La Sensación ante una pérdida
El ser humano se caracteriza por existir día tras día entre la rutina y el ajetreo cotidiano resultado del ritmo casi automatizado en nuestra actual sociedad, en mayor medida acelerado y estresante de las grandes ciudades, realizamos todo tipo de actividades desde el aspecto familiar, laboral, social y recreativo, todo ello impulsado por la vorágine del tiempo que corre inexorablemente ante nuestros ojos y por lo general sin una plena conciencia de lo que realmente sucede en nuestro entorno emocional y anímico. Toda nuestra vida se desenvuelve en la aparente rutina en la que convivimos con desconocidos, compañeros, amigos y familiares, este desenvolvimiento se transforma casi en una costumbre, con esporádicos momentos de alegría y disfrute a plenitud, generalmente a través de bodas, aniversarios, cumpleaños o algún evento significativo, en el que tenemos la oportunidad de convivir con los seres queridos, familias enteras que comparten sus experiencias personales con la finalidad de estrechar los lazos de unión.
Y envueltos en este ir y venir cotidiano la misma vida se convierte en rutina, una rutina que gradualmente va apagando la intensidad de sentimientos y emociones que expresamos con gran intensidad en momentos significativos y que en esencia son mínimos en comparación con las innumerables actividades personales en relación a lo laboral y recreativo que en la mayoría de las veces están orientadas a consumir casi la totalidad de nuestro tiempo diario, generalmente los días hábiles están destinados a nuestro desenvolvimiento profesional o laboral, quedando poco espacio para la convivencia en familia, la cuál le destinamos el fin de semana, buscando compensar este marcado desequilibrio.
Pero cuál es nuestra entrega en lo personal hacia un ser querido?, estamos convencidos de que los amamos por que hemos emergidos de ellos o hemos convivido prácticamente toda nuestra vida; y cuál es la frecuencia e intensidad de esa expresión emocional?, hemos llegado incluso a caer en la rutina de esa necesidad de expresar nuestro cariño y respeto?, porque llega un momento en la rutina de la convivencia que cada vez somos menos expresivos y emocionales?, que nos impulsa a contener y callar cada vez más aquello que sentimos por alguien? En ocasiones nos valemos de otros recursos ante esa decadencia de emociones, quizás a través de sólo una mirada, de una pequeña broma e incluso hemos llegado a expresar ese sentimiento a través de peleas o discusiones aparentando una excesiva molestia o enojo cuando en el fondo lo que estamos expresando es nuestro verdadero amor y cariño por esa persona!.
Cuando se inicia una relación entre dos personas, la primaria etapa es idealista y casi mágica, entregamos lo mejor de nosotros mismos, adoptamos una ¨atractiva¨ personalidad buscando conquistar a esa persona especial, extraemos lo mejor de nuestro repertorio ante la emoción de consumar esa relación, y sin embargo una vez ¨logrado¨ el objetivo llega la segunda etapa de la relación, el verdadero conocimiento en relación a las costumbres en la convivencia, donde se devela un gran porcentaje de la real personalidad de la pareja, comienza la tercera etapa, los altibajos producto de ese agotamiento de ¨cualidades¨, es cuando emergen los llamados ¨defectos¨ comienza la lucha por imponer la personalidad a la otra persona y viceversa, comienzan las discusiones y los convenios, las diferencias y los acuerdos, y en lo que en un principio fueron detalles, seducción y erotismo, ahora comienza la rutina, se agota en apariencia la ¨creatividad¨ en la pareja para demostrarse y sorprenderse momento a momento lo que sienten mutuamente, y lo que en un inicio fueron verdaderas expresiones de amor, ahora son forzadas y casi obligadas expresiones de un cariño que producto de la convivencia diaria nos llena de angustia y dudas al sentir que la llama comienza a apagarse.
Y así transcurre la mayor parte de la vida tanto en lo familiar como en la relación de pareja, en ese torbellino de emociones que nos impulsa a buscar el aislamiento para tratar de comprender el porque de esta sensación de pérdida o vacío. Cuando el ser humano nacío sólo y sólo morirá, esa sensación de vacío nos acompaña durante toda la existencia, aún rodeados de nuestros seres queridos en algún momento lo hemos llegado a experimentar incluso ante la cercanía de la muerte esa sensacíon adquiere gran importancia en nuestros pensamientos, y cuando intempestiva e inesperadamente sufrimos el alejamiento o pérdida definitiva de un ser querido, experimentamos desde un gran desconcierto hasta un profundo dolor, se experimenta impotencia, rabia, coraje, comienza inmediatamente una regresión de recuerdos y de vivencias que agolpan nuestro pensamiento, una sensación de vacío y dolor invade nuestro interior, furtivas lágrimas emergen de nuestros ojos, nuestro ser se estremece ante el colapso de emociones encontradas, y ocasionalmente lanzamos al firmamento oraciones evocando el doloroso recuerdo de su memoria, nuevamente aparece la sensación de vacío a su máxima expresión, emergiendo remordimientos por aquello que en su momento no alcanzamos realizar o expresarle a ese ser querido, la pérdida es en apariencia definitiva, experimentando finalmente una amarga sensación de soledad e incertidumbre.
Superada esa etapa comienza la resignación, la mirada aún extraviada en el horizonte evoca los más bellos recuerdos y cualidades que esa persona nos legó en vida, el vacío se transforma en emoción contenida ante la posibilidad de que ese ser se encuentra en un lugar más apacible, donde el dolor y el agobio son inexistentes, imaginamos e incluso deseamos convencernos que esas almas que son manifestaciones de energía etérea y que en vida tuvieron la oportunidad de perfeccionarse en su manifestación carnal, han regresado a su lugar de origen, a un mundo de luz, más consolidadas y cuasiperfectas. Incluso la pérdida se transforma en plenitud ante la sensación de percibir y sentir aún la presencia de aquel ser que cumplió su ciclo vital, se experimenta confort y nostalgia al mismo tiempo, donde la memoria y la evocación contrarrestan al olvido y la indiferencia. Porque parte de su esencia queda impregnada permanentemente en nuestro interior. Y esa sensación es el impulso que nos motiva a continuar la obra inconclusa, a cerrar el círculo y consolidar la misión para la cuál fuimos creados: Buscar la libertad interior, la libertad de ser.
Por consecuencia el ser humano en los momentos más apremiantes y dolorosos, cuando experimenta la sensación de una pérdida, ésta es sólo es temporal cuando en el camino se siembra honestidad y apego a los valores humanos más esenciales, inesperadamente surgen las manifestaciones de apoyo incondicional y consuelo, y esa sensación de vacío desaparece ante las múltiples muestras de amistad y cariño, que son el sostén esencial para evitar el derrumbe moral producto de esas inesperadas experiencias, cuyo alimento fortalece el espíritu, hay una sensación de pertenencia, de un encadenamiento de eslabones cuyo fuerza es trasmitida hacia el eslabón más débil, porque en ese débil eslabón recae la fortaleza de la cadena de la amistad y la hermandad, capaz de derribar grandes obstáculos al consolidar su fuerza en la unidad de sus pensamientos hacia un objetivo en común.
Cuando en vida somos capaces de entregar lo mejor de nosotros mismos, de no esperar fechas especiales para demostrar lo mucho que apreciamos y amamos a un ser querido, de no temer quedar vulnerables, al derrochar cariño y preocupación activa por su bienestar, la vida nos regresará esas acciones con múltiples satisfacciones, porque el ser humano cuando es capaz de despojarse de los prejuicios y barreras mentales, tendrá la capacidad y confianza para entregarse a sí mismo, y en ese conocimiento pleno de lo que descubre de sí, podrá percibir lo fascinante que encierra la vida misma que es esa sensación de plenitud y anhelo por crecer día a día, de no perder la esperanza de que el equilibrio y la armonía regresarán nuevamente, de no sentirse vacío o aislado cuando siempre existe una mano dispuesta a ayudar en los momentos apremiantes de la vida y que es el aliciente para levantarse nuevamente y seguir luchando sin descanso ahora con una mayor motivación, porque en el camino siempre existirán personas especiales y valiosas que valen la pena conservar permanentemente, personas que en el momento justo aparecieron en nuestro camino para proporcionarnos esa inyección de vitalidad y confianza en los momentos de zozobra, personas que perdurarán y se consolidarán como parte integral de nuestra existencia.
La sensación de vacío y pérdida se transforman a un estado de plenitud y pertenencia cuando la fuerza vital de la amistad y el cariño incondicional se manifiestan en toda su plenitud!.
Y envueltos en este ir y venir cotidiano la misma vida se convierte en rutina, una rutina que gradualmente va apagando la intensidad de sentimientos y emociones que expresamos con gran intensidad en momentos significativos y que en esencia son mínimos en comparación con las innumerables actividades personales en relación a lo laboral y recreativo que en la mayoría de las veces están orientadas a consumir casi la totalidad de nuestro tiempo diario, generalmente los días hábiles están destinados a nuestro desenvolvimiento profesional o laboral, quedando poco espacio para la convivencia en familia, la cuál le destinamos el fin de semana, buscando compensar este marcado desequilibrio.
Pero cuál es nuestra entrega en lo personal hacia un ser querido?, estamos convencidos de que los amamos por que hemos emergidos de ellos o hemos convivido prácticamente toda nuestra vida; y cuál es la frecuencia e intensidad de esa expresión emocional?, hemos llegado incluso a caer en la rutina de esa necesidad de expresar nuestro cariño y respeto?, porque llega un momento en la rutina de la convivencia que cada vez somos menos expresivos y emocionales?, que nos impulsa a contener y callar cada vez más aquello que sentimos por alguien? En ocasiones nos valemos de otros recursos ante esa decadencia de emociones, quizás a través de sólo una mirada, de una pequeña broma e incluso hemos llegado a expresar ese sentimiento a través de peleas o discusiones aparentando una excesiva molestia o enojo cuando en el fondo lo que estamos expresando es nuestro verdadero amor y cariño por esa persona!.
Cuando se inicia una relación entre dos personas, la primaria etapa es idealista y casi mágica, entregamos lo mejor de nosotros mismos, adoptamos una ¨atractiva¨ personalidad buscando conquistar a esa persona especial, extraemos lo mejor de nuestro repertorio ante la emoción de consumar esa relación, y sin embargo una vez ¨logrado¨ el objetivo llega la segunda etapa de la relación, el verdadero conocimiento en relación a las costumbres en la convivencia, donde se devela un gran porcentaje de la real personalidad de la pareja, comienza la tercera etapa, los altibajos producto de ese agotamiento de ¨cualidades¨, es cuando emergen los llamados ¨defectos¨ comienza la lucha por imponer la personalidad a la otra persona y viceversa, comienzan las discusiones y los convenios, las diferencias y los acuerdos, y en lo que en un principio fueron detalles, seducción y erotismo, ahora comienza la rutina, se agota en apariencia la ¨creatividad¨ en la pareja para demostrarse y sorprenderse momento a momento lo que sienten mutuamente, y lo que en un inicio fueron verdaderas expresiones de amor, ahora son forzadas y casi obligadas expresiones de un cariño que producto de la convivencia diaria nos llena de angustia y dudas al sentir que la llama comienza a apagarse.
Y así transcurre la mayor parte de la vida tanto en lo familiar como en la relación de pareja, en ese torbellino de emociones que nos impulsa a buscar el aislamiento para tratar de comprender el porque de esta sensación de pérdida o vacío. Cuando el ser humano nacío sólo y sólo morirá, esa sensación de vacío nos acompaña durante toda la existencia, aún rodeados de nuestros seres queridos en algún momento lo hemos llegado a experimentar incluso ante la cercanía de la muerte esa sensacíon adquiere gran importancia en nuestros pensamientos, y cuando intempestiva e inesperadamente sufrimos el alejamiento o pérdida definitiva de un ser querido, experimentamos desde un gran desconcierto hasta un profundo dolor, se experimenta impotencia, rabia, coraje, comienza inmediatamente una regresión de recuerdos y de vivencias que agolpan nuestro pensamiento, una sensación de vacío y dolor invade nuestro interior, furtivas lágrimas emergen de nuestros ojos, nuestro ser se estremece ante el colapso de emociones encontradas, y ocasionalmente lanzamos al firmamento oraciones evocando el doloroso recuerdo de su memoria, nuevamente aparece la sensación de vacío a su máxima expresión, emergiendo remordimientos por aquello que en su momento no alcanzamos realizar o expresarle a ese ser querido, la pérdida es en apariencia definitiva, experimentando finalmente una amarga sensación de soledad e incertidumbre.
Superada esa etapa comienza la resignación, la mirada aún extraviada en el horizonte evoca los más bellos recuerdos y cualidades que esa persona nos legó en vida, el vacío se transforma en emoción contenida ante la posibilidad de que ese ser se encuentra en un lugar más apacible, donde el dolor y el agobio son inexistentes, imaginamos e incluso deseamos convencernos que esas almas que son manifestaciones de energía etérea y que en vida tuvieron la oportunidad de perfeccionarse en su manifestación carnal, han regresado a su lugar de origen, a un mundo de luz, más consolidadas y cuasiperfectas. Incluso la pérdida se transforma en plenitud ante la sensación de percibir y sentir aún la presencia de aquel ser que cumplió su ciclo vital, se experimenta confort y nostalgia al mismo tiempo, donde la memoria y la evocación contrarrestan al olvido y la indiferencia. Porque parte de su esencia queda impregnada permanentemente en nuestro interior. Y esa sensación es el impulso que nos motiva a continuar la obra inconclusa, a cerrar el círculo y consolidar la misión para la cuál fuimos creados: Buscar la libertad interior, la libertad de ser.
Por consecuencia el ser humano en los momentos más apremiantes y dolorosos, cuando experimenta la sensación de una pérdida, ésta es sólo es temporal cuando en el camino se siembra honestidad y apego a los valores humanos más esenciales, inesperadamente surgen las manifestaciones de apoyo incondicional y consuelo, y esa sensación de vacío desaparece ante las múltiples muestras de amistad y cariño, que son el sostén esencial para evitar el derrumbe moral producto de esas inesperadas experiencias, cuyo alimento fortalece el espíritu, hay una sensación de pertenencia, de un encadenamiento de eslabones cuyo fuerza es trasmitida hacia el eslabón más débil, porque en ese débil eslabón recae la fortaleza de la cadena de la amistad y la hermandad, capaz de derribar grandes obstáculos al consolidar su fuerza en la unidad de sus pensamientos hacia un objetivo en común.
Cuando en vida somos capaces de entregar lo mejor de nosotros mismos, de no esperar fechas especiales para demostrar lo mucho que apreciamos y amamos a un ser querido, de no temer quedar vulnerables, al derrochar cariño y preocupación activa por su bienestar, la vida nos regresará esas acciones con múltiples satisfacciones, porque el ser humano cuando es capaz de despojarse de los prejuicios y barreras mentales, tendrá la capacidad y confianza para entregarse a sí mismo, y en ese conocimiento pleno de lo que descubre de sí, podrá percibir lo fascinante que encierra la vida misma que es esa sensación de plenitud y anhelo por crecer día a día, de no perder la esperanza de que el equilibrio y la armonía regresarán nuevamente, de no sentirse vacío o aislado cuando siempre existe una mano dispuesta a ayudar en los momentos apremiantes de la vida y que es el aliciente para levantarse nuevamente y seguir luchando sin descanso ahora con una mayor motivación, porque en el camino siempre existirán personas especiales y valiosas que valen la pena conservar permanentemente, personas que en el momento justo aparecieron en nuestro camino para proporcionarnos esa inyección de vitalidad y confianza en los momentos de zozobra, personas que perdurarán y se consolidarán como parte integral de nuestra existencia.
La sensación de vacío y pérdida se transforman a un estado de plenitud y pertenencia cuando la fuerza vital de la amistad y el cariño incondicional se manifiestan en toda su plenitud!.
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