viernes, julio 03, 2009

Palabras

Los discípulos estaban enzarzados en una discusión sobre la sentencia de su maestro:

Los que saben no hablan; Los que hablan no saben.

Cuando el Maestro entró donde aquellos estaban, le preguntaron cuál era el significado exacto de aquellas palabras.

El Maestro les dijo:

¿Quién de vosotros conoce la fragancia de la rosa?

Todos la conocían. Entonces les dijo: Expresadlo con palabras.

Y todos guardaron silencio.

Reflexión:

El saber es el entendimiento de todas las cosas que rodean al ser humano, es mantener en actividad constante los sentidos, es la capacidad de observar, de sentir y de escuchar, es estar perceptible y atento a todo cuanto existe a nuestro alrededor para captar las señales que a todo momento la vida nos antepone a fin de ir aprovechando cada una de las oportunidades que se nos presenten en el camino para adquirir sabiduría. El saber se origina mediante el conocimiento personal, y para que haya conocimiento debe haber vivencia, que nos dé la oportunidad de explorar, conocer, experimentar y aprender; sin importar si nuestras acciones son acertadas o equivocadas, lo importante no estriba necesariamente en el resultado el cuál puede ser agradable o desagradable, o si nos proporciona beneficios o pérdidas, es la enseñanza que éste nos otorgué y lo que aprendimos no sólo de la vivencia en sí, porque cada experiencia nos arroja un valioso conocimiento producto de nuestro comportamiento y actuación en la sociedad. Podemos considerar una experiencia cuando obtuvimos un aprendizaje de la vivencia, cuando nos despertó de cierto letargo en el cuál habíamos caído, cuando corregimos los posibles errores que cometimos durante nuestro desempeño ante una circunstancia en particular, cuando nos amplio nuestra visión anterior mostrándonos un nuevo horizonte a vislumbrar en nuestra carrera hacia la vida y ese conocimiento es atesorado en nuestro pensamiento permanentemente y que nos proporcionan los elementos para seguir evolucionando y ser mejores en nuestro actuar diario.

Este conocimiento personal, conlleva dos matices: Cuando una experiencia la consideramos es etiquetada como base de acción que nos predispone ante futuras circunstancias, lo cuál deriva en un prejuicio, cuando prejuzgamos una acción que a nuestra percepción cumple con todas las características de algo que en su momento nos tocó experimentar, fuese bueno o malo el resultado de esta vivencia pasada, y que nos genera un conflicto interno, debido a que se corre el riesgo de equivocarnos en nuestra percepción, con la posibilidad de sufrir decepciones y frustraciones, al anteponerle algo conocido a una situación nueva, aún cuando las circunstancias en primer término sean similares, no cabe duda que cada acción, cada vivencia, serán siempre únicas e irrepetibles, siempre existirá algo que la hará diferente de lo que en su momento experimentamos y que nos lleva por desgracia a generalizar sobre todo cuando hemos sufrido experiencias dolorosas, orillándonos a evadir todo tipo de situaciones de ¨riesgo¨, excluyéndonos de la única e irrepetible oportunidad de extraer todo el potencial conocimiento que posee una vivencia, nos encerramos en nuestros miedos y prejuicios como mecanismo de ¨protección¨ lo que resulta en una evidente evasión hacia nuestro propio crecimiento personal. En ocasiones se llegará a ¨acertar¨ en atribuirle una experiencia pasada a una vivencia actual, sin embargo al anticiparnos al resultado, dejamos fuera todo acción espontánea y evaluación que pudiéramos descubrir de nosotros mismos, terminando en una simple vivencia que no arrojó ningún tipo de conocimiento o aprendizaje.

Y por otro lado, este tipo de conocimiento derivado del saber mediante una vivencia pasada produce sus propios frutos, cuando en lugar de anteponer esta vivencia pasada a lo nuevo, simplemente utilizamos ese conocimiento pasado como un regulador de nuestra evolución mental e interna, lo que atribuimos como madurez, donde el ser humano evoluciona en base a aprendizaje, en base a saber, pero saber de nuestras acciones y reacciones internas, la evolución se da cuando estas experiencias nos van formando y templando el carácter, cuando nos da el conocimiento para aspirar a controlar nuestras emociones, para adquirir no sólo seguridad en uno mismo, sino autoestima, que nos da los elementos necesarios para poder contrarrestar las múltiples ¨agresiones¨ a las que estamos sometidos día con día en nuestra sociedad actual y a los constantes retos en que nos vemos implicados en el andar diario de nuestro existir. Este tipo de saber es en base a una actitud positiva, a enfrentar las nuevas vivencias, las nuevas circunstancias y los nuevos retos con autocontrol mental y emocional para obtener resultados óptimos que nos encaminen con mayor seguridad al cumplimiento de nuestras aspiraciones personales o profesionales. Este autoconocimiento es en verdad valioso, porque nos da certeza de quienes somos y hacia donde nos dirigimos, por tanto en esa autoestima y seguridad nos enfrentamos a nuestra realidad no con una actitud pesimista, sino como punto de partida para encaminarnos por el sendero de la evolución interior, recibiendo las vivencias como algo nuevo y único, a asumir el momento presente en toda su dimensión, entregándonos al 100% de nuestras capacidades y energías para extraerle hasta la última partícula de conocimiento, con confianza y actitud absoluta para enfrentarla no como un obstáculo en nuestro camino, sino como una oportunidad más para conocernos, para descubrirnos, y para ampliar aún más nuestro horizonte, lo cuál nos proporcione un real equilibrio mental y estabilidad emocional, con la certeza de con este tipo de actitud ante la vida, el resultado obtenido de la vivencia fue absoluto y fructífero en pos de nuestra evolución personal, es cuando la vivencia se transforma en conocimiento, experiencia, saber y por lo tanto: sabiduría, porque la sabiduría es la entrega total sin ningún tipo de reserva hacia la vida misma con pleno conocimiento de causa..

Y en esta percepción de la vida, cada vivencia, cada reto, cada situación asumirla como algo nuevo, sin anteponerle etiquetas, nombres, conceptos o calificativos, sólo entregarnos a las sensaciones que nos produce la vivencia en sí, integrarnos a esa sensación no a través de las palabras, sino al sentimiento que nos produce el experimentarlo en toda su magnificencia, porque al atribuirle un concepto, una idea, una etiqueta, nos privamos la oportunidad para disfrutar al máximo del conocimiento que nos entrega la vivencia, y mucho más importante; el poder valorar cuál es el grado de evolución, cuál es el grado de templanza y madurez que hemos logrado hasta el momento, y que se traduce en conocimiento interno de quienes somos y como actuamos ante la vida, acrecentando nuestras capacidades y percepción ante nuestro entorno, valorar incluso el grado de evolución de nuestra conciencia, renovar a todo momento nuestro pensamiento, nuestra actitud y como asumimos las consecuencias de nuestros actos; no obsesionarnos por lo que sucedió en el pasado, asumir que en su momento el resultado obtenido de la vivencia pasada, nuestro actuar fue con lo mejor que en su momento disponíamos, por lo tanto no debemos calificar el resultado como algo negativo o desagradable, ni crearnos culpas, remordimientos o nostalgias por no haber actuado de una forma que nos pudiese haber beneficiado en lugar de salir lastimados o perjudicados, creando sólo una ilusión de un momento presente pasado que nunca existió, de aquello que pudo ser y que no fue, simplemente porque así fue nuestra acción y como tal debemos asumirla, reconociendo que como consecuencia de esas experiencias, nos han posicionado hasta el momento actual en que vivimos, no asumiendo las vivencias como ¨casualidades¨, sino causalidades, porque todo obedece a una causa y un efecto, y ese efecto fue producto del grado de madurez y conciencia que en su momento poseíamos y que aún no lo aceptemos, fue el mejor ante las circunstancias del momento vivido, y que arrojó sin duda una valiosa experiencia, siempre y cuando la asumamos con una actitud positiva; así como los aciertos y los momentos inolvidables nos dejan un grato sabor de boca en forma permanente, de igual forma lo doloroso y desagradable, asumirlo con la misma actitud, no para encerrarnos en nuestra prisión mental, sino que ante esa vivencia reconocer que nos encaminó más rápidamente por el sendero de la madurez, del temple, del carácter y de una fuerza de voluntad inquebrantable, desechando aquello que nada nos aporta, utilizando aquello que nos enseñó la experiencia para nuestra evolución interior.

Una vivencia que es saber constante nos proporciona los elementos para saber cómo reaccionar ante las nuevas circunstancias, con una renovada actitud y paciencia para analizar las situaciones y actuar con inteligencia haciendo una introspección constante para descubrir que es aquello que nos hace cometer errores con cierta frecuencia y que nos resultan en situaciones desagradables y dolorosas, analizar porque seguimos repitiendo ciertos patrones de conducta y que nos perjudican en nuestras relaciones humanas, y que en la mayor parte lo atribuimos a condiciones externas, cuando la realidad se debe a un escaso conocimiento de nuestras facultades y capacidades, y ante esta falta de atención, recurrimos a actitudes viscerales e irracionales, lo que nos hace cometer toda clase de errores. Podemos poseer un vasto conocimiento cultural el cuál es ajeno a nuestras vivencias, y que sin duda es muy valioso ya que nos proporciona no sólo cultura sino un status social que nos da elementos para posicionarnos como individuos con poder adquisitivo, dependiendo del grado de preparación, pero aún ese conocimiento es insuficiente, porque es la adquisición de experiencias ajenas y no personales, de nada servirá el ostentarnos como ¨cultos¨ y preparados académicamente, aquella persona que se ostenta de saberlo todo y de poseer un grado de inteligencia ¨superior¨, es aquel que tiene la imperiosa necesidad de alimentar su ego, expresando su ¨saber¨, a su medio social, a fin de ser reconocido y ¨valorado¨ en determinado status social, lo cuál evidencia esa necesidad por llenar aquello de que percibe carece internamente: de experiencia propia; el auténtico conocimiento es aquel que no necesita de las palabras, de las etiquetas, de los calificativos, de las interpretaciones impuestas; no necesita alimentar el ego, no necesita de reconocimientos, ni status sociales. La sabiduría es saber, es tener pleno conocimiento de lo que el ser humano expresa sin máscaras ni etiquetas, sin prejuicios o resentimientos, simplemente se entrega totalmente a la vida, sin importar el grado de complejidad que las vivencias le imponen, todo cuánto a su vida llega lo asume como un verdadero reto, no para vencerlo, sino para demostrarse que posee las características y la capacidad necesaria para autoconocerse, para aprender de sus emociones, sentimientos y reacciones ante una nueva oportunidad para continuar por la senda de la evolución interior, en la humildad de su grandeza, que es ser honesto y congruente consigo mismo.

Todo en la vida requiere de un equilibrio, entre conocimiento externo e interno, la sabiduría no puede expresarse con palabras, se expresa con los sentimientos y las emociones.