El Diamante
Hace muchos años se encontró en una mina africana, el diamante más grande del mundo.
Se lo regalaron al rey de Inglaterra para que lo llevara sobre su pecho y El rey lo envió a un experto en piedras preciosas para que le diera forma.
¡No puedes imaginar lo que el experto hizo con ese diamante! Tomó aquella gema de valor incalculable y le hizo una hendidura. Luego la golpeó con fuerza y la piedra quedó partida en dos.
Podríamos pensar ¡Que lástima! ¡Que error tan grande! ¡No, de ninguna manera!
Aquel golpe no fue casual. Durante semanas había estudiado la calidad, los defectos y las líneas por donde la piedra debía romperse.
El hombre al que se le había encomendado, era uno de los expertos más famosos del mundo.
¿Piensan que el experto se equivocó? No, fue la demostración de su habilidad.
Cuando dio aquel golpe, hizo lo único que podía darle a la gema, la forma más perfecta, su mejor luminosidad y su máximo valor.
Aquel golpe que parecía ser la ruina de la estupenda joya en realidad tuvo un efecto sorprendente.
De aquellos pedazos, se confeccionaron dos magníficos diamantes que solo el hábil ojo del artesano fue capaz de ver, escondidos en la piedra que el Rey le envió.
Reflexión:
Cada ser humano posee en su interior un diamante en potencia en espera de resurgir y que se encuentra oculto y envuelto por innumerables capas externas que cubren su real belleza y equilibrio; esas capas externas son producto de las deformaciones que nuestra personalidad se encuentra sometida a lo largo de nuestras vida de convivencia en la sociedad en la que nos desenvolvemos. El diamante es carbón cristalizado, un simple carbón (mineral común) pero que necesitó calor y presión abundante para que se cristalizara con la estructura de un diamante duro, formado en magma fundido que se encuentra a gran profundidad bajo la superficie de la tierra. Después de haber pasado por la presión del fuego el carbono cristalizado adquiere textura maciza de gran dureza y resistencia. Así como el ser humano pasó por un proceso de gestación que requirió de calor y alimentación para su desarrollar toda su estructura y funciones orgánicas en las profundidades del vientre materno para así lograr su armoniosa y perfecta conformación.
Inicialmente al nacer poseemos el equilibrio y la pureza de un diamante en bruto producto de una percepción en todo su potencial, así como de los sentidos a flor de piel en espera de ser desarrollados, en esa naciente etapa nos gobierna la naturaleza ante el surgimiento de la conciencia en espera de madurar nuestro núcleo que es la individualidad. En esos momentos nuestra esencia es frágil y maleable, es cuando comenzamos nuestra etapa primaria, la niñez donde adquirimos nuestras primeras capas que gradualmente irán cubriendo nuestro diamante, nuestra belleza interior, la enseñanza moral, los valores y las primeras obligaciones, comenzamos a descubrir nuestro entorno natural, familiar y social, comienza la adaptación al medio, tan hostil y agresivo como fascinante y armonioso, resurge la llamada personalidad que es la máscara con la que nos desenvolveremos de ahora en adelante, y que en la medida en que nos desarrollemos en nuestra etapa adolescente esa máscara se irá moldeando ante nuestro entorno de convivencia diaria, en algunas ocasiones nos adaptaremos al medio y en otra fingiremos hacerlo para evitar el sentirnos rechazados o atacados al adolecer de las herramientas necesarias para defendernos ante el mundo de las apariencias en que nos tocó existir.
En la etapa de la madurez hemos adquirido la vasta experiencia producto de las innumerables equivocaciones o aciertos en que nos vimos desenvueltos ante el entorno familiar, laboral y social, cada experiencia independientemente de su resultado es una capa más que le hemos agregado a nuestra piedra esencial, a nuestro interior, el cuál se va recubriendo cada vez más de prejuicios y temores adquiridos, de ansiedades e incertidumbres involuntarias; en el desenvolvimiento de la vida, nuestro destino se manifiesta a través de nuestras capacidades innatas y formativas, de las acciones que nos acontecen a cada día que experimentamos la realidad, en que nos aferramos al materialismo como medio de supervivencia y búsqueda hacia el progreso como medio de reconocimiento que enaltece al ego. Nuestro diamante que es el núcleo de nuestra individualidad, el estado puro del ser humano, se ha visto opacado y sumergido por las innumerables capas en que lo hemos sometido al desarrollar innumerables personalidades o máscaras como medio de adaptación y aceptación social; a cada nueva personalidad o transfiguración de nuestra individualidad, mayor deformación mostraremos en el exterior, menor espontaneidad, creatividad y autenticidad desarrollaremos, habremos provocado una involución, es decir, inicialmente del núcleo de nuestra belleza interna que es nuestra parte espiritual, hasta nuestro estado actual, el mundo material, el de las apariencias y la personalidad adquirida y deformada, más no desarrollada como un medio de evolución de nuestra individualidad.
Pero una vez agobiados por la realidad que agolpa nuestra conciencia, comienza el deseo imperante por desprendernos de esas capas que son resultado de una pesada carga moral adquirida a través de nuestra vida y de la falta de atención por desarrollar desde un inicio nuestra esencia, influenciados por las constantes agresiones en que nos vemos sometidos, surge ahora el deseo por quitar capa a capa de nuestra personalidad para llegar a nuestro origen y experimentar esa sensación casi olvidada de la espontaneidad y el anhelo por descubrir el real objetivo de nuestra existencia que nos brinde la certeza suficiente para no perder la esperanza de lograr la meta final, el equilibrio y la paz interior. Y para extraer de nuevo esa belleza, nuestro diamante es necesario una serie de procesos: la exfoliación y el pulimento y estos en conjunto son las técnicas más precisas y difíciles del arte de descubrir la piedra preciosa, el primer objetivo es sacar fuego y brillo de la piedra; de igual importancia es la eliminación de imperfecciones, como grietas, rajaduras y zonas poco transparentes, y la obtención de gemas del mayor tamaño, el mejor aspecto y el máximo valor posibles, así de igual manera es eliminar nuestras imperfecciones, aquellos aspectos internos que nos llenan de angustia y desesperación ante las circunstancias adversas y desconocidas de la vida, eliminar las grietas producto de las heridas del corazón, de desesperanza, decepciones amorosas, aquellas rajaduras que son las cicatrices del alma que son permanente recuerdos del pasado ante nuestro necedad por aferrarnos a lo que no pudimos o supimos controlar y resolver satisfactoriamente que son las zonas poco transparentes y obscuras de nuestra personalidad, que nos impide desenvolvernos espontánea y libremente, para así obtener el mejor aspecto y máximo valor humano posible que nos brinde certeza y seguridad en nuestro temporal tránsito por la vida.
Para ello, primeramente debe hacer un examen cuidadoso de la piedra: el cortador experto debe determinar los planos de exfoliación y decidir la mejor manera de rajar y cortar el diamante en bruto, el cual es marcado con líneas para guiar las siguientes operaciones. Debemos primeramente realizar un exhaustivo y cuidadoso examen interno de nuestro actuar hasta el momento, de reconocernos como entes individuales, y cuál es nuestra verdadera esencia, no la personalidad, sino la individualidad, que es lo que realmente anhelamos y buscamos en la vida para redescubrir el diamante oculto en nuestro interior y así al reconocer y perdonar nuestros aparentes errores, erradicando gradualmente pensamientos pesimistas y destructivos, en esa identificación sabremos con claridad despojarnos capa a capa hasta lograr nuestro objetivo final, mediante las herramientas adecuadas para lograr pulir nuestra personalidad hasta llegar a la esencia: la individualidad, pero se requiere una gran habilidad en su uso porque un golpe demasiado fuerte o aplicado en una dirección errónea puede deteriorar drásticamente la gema, como así podemos deteriorar nuestra sensibilidad, ante los constantes golpes y obstáculos que sufrimos en nuestro camino hacia la libertad y así llegar al pulimento, en la formación de las facetas de la gema acabada; el objetivo final es sacar de una pieza que cautive por sus destellos. El grado de la belleza del diamante depende en gran medida, del tallado y pulido de la pieza, en la medida en que tomemos real conciencia de nuestra individualidad, iremos descubriendo a cada pulimento, a cada análisis, a cada acción positiva la verdadera personalidad, comenzaremos a sentir la necesidad de alimentar nuestra autoestima, percibiremos la vida desde otro ángulo, más amplia, más nítida, con mayor certeza y seguridad para afrontar los nuevos retos, se potencializará la fe en nuestras capacidades y la esperanza por seguir adelante con la certidumbre de que lograremos encontrar el equilibrio emocional y mental.
Aún ante las constantes tentaciones de un mundo material sumergido en las apariencias y las múltiples facetas de la personalidad; nuestra misión retomará un nuevo rumbo, que es la búsqueda y el desarrollo integral de nuestra individualidad, al despojarnos de cada una de las capas que nos impiden evolucionar y sentirnos libres, espontáneos y vigorosos para desprendernos de todo intento de inducción externa que amenace nuestra misión personal que es descubrir nuestra verdadera obra de arte, la plenitud espiritual y la libertad de actuar conforme a nuestro libre albedrío.
¨Cada ser humano posee dentro de si una gran belleza interior sólo es necesario pulirla para descubrirla¨.
Se lo regalaron al rey de Inglaterra para que lo llevara sobre su pecho y El rey lo envió a un experto en piedras preciosas para que le diera forma.
¡No puedes imaginar lo que el experto hizo con ese diamante! Tomó aquella gema de valor incalculable y le hizo una hendidura. Luego la golpeó con fuerza y la piedra quedó partida en dos.
Podríamos pensar ¡Que lástima! ¡Que error tan grande! ¡No, de ninguna manera!
Aquel golpe no fue casual. Durante semanas había estudiado la calidad, los defectos y las líneas por donde la piedra debía romperse.
El hombre al que se le había encomendado, era uno de los expertos más famosos del mundo.
¿Piensan que el experto se equivocó? No, fue la demostración de su habilidad.
Cuando dio aquel golpe, hizo lo único que podía darle a la gema, la forma más perfecta, su mejor luminosidad y su máximo valor.
Aquel golpe que parecía ser la ruina de la estupenda joya en realidad tuvo un efecto sorprendente.
De aquellos pedazos, se confeccionaron dos magníficos diamantes que solo el hábil ojo del artesano fue capaz de ver, escondidos en la piedra que el Rey le envió.
Reflexión:
Cada ser humano posee en su interior un diamante en potencia en espera de resurgir y que se encuentra oculto y envuelto por innumerables capas externas que cubren su real belleza y equilibrio; esas capas externas son producto de las deformaciones que nuestra personalidad se encuentra sometida a lo largo de nuestras vida de convivencia en la sociedad en la que nos desenvolvemos. El diamante es carbón cristalizado, un simple carbón (mineral común) pero que necesitó calor y presión abundante para que se cristalizara con la estructura de un diamante duro, formado en magma fundido que se encuentra a gran profundidad bajo la superficie de la tierra. Después de haber pasado por la presión del fuego el carbono cristalizado adquiere textura maciza de gran dureza y resistencia. Así como el ser humano pasó por un proceso de gestación que requirió de calor y alimentación para su desarrollar toda su estructura y funciones orgánicas en las profundidades del vientre materno para así lograr su armoniosa y perfecta conformación.
Inicialmente al nacer poseemos el equilibrio y la pureza de un diamante en bruto producto de una percepción en todo su potencial, así como de los sentidos a flor de piel en espera de ser desarrollados, en esa naciente etapa nos gobierna la naturaleza ante el surgimiento de la conciencia en espera de madurar nuestro núcleo que es la individualidad. En esos momentos nuestra esencia es frágil y maleable, es cuando comenzamos nuestra etapa primaria, la niñez donde adquirimos nuestras primeras capas que gradualmente irán cubriendo nuestro diamante, nuestra belleza interior, la enseñanza moral, los valores y las primeras obligaciones, comenzamos a descubrir nuestro entorno natural, familiar y social, comienza la adaptación al medio, tan hostil y agresivo como fascinante y armonioso, resurge la llamada personalidad que es la máscara con la que nos desenvolveremos de ahora en adelante, y que en la medida en que nos desarrollemos en nuestra etapa adolescente esa máscara se irá moldeando ante nuestro entorno de convivencia diaria, en algunas ocasiones nos adaptaremos al medio y en otra fingiremos hacerlo para evitar el sentirnos rechazados o atacados al adolecer de las herramientas necesarias para defendernos ante el mundo de las apariencias en que nos tocó existir.
En la etapa de la madurez hemos adquirido la vasta experiencia producto de las innumerables equivocaciones o aciertos en que nos vimos desenvueltos ante el entorno familiar, laboral y social, cada experiencia independientemente de su resultado es una capa más que le hemos agregado a nuestra piedra esencial, a nuestro interior, el cuál se va recubriendo cada vez más de prejuicios y temores adquiridos, de ansiedades e incertidumbres involuntarias; en el desenvolvimiento de la vida, nuestro destino se manifiesta a través de nuestras capacidades innatas y formativas, de las acciones que nos acontecen a cada día que experimentamos la realidad, en que nos aferramos al materialismo como medio de supervivencia y búsqueda hacia el progreso como medio de reconocimiento que enaltece al ego. Nuestro diamante que es el núcleo de nuestra individualidad, el estado puro del ser humano, se ha visto opacado y sumergido por las innumerables capas en que lo hemos sometido al desarrollar innumerables personalidades o máscaras como medio de adaptación y aceptación social; a cada nueva personalidad o transfiguración de nuestra individualidad, mayor deformación mostraremos en el exterior, menor espontaneidad, creatividad y autenticidad desarrollaremos, habremos provocado una involución, es decir, inicialmente del núcleo de nuestra belleza interna que es nuestra parte espiritual, hasta nuestro estado actual, el mundo material, el de las apariencias y la personalidad adquirida y deformada, más no desarrollada como un medio de evolución de nuestra individualidad.
Pero una vez agobiados por la realidad que agolpa nuestra conciencia, comienza el deseo imperante por desprendernos de esas capas que son resultado de una pesada carga moral adquirida a través de nuestra vida y de la falta de atención por desarrollar desde un inicio nuestra esencia, influenciados por las constantes agresiones en que nos vemos sometidos, surge ahora el deseo por quitar capa a capa de nuestra personalidad para llegar a nuestro origen y experimentar esa sensación casi olvidada de la espontaneidad y el anhelo por descubrir el real objetivo de nuestra existencia que nos brinde la certeza suficiente para no perder la esperanza de lograr la meta final, el equilibrio y la paz interior. Y para extraer de nuevo esa belleza, nuestro diamante es necesario una serie de procesos: la exfoliación y el pulimento y estos en conjunto son las técnicas más precisas y difíciles del arte de descubrir la piedra preciosa, el primer objetivo es sacar fuego y brillo de la piedra; de igual importancia es la eliminación de imperfecciones, como grietas, rajaduras y zonas poco transparentes, y la obtención de gemas del mayor tamaño, el mejor aspecto y el máximo valor posibles, así de igual manera es eliminar nuestras imperfecciones, aquellos aspectos internos que nos llenan de angustia y desesperación ante las circunstancias adversas y desconocidas de la vida, eliminar las grietas producto de las heridas del corazón, de desesperanza, decepciones amorosas, aquellas rajaduras que son las cicatrices del alma que son permanente recuerdos del pasado ante nuestro necedad por aferrarnos a lo que no pudimos o supimos controlar y resolver satisfactoriamente que son las zonas poco transparentes y obscuras de nuestra personalidad, que nos impide desenvolvernos espontánea y libremente, para así obtener el mejor aspecto y máximo valor humano posible que nos brinde certeza y seguridad en nuestro temporal tránsito por la vida.
Para ello, primeramente debe hacer un examen cuidadoso de la piedra: el cortador experto debe determinar los planos de exfoliación y decidir la mejor manera de rajar y cortar el diamante en bruto, el cual es marcado con líneas para guiar las siguientes operaciones. Debemos primeramente realizar un exhaustivo y cuidadoso examen interno de nuestro actuar hasta el momento, de reconocernos como entes individuales, y cuál es nuestra verdadera esencia, no la personalidad, sino la individualidad, que es lo que realmente anhelamos y buscamos en la vida para redescubrir el diamante oculto en nuestro interior y así al reconocer y perdonar nuestros aparentes errores, erradicando gradualmente pensamientos pesimistas y destructivos, en esa identificación sabremos con claridad despojarnos capa a capa hasta lograr nuestro objetivo final, mediante las herramientas adecuadas para lograr pulir nuestra personalidad hasta llegar a la esencia: la individualidad, pero se requiere una gran habilidad en su uso porque un golpe demasiado fuerte o aplicado en una dirección errónea puede deteriorar drásticamente la gema, como así podemos deteriorar nuestra sensibilidad, ante los constantes golpes y obstáculos que sufrimos en nuestro camino hacia la libertad y así llegar al pulimento, en la formación de las facetas de la gema acabada; el objetivo final es sacar de una pieza que cautive por sus destellos. El grado de la belleza del diamante depende en gran medida, del tallado y pulido de la pieza, en la medida en que tomemos real conciencia de nuestra individualidad, iremos descubriendo a cada pulimento, a cada análisis, a cada acción positiva la verdadera personalidad, comenzaremos a sentir la necesidad de alimentar nuestra autoestima, percibiremos la vida desde otro ángulo, más amplia, más nítida, con mayor certeza y seguridad para afrontar los nuevos retos, se potencializará la fe en nuestras capacidades y la esperanza por seguir adelante con la certidumbre de que lograremos encontrar el equilibrio emocional y mental.
Aún ante las constantes tentaciones de un mundo material sumergido en las apariencias y las múltiples facetas de la personalidad; nuestra misión retomará un nuevo rumbo, que es la búsqueda y el desarrollo integral de nuestra individualidad, al despojarnos de cada una de las capas que nos impiden evolucionar y sentirnos libres, espontáneos y vigorosos para desprendernos de todo intento de inducción externa que amenace nuestra misión personal que es descubrir nuestra verdadera obra de arte, la plenitud espiritual y la libertad de actuar conforme a nuestro libre albedrío.
¨Cada ser humano posee dentro de si una gran belleza interior sólo es necesario pulirla para descubrirla¨.
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