Utopia
Si todo cuanto hemos experimentado
pudiésemos aspirar a controlar por lo menos un ciento por ciento de las
situaciones inesperadas, quizás algo diferente sería el acontecer de nuestra
existencia, habrían mejores expectativas de salir avante ante situaciones
desagradables y no con tantas secuelas. Tratamos en lo posible de ofrecer
nuestra mejor cara ante esta serie de imprevistos; especialistas en el tema
afirman que la mayoría los provocamos inconscientemente. Hay evidencias
testimoniales que el pensamiento atrae todo por naturaleza sea para bien o para
mal, y que por ende, se afirma que hay entre nosotros una ley de atracción
natural. Si esto es una afirmación podríamos tener una posibilidad para deducir
lo que se conoce como evento inesperado, y más aún, poder redirigir nuestros
pensamientos hacia lo que sentimos sea positivo y de beneficio para nuestro
crecimiento en cualquier ámbito, y por el contrario, si gran parte de los
desaciertos y pesadumbres que nos suceden, se deben a esta teoría de la
atracción, bien pudiésemos hacer un ejercicio de cambio de actitud y comprobar
si realmente los pensamientos negativos son el causante de nuestras aparentes
desgracias, que vamos arrastrando a lo largo de nuestra existencia. Llegamos a
la conclusión tácita que somos lo que pensamos; en síntesis nuestra realidad es
mental en su totalidad, y si funcionamos en relación con nuestro entorno, nos
lleva a que todo el universo que nos rodea actúa con esta condición.
Sin embargo, no
podemos pasar por alto, que una vez que suceden estos eventos, ya es práctica y
lógicamente imposible evitarlos o regresar el tiempo para remendarlos y
canalizarlos a un mejor término. En éstos casos no queda más que superar lo más
pronto posible las secuelas y aprender de la experiencia, para estar más
alertas y preparados para futuros imprevistos. Y aquí aparenta que caemos en
una contradicción, porque cuando nos referimos a un evento inesperado, es
porque no hay forma de pre-sentirlo o esperar lo que no sabemos que va a
suceder, e intentar estar alertas a lo que no sabemos en que momento va a
suceder en el futuro inmediato, es caer en un alto grado de ansiedad y temor
hacia lo inesperado, por tanto se perdería la espontaneidad del presente, y
nuestra existencia se tornaría en un cúmulo de obsesiones enfermizas por desear
atrapar lo que no es tangible. Cuando ya se tiene una vida acumulada de
experiencias, se va comprendiendo el ir y venir de la vida, con sus claroscuros
e imprevistos, decepciones y frustraciones, de relaciones que no funcionan, o
cuando el fracaso sentimental es reiterativo y no queda lugar más, que para el
pesimismo y la resignación a una soledad que no haya su reafirmación; la
incertidumbre ya es inherente y la zozobra es constante hasta el final de
nuestros días, o por lo menos así es como lo percibimos, porque por naturaleza
somos pesimistas al sentirnos despojados del don de la precognición.
Cuando no logramos
sostener la certidumbre a pesar que las condiciones actuales sentimos que no
son favorables, e incluso cuando todo pinta favorable sospechamos que
algo no encaja y terminamos por echar todo a perder, si la naturaleza nos
traiciona, llevándonos a cometer errores, a generar desconfianza en nuestro
entorno, a precipitar los procesos que requieren paciencia y objetividad, y nos
regimos por una doble moral; se transforman en distractores que desquician
nuestra capacidad de concentración y, por ende el estado de alerta hacia el
proceso natural de nuestro entorno, perderemos la percepción de los movimientos
naturales que emanan a nuestro alrededor y que dan por consecuencia que
propiciemos pensamientos negativos que derivan en la emanación de situaciones
desconocidas e inesperadas, prejuzgando lo que por naturaleza debería
entregarse a vivir con intensidad y desenfado. Lo inesperado llega cuando nos
obsesionamos por lo desconocido, recreando escenarios que desvirtúan la
realidad, la cuál debería ser espontánea, absorbiendo cada momento tan pleno de
aprendizaje en lugar de condicionarlo con pensamientos negativos, que somos
producto de nuestra realidad, de nuestros errores, de nuestro destino y
situación actual; por más que sintamos que una losa pesada aplasta nuestra
dignidad y alegría por vivir, el hecho de disponer de nuestra conciencia, nos
da los elementos suficientes para luchar por la libertad y la felicidad que
tanto anhelamos y qué, con el paso del tiempo se ha deformado en una utopía!.
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