viernes, julio 03, 2009

La Carrera

Sucedió, a la caída del cenit, aquella carrera entre un hombre y una tortuga. Y en su transcurso, el primero se dedicó a descansar y a solazarse de cuanto a su andar veía y la segunda, en aparecerse lo más posible a una gota de agua, uniforme y continua, en el intento de horadar una roca.

Con este actuar, el hombre, al ver que la tortuga le iba a ganar, dio unas cuantas zancadas y cruzó la meta para ganar con escaso margen..

Minutos después el juez anunciaba:

-¡La Ganadora es la señora tortuga!

Y el hombre, enojado, exclamó:

-¡Pero so yo llegué primero a la meta!

A lo que el juez contestó:

-Si no leyó las bases de la carrera, aquí están, entérese.

El hombre tomó las bases y, al leerlas, la séptima decía:

El vencedor será quién haga su mejor esfuerzo, de acuerdo con su capacidad

Reflexión:

La victoria en cualquier circunstancia de la vida no depende del competir contra alguien externo a nosotros, así como el compararnos constantemente a ciertos lineamientos o estereotipos que nos impone la sociedad día a día, el querer o desear algo que no poseemos por esfuerzo propio y que si en cambio nos sentimos arrastrados por la envidia hacia aquellas personas que lo poseen, tales como riqueza, poder, posición, fama y posesiones materiales; nos encontramos inmersos en una sociedad que es por excelencia consumista y materialista, hay toda clase de tentaciones que nos sobrecogen de tal forma que terminamos cayendo en las redes del materialismo, la constante presión social en lo correspondiente al círculo en que nos desenvolvemos cotidianamente nos va desarrollando una personalidad que no va acorde a nuestro real deseo de expresarnos conforme a nuestra individualidad; así mismo nos sentimos tentados a recurrir a ciertas máscaras o personalidades dependiendo la circunstancia del momento con el único fin de no sentir el inmediato rechazo e indiferencia de quienes nos rodean y que anhelamos ser aceptados en sus círculos correspondientes con la finalidad de contagiarnos de su ¨popularidad¨, que no es más que el desarrollo de nuestro ego por encima de la humildad y por encima de nuestros propios valores éticos innatos, desembocando en soberbia y egolatría, que son expresiones de una moral adaptada al medio social y que es el invisible listón con el cuál somos objeto de inducción, manipulación y fanatismo como parte de la gran masa que esta sujeta al poder y dominio de quienes se ostentan poseer nuestra individualidad para su propio beneficio.

El deseo exacerbado por competir ante algún estímulo externo es producto de la mecanicidad en que hemos caído, en que nos dejamos arrastrar por estas influencias externas, cuando desconocemos el grado de conocimiento que poseemos por naturaleza, esa capacidad o cualidad especial que nos brinda la particularidad y peculiaridad ante nuestros iguales y que no desarrollamos a lo largo de nuestra vida por ese desconocimiento propio, por ese abandono de nuestra individualidad. Ante esa presión social adoptamos un mundo de mentira, es decir de desconocimiento pleno de nosotros mismos y eso nos orilla a adoptar diferentes máscaras o personalidades que inhiben y destruyen nuestra individualidad, y que da como resultado una sensación de vacío constante que nos impulsa a ¨competir¨ y ¨ganar¨ para experimentar un éxtasis o sensación placentera temporal, cuyo alimento es reafirmado por el reconocimiento y la aceptación en nuestro entorno. El mentirnos es hablar acerca de lo que no conocemos o aún no hemos experimentado, es exagerar aquellas vivencias que consideramos significativas, alimentamos un mundo de ilusión en el cuál el protagonista y héroe principal de la historia somos nosotros mismos. En ese momento hemos caído en un medio influenciado por apariencias, en el vicio y la obsesión por lo material, nuestra individualidad es apresada y apagada por infinidad de capas de personalidades que en apariencia nos protegen de la ¨agresión¨ social, y que ante esa sensación de angustia y temor nos sentimos fuertemente tentados a ¨competir¨ para ser reconocidos ante los demás.

Esto y muchas cosas más son el gatillo que dispara la bala de la competitividad en que estamos sujetos cotidianamente, en la familia al querer imponer nuestras propias reglas de comportamiento y autodisciplina ante la aparente imposición moral y disciplinaria de los padres, así como la competencia entre hermanos de sangre en la lucha constante por imponer el espacio y ser el más reconocido y premiado por encima del otro; en lo social, la búsqueda incesante por ser el centro de atención, ser popular y ¨enigmático¨ por encima de los demás, utilizamos todo tipo de argucias para lograr tal cometido y sentir el poder de dominio en un grupo de status determinado y ante esa obsesión somos presas fáciles de las apariencias basadas en una estética superficial, falsa y externa, al aferrarnos al grito de moda actual y actuando acorde a esas múltiples facetas de personalidad inducida; en lo escolar, ser el número uno, el más aplicado, el jefe del grupo, ser reconocidos por nuestras aptitudes ¨superiores¨ y con ese aparente poder nos regocijarnos ante los que consideramos ¨inferiores¨ obteniendo con ello un vago status que nos hace sentir populares; en lo laboral la lucha de poder es el pan de cada día, el anhelar puestos cada vez más altos y mejor cotizados en nuestro deseo de aspirar a un mejor nivel de vida, de nuevo anteponemos la ya citada ¨competitividad¨, el problema no radica ahí, sino en que forma buscamos alcanzarla, y muchas de las ocasiones pasamos por encima de los demás para lograr tal cometido, a través de la envidia, de acusaciones infundadas, la corrupción en todo los niveles, nuevamente por ser el número uno, la obsesión de ser el mejor, el dirigente que se transforma de acuerdo a este fenómeno, en un jefe o dictador.

Y en lo individual que sucede?, internamente cuál es este sentimiento que nos impulsa a negar nuestra individualidad y en ese vacío enfocamos todas nuestras energías hacia aspectos externos, es decir a desarrollar una capa, un manto que oculta la esencia; una máscara llamada personalidad? A esa influencia que nos lleva desear ser competitivos, en relación a compararnos ante alguien a quién consideramos débil o superior y en ese supuesto análisis buscamos afanosamente estar por encima de él?, Acaso no basta con saber que ya somos especiales, competitivos, no anteponiendo nuestra individualidad para desarrollar una personalidad que es totalmente ajena a nuestra esencia humana?, y en ese exceso de confianza llegamos a sobrestimarnos o en su defecto a subestimarnos cuando nos sentimos inferiores por el hecho de compararnos con alguien? Realmente es necesaria ese tipo de competencia, esa búsqueda por reafirmar a todo momento un ego mal orientado? Cuál es el secreto de la humildad en un ser humano?, cuya cualidad descuidamos precipitando nuestro ego hasta un grado de soberbia y arrogancia!.

La humildad es el reconocimiento de lo que somos, de lo que por naturaleza poseemos y en ese análisis interno, comienza a desarrollarse la autoestima la plena aceptación de nuestras cualidades instintivas, y la seguridad en uno mismo que es la defensa ante cualquier circunstancia, ya sea esta por inducción, imposición, crítica o engaño de nuestro real deseo de manifestarnos tal cual somos en lo individual. La humildad requiere conocimiento, pero un conocimiento aceptando ante todo que actuamos como máquinas, que vivimos constantemente influenciados y mediatizados, que somos productos de consumo, de fanatismo y de ignorancia, que nos encontramos atrapados en un mundo de apariencias, de estética, de moda, de clichés, reconocer cuál es el grado de involución de nuestra individualidad y que se ha visto sustituida por la personalidad, si bien la personalidad es nuestra defensa ante el desenvolvimiento social, lo es también importante la individualidad que debe crecer acorde a la personalidad, poseer sabiduría de vida y a la vez cultura y conocimiento para poder así desenvolvernos coherentemente en un medio social y sentirnos a la vez limpios, transparentes y plenos de lo que somos.

La real competencia no estriba necesariamente en la comparación con alguien, en vencerlo, en derrotarlo, en humillarlo, no!, la real competencia se encuentra en la capacidad de reconocer que aún cuando poseamos cualidades ¨especiales¨ o ¨únicas¨ no debemos dejar de evolucionar, de crecer, de experimentar, de sorprendernos de la vida, de ser espontáneos, de ser intensos, positivos, alegres, firmes en nuestras decisiones, en nuestras propias capacidades, de alimentarlas y potencializarlas día con día, cuando nos sentimos seguros y satisfechos de nuestro andar en la vida, de aceptar las circunstancias adversas como un medio necesario de evolución individual, ya no será necesario alimentar el ego, ya no será necesario buscar reconocimiento para sentirnos importantes o para sentirnos satisfechos y plenos, ya no habrá necesidad de mentir para buscar apego y aceptación, por que la carrera no es competir contra alguien, es competir contra uno mismo, es demostrarnos que el verdadero esfuerzo es actuar sin forzarnos en ser nosotros mismos, ser tan naturales y espontáneos, tanto más desarrollada sea la percepción de nuestra autenticidad y esencia individual, la carrera de la vida es andar el trayecto entregando lo mejor de nuestras capacidades, sin tomar atajos que pueden desviarnos de nuestra meta, de buscar la superación individual sin menoscabar en recursos en busca de esa victoria, que es la realización plena de nuestros sueños y anhelos.

El competir contra alguien sólo alimenta el ego y la soberbia, la humildad nace en el competir con uno mismo, porque el verdadero adversario se encuentra en el descubrimiento de nuestra individualidad!.