viernes, julio 03, 2009

Percepción Incorrecta

Un jinete vio que un escorpión venenoso se introducía por la garganta de un hombre que dormía tumbado en el camino. El jinete bajó de su cabalgadura y con el látigo despertó al hombre dormido a la vez que le obligaba a comer unos excrementos que había en el suelo. Mientras, el hombre chillaba de dolor y asco:

-¿Por qué me haces esto? ¿Qué te he hecho yo?

El jinete continuaba azotándolo y obligándole a comer los excrementos.

Instantes después, aquel hombre vomitó arrojando el contenido del estómago con el escorpión incluido. Comprendiendo lo ocurrido, agradeció al jinete el haberle salvado la vida, y después de besarle la mano insistió en entregarle una humilde sortija como muestra de gratitud. Al despedirse le preguntó:

-Pero ¿por qué sencillamente no me despertaste? ¿Por qué razón tuviste que usar el látigo?

-Había que actuar rápidamente -respondió el jinete-. Si sólo te hubiera despertado, no me habrías creído, te habrías paralizado con el miedo o habrías escapado. Además, de modo alguno hubieses tomado los excrementos, y el dolor de los azotes provocaba que te convulsionases, evitando que el escorpión te picara.

Dicho lo cual, partió al galope hacia su destino.

No lejos de allí, dos hombres de una aldea vecina habían sido testigos del episodio. Cuando regresaron junto a sus paisanos, narraron lo siguiente:

-Amigos, hemos sido testigos de unos hechos muy tristes que revelan la maldad de algunos hombres. Un pobre labrador dormía plácidamente la siesta a la vera de un camino, cuando un orgulloso jinete entendió que obstaculizaba su paso. Se bajó de su caballo y con el látigo comenzó a azotarlo por tan mínima falta. No contento con eso, le obligó a comer excrementos hasta vomitar, le exigió que le besara la mano y además le robó una sortija. Pero no os preocupéis, a la vuelta de un recodo hemos esperado al arrogante jinete y le hemos propinado una buena paliza por su deplorable acción.

Reflexión:

Un problema muy sutil que nos aqueja a los seres humanos es nuestra falta de sensibilidad y percepción para asumir una opinión o crítica ante una acción o forma de ser de nuestro prójimo, producto de una falta de juicio ante el desconocimiento propio de los hechos y de la persona en sí, cuando la tratamos ya sea un familiar, una amistad o una pareja, por lo general nos formamos una idea muy vaga e inexacta de lo que deseamos proyectar en relación a su personalidad y que en la mayoría de las ocasiones erramos en dicha percepción, e incluso ante las primeras impresiones idealizamos a la persona, creando con ello una falsa expectativa de lo que realmente pudiere ser su verdadera esencia, tanto innata como formativa, provocando que nuestras opiniones o acciones sean literalmente equivocadas y poco afortunadas.

Una correcta percepción de los hechos, es obtener los elementos necesarios para establecer una opinión o acción adecuada que no trastorne la armonía de la persona involucrada, comenzando desde los padres a quienes nos engendraron y con quienes hemos convivido toda una vida, prejuzgamos su actuar por su constante preocupación e inevitable sobreprotección, aún cuando sus acciones no sean necesariamente lo más justo, terminamos juzgándolos y reprobando sus decisiones, generando con ello tensiones emocionales que van demeritando el profundo amor que profesan por nosotros, entendiendo que desde su propia percepción hacen lo correcto y que no coincida con la nuestra, en cambio esa tensión se transforma en armonía cuando ambas percepciones coinciden.

En una amistad, esta se genera cuando nos topamos con un ser que es coincidente en pensamiento, gustos, ideas y extravagancias y lo adoptamos como un reflejo aproximado de lo que proyectamos de nosotros mismos, creando nuevamente un ideal, esta peculiaridad nos sensibiliza de tal forma que la convertimos en nuestro confidente, encontramos un medio ideal para descargar nuestras experiencias pasadas, aventuras, desventuras, preocupaciones y anhelos por alcanzar, y en esa correlación de caracteres, idealizamos a esa amistad deseando sea perdurable, al considerarla nuestra ¨válvula sentimental de alivio¨, por lo que nuestra percepción la basamos en un sentimiento sin un conocimiento pleno de la persona, y ante la mínima falta, error, deslealtad o indiscreción, se derrumba súbitamente ese ideal, terminando absurda y abruptamente la relación de amistad.

Por otro lado cuando de esa naciente amistad ante ese cúmulo de ¨coincidencias¨ idealizamos a la persona, comienza la exploración a una siguiente etapa, nace el anhelo y el deseo por llevar más allá la relación, comienza a surgir la emoción, las expectativas para proyectar a esa persona como la potencial pareja que aspire a convivir en nuestra vida, surgen los detalles espontáneos y las llamadas constantes, comienza el cortejo y la convivencia para aproximarnos lo más posible hacia ese ideal que hemos formado en nuestra mente, sin embargo aquí surgen dos expectativas: por un lado cuando tratamos de acercarnos a alguien, la persona en cuestión se mantiene a la defensiva y en un recelo constante, y entre más buscamos ese acercamiento mayor es su resistencia y evasión, seguramente ocasionado por experiencias pasadas que originan ese recelo o por el temor a involucrar los sentimientos y sentirse vulnerable ante esas sensaciones desconocidas, eliminando abruptamente una valiosa oportunidad de amar, generando con ello una percepción incorrecta de nuestros sentimientos hacia determinada persona.

Y finalmente ya en una relación consolidada, en el matrimonio o en la unión libre, nuestra percepción inicial es de esperanza, de sueños y metas por alcanzar con la pareja, todo en un principio es emoción, descubrimiento, nuestras expectativas son las mejores, conforme el conocimiento real llega, esa percepción inicial se va transformando de un ideal a una real percepción de la personalidad de la pareja, surge la necesidad por adaptarnos a las ¨nuevas¨ circunstancias, a fin de no derrumbar nuestras expectativas de vida, nos aferramos a todo tipo de situaciones inesperadas para buscar una conciliación ante las discrepancias y formas de pensar, y una vez llegado los hijos, desviamos nuestra atención hacia ellos, en su bienestar y cuidado y poco se invierte en consolidar la unión de pareja, una vez que los hijos se van, ya a una edad madura nos encontramos nuevamente ante la oportunidad de resarcir aquello que no pudimos reconciliar en el inicio de la relación, aún cuando nuestra percepción no cubrió las expectativas iniciales, la convivencia, las discusiones, los acuerdos, las disputas, las reconciliaciones, la complicidad, ha reorientado nuestra percepción transformándola en una idealización basada en la convivencia cotidiana y en algunos casos en el miedo a la soledad reprimiendo nuestra libertad de descubrirnos como entes libres e individuales.

Finalmente la percepción que desarrollamos los seres humanos la basamos en su mayoría en nuestras vivencias del pasado, o en las experiencias ajenas, tomando como referente situaciones que se nos han presentado o que potencialmente podrían presentarse, prejuzgando o malinterpretando erróneamente aquello que percibimos de la realidad en que nos desenvolvemos día con día, y que ocasiona que en esa incorrecta percepción perdamos valiosas oportunidades de desarrollarnos integralmente ante aquello que la vida nos ofrece y que denostamos por nuestra incapacidad de hacer a un lado lo pasado y experimentar la vida de instante e instante, porque la percepción de un mundo en constante evolución es vivir y juzgar cada momento, cada acción, cada situación o expectativa como algo nuevo, lo pasado sólo es un producto de la memoria que acumula las vivencias anteriores y que ante nuestra incertidumbre hacia lo desconocido o que consideramos como el futuro nos aferramos sobremanera de lo pasado para evitar sufrir o equivocarnos, cuando en la mayoría de las veces ocurre esto, el placer nos agrada, nos proporciona gozo, armonía, equilibrio; y cuando carecemos de él, surge dolor el cuál nos desagrada y evitamos huir de el, de no enfrentarlo, por ese temor hacia lo que desconocemos, sólo nos aferramos a lo conocido, a lo que ya vivimos, a las experiencias del pasado, más no a las vivencias presentes, solo estamos preocupados por lo que llegara y que aun no conocemos. Y en este mar de dudas e incertidumbre algo que pudiere ser trascendental y sublime, lo reprimimos por nuestros prejuicios, por anticiparnos a lo que surgirá.

Basta con entregarnos a la rutina diaria como una nueva vida, con nuevas expectativas, con una actitud positiva, con nuevos bríos, asumiendo cada responsabilidad como nuevas oportunidades para crecer internamente, descartando de nuestro pensamiento el temor a equivocarnos, para transformar esa rutina en acciones renovadoras que nos llevará a experimentar la vida a su máxima expresión, desarrollando en nuestra personalidad la autoestima para enfrentar con plena seguridad, todo aquello que es agresivo para el crecimiento del ser humano, tales como las críticas, las envidias, la lucha por el poder, la confrontación, la indiferencia, las agresiones en sus diferentes matices, en la búsqueda de nuestra libertad individual.

Una percepción basada en el amor a uno mismo es la barrera infranqueable contra la ignorancia y el fanatismo.