactoriamente, degustando el néctar de su conocimiento que desemboca en sabiduría.