viernes, julio 03, 2009

Incongruencia

Todas las preguntas que se suscitaron aquel día en la reunión pública estaban referidas a la vida más allá de la muerte. El Maestro se limitaba a sonreír sin dar una solo respuesta.
Cuando, más tarde, los discípulos le preguntaron por qué se había mostrado tan evasivo, él replicó:
"¿No habéis observado que los que no saben qué hacer con esta vida son precisamente los que más desean otra vida que dure eternamente?".
"Pero ¿hay vida después de la muerte o no la hay?", insistió un discípulo.
"¿Hay vida antes de la muerte? ¡Esta es la cuestión!", replicó enigmáticamente el Maestro.

Reflexión:

Cuando periódicamente experimentamos insatisfacción por nuestras vivencias no realizadas, alguna meta no cumplida en un plazo fijado, frustración por aquello que no supimos solventar con éxito, por la pérdida de un ser querido, la terminación dolorosa de una relación de amor, y en términos generales por las expectativas de vida no cumplidas hasta el momento, nos van aferrando al pasado, creando una pesada carga en nuestra conciencia y que nos va aletargando en nuestra etapa evolutiva hacia una plenitud y tranquilidad anhelada día a día, y por el contrario este sentimiento de apego al que se le conoce como el pasado se debe circunstancialmente a situaciones de alegría, aciertos y vivencias que marcaron nuestra memoria y que nos dejaron un sentimiento placentero, aquellas relaciones que en su momento fueron excitantes e intensas, un evento especial que nos invadió de emoción y alegría, de igual forma nos apega al pasado, cuando nuestro presente en ocasiones lo sentimos superficial y vació tendemos a evocar esos momentos ¨magicos¨ como un mecanismo de evasión, un ¨somnífero¨ vivencial para evadir aquello presente por lo cuál nos aletarga o proporciona insatisfacción o simplemente cuando las cosas no marchan como deseamos, e inmediatamente nuestra mente se proyecta al futuro para anhelar repetir aquellas sensaciones que en su momento fueron plenas y satisfactorias, lo cuál conceptualizamos como experiencias, es decir, vivencias que nos legaron un conocimiento que va desarrollando nuestro grado de madurez o inmadurez cuando no asimilamos la enseñanza proporcionada por la vivencia.

Lo pasado es decir lo conocido, desarrolla el sentimiento de apego a lo experimentado, creando nostalgia, dolor, culpa, remordimiento, evasión de la realidad y estancamiento. En cambio el futuro es decir, lo desconocido, desarrolla el sentimiento de apego a lo que aún no hemos experimentado, creando anhelo, ilusión, irrealidad, incertidumbre, agobio, inestabilidad, evasión de la realidad y estancamiento. Ambos intervalos son coincidentes en su resultado, ambos tiempos los utilizamos para evadirnos y los cuáles provocan involución en nuestra individualidad. Y debido a este sentimiento de apego hacia lo que no corresponde al presente nos brinda esa insatisfacción por la vida, y este mismo sentimiento es el que nos orilla a evadir la misma vida presente y obsesionarnos por aquello que llegara tarde o temprano y lo cuál es inevitable, la meta final: la Muerte.

Esta constante y periódico sentimiento de insatisfacción o incongruencia, esta lucha paralela y contradictoria a su vez, nos obsesiona a tal extremo que anhelamos experimentar una vida mejor, cuando renegamos de nuestra ¨suerte¨, de nuestro ¨desafortunado¨ destino, cuando sentimos que la vida es vacía e incongruente con nuestros deseos y anhelos, cuando el sentimiento de culpa y remordimiento se fusiona con la incertidumbre y el agobio, cuando la irrealidad diluye la realidad, cuando dejamos que las apariencias, es decir la máscara de la personalidad destruya el desarrollo interno de nuestro ser: la individualidad, en ese momento internamente comenzamos a desarrollar temor y duda por aquello que conceptualizamos como el término de la vida terrenal, del ciclo vivencial; la muerte se convierte en una obsesión siendo a su vez una evasión hacia nuestra responsabilidad superacional, anhelamos pensar que más allá de esta vida terrenal hay una mejor vida, porque la existencia es el ciclo que cumple todo ser vivo, nos apegamos a una creencia, a una ideología, a una religión e incluso a algún Dios en particular que nos proporcione en su momento ese confort ante nuestro sentimiento de temor por lo aquello que no podemos comprobar, y que nos invade de constante temor.

Nos dejamos invadir por todo tipo de teorías, conceptos o vivencias aparentemente experimentadas por aquellas personas que momentáneamente sienten que la han experimentado, eso es lo que nos diferencia de los animales los cuáles sólo actúan por su instinto de supervivencia, mientras que los humanos somos los únicos seres que sabemos y tenemos la certeza que vamos a morir, y eso es lo que hace que nuestra existencia se convierta en algo apresurado, al sentir que vamos contra el tiempo, a temer que en cualquier momento nuestra vida será arrebatada debido a un accidente, asesinato o enfermedad, vivimos constantemente agobiados por este sentimiento es expiración e incluso se le venera en algunos círculos sociales. Tratamos de familiarizarnos con aquello que desconocemos y que sólo podremos experimentarlo cuando el momento llegue. Para algunas culturas en especial en al cultura oriental y que la mayoría de la cultura occidental ha adoptado, que la muerte es sólo una etapa más en la evolución del alma, una transitoriedad hacia otro plano dimensional, un estado de la materia que se perfecciona en cada proceso de encarnación para integrarse finalmente a la energía universal, a una luz que el ser humano le ha conceptualizado como el ser supremo o creador; Dios, para otras culturas es el fin de toda conciencia: la nada, e incluso existe el pensamiento de que es una sensación conocida como la pequeña muerte: el sueño o el desmayo, es decir, la pérdida de la conciencia, un estado permanente de ingravidez y levedad, sólo la sensación de estar en algún lugar no definido pero ausente de sensaciones físicas.

Muchas son las teorías o diversidad de pensamientos, respecto a la muerte, unas acertadas, otras irreales, ambas en su esencia son inciertas, sólo es un estado ilusorio que desconocemos y anhelamos descifrar, para sentirnos inmortales, cuando en realidad lo único importante para diluir este obsesivo pensamiento, es ocuparnos por destruir las barreras de los extremos, de los intervalos de tiempo, del pasado y el futuro, dejar de ser incongruentes, la inmortalidad se desarrolla en vivenciar nuestros intervalos presentes al máximo, en que cada acción que efectuemos sea en plenitud de facultades, en reconocer primeramente que la muerte es algo inevitable que tarde o temprano llegará, todo cuanto intentemos hacer por evitarla o evadirla será inútil; aquello que nos orilla a obsesionarnos y temerle no es en sí la muerte, sino el temor a la vida, el temor al no enfrentar nuestra realidad, nuestras responsabilidades y consecuencias de nuestros actos, enmascaramos el temor a la vida con la muerte, la cuál no es la terminación del ciclo vital sino, la muerte en vida, ahí radica el verdadero temor, a sentirnos vacíos y solos, cuando no hemos sido capaces de enfrentar a la vida misma, producto de desarrollar una personalidad alimentada en las influencias externas, cuando no hemos sido capaces de enfrentar esos constantes ataques externos, cuando hemos sido esclavos permanentes de las apariencias, de la falsa moral, la hipocresía, la ambición y obsesión hacia lo material, en un sentido práctico no hemos sido capaces de defender el valor más auténtico que posee el ser humano: la libertad de ser, la individualidad, la independencia de pensamiento y acción, el desarrollo de nuestras virtudes, lo que nos hace únicos e irrepetibles y no como parte de una masa controlada e ignorante, sino de individuos independientes que hacen la diferencia momento a momento en base a sus acciones y no por sus palabras.

El temor hacia la muerte que en realidad es el temor a vivir se diluye cuando sabemos quienes somos y en esa libertad de pensamiento desarrollamos primeramente un liderazgo interno, que es el control de nuestras emociones, de la certeza de nuestras capacidades, de desarrollar un pensamiento positivo ante cualquier circunstancia favorable o desfavorable, todo en esencia es experimentación y aprendizaje, lo malo y lo bueno sólo se traduce en un estado mental, que alojamos en la conciencia, y que posteriormente se convierte en culpa y remordimiento. La vida es un constante estado de vivencia presente, de plena energía y atención hacia nuestro actuar instante en instante, para sentirnos satisfechos de los resultados al habernos entregado plenamente a nuestras vivencias, ya no habrá apego por lo que dejamos de hacer que es el pasado y no sentiremos tentación por temerle a lo que aún no ocurre que es futuro, sólo quedará un sentimiento de plenitud y satisfacción al sabernos libres para disfrutar lo que la vida nos entrega a cada momento, nuestra libertad termina cuando comienza la libertad de otra persona, la muerte sólo es la finalización de un ciclo vital; aprendamos a vivir y morir día a día, cada día es un nacimiento, es una renovación, una nueva oportunidad de luchar por nuestros anhelos, para sentir la satisfacción de ¨morir¨ a la terminación del día cuando supimos entregar lo mejor de nosotros mismos, cuando ya no quedó reminiscencia alguna de pensamiento negativo, y nuevamente ¨renacer¨ un día más para seguir en ese ciclo ascendente de superación y realización individual, la vida es única, aprendamos a morir a nuestros vicios, prejuicios y temores, para que la existencia sea plena y especial, siendo congruentes en nuestro pensar con nuestro actuar.