La Parábola de la Dureza
Apenas el ser humano ha nacido es blando y débil;
Pero en la muerte se vuelve rígido y fuerte.
Hierbas y arbustos nacen blandos y tiernos,
Pero en la muerte se vuelven áridos y secos.
Por esto lo duro y lo fuerte
Son secuaces de la muerte,
Lo blando y lo frágil
Son elementos de la vida.
Por esto, cuando un ejército es potente
No logra la victoria;
Cuando un árbol es fuerte, está condenado.
Lo fuerte y lo robusto están debajo
Y lo débil y lo blando están encima.
Reflexión:
Al nacer cada ser humano en su conformación y constitución física es frágil y débil ante el entorno natural, sin embargo, internamente posee toda cadena de procesos fisiológicos y orgánicos funcionando con una excepcional coordinación para su evolución y desarrollo óptimo, este proceso interno se va deteriorando al paso de los años dependiendo de las condiciones climáticas, de alimentación y mantenimiento en que sometemos a nuestro organismo, este se va degenerando hasta que comienza a fallar sistemáticamente perdiendo su equilibrio y armonía, para culminar en la falla total, derivando en la muerte, es cuando estos procesos fisiológicos internos al cumplir su ciclo orgánico, van sometiendo al cuerpo a una rigidez y dureza postmortem; y en lo que en un inicio fue un cuerpo blando y débil finaliza su ciclo vital en rigidez y dureza. Al igual que las hierbas y los arbustos nacen blandos y tiernos, es cuando su savia les proporciona el vigor y elasticidad necesaria para su óptimo desarrollo, al generarse a través de los nutrientes de la tierra y los elementos primarios que le proporcionan el sol, la lluvia y el oxígeno, pasa por su ciclo de madurez en donde ante el inminente final que está por llegar, florece y arroja sus semillas a fin de continuar con el ciclo reproductivo y llegando al fin la terminación de su ciclo vital donde la savia va abandonando gradualmente la materia vegetal, al degenerar su producción, es cuando la planta muere, transformándose en una sustancia vegetal árida y seca.
Es en ese momento cuando tanto el ser viviente como el vegetal en el término de su ciclo vital son duros y fuertes, y por lo tanto discípulos de la muerte y lo blando y frágil son discípulos de la vida, el elemento muerte contra el elemento vida.
El ser humano no sólo está sometido a esta blandura y fragilidad que deriva del nacimiento, así como la dureza y rigidez que provoca la muerte en sus procesos fisiológicos y orgánicos. Estas cualidades las hemos experimentado más allá de lo físico y orgánico; se ha experimentado en lo interno en lo impalpable, en lo invisible y apenas perceptible por nuestros sentidos y sentimientos. Estos estados han transitado a través de nuestras experiencias, en innumerables e veces hemos experimentado la muerte, no la física; sino la muerte interior, hemos experimentado el vacío, la depresión, el dolor, la amargura de las experiencias afectivas, la rabia ante la imposibilidad de defendernos ante situaciones adversas, el dolor ante aquello que nos ha trastocado el corazón, decepciones y desilusiones amorosas, peleas y discusiones familiares con o sin motivo razonable alguno de por medio, así con amigos e incluso con la pareja, y que en su momento nos han herido el corazón, volviéndolo rígido y duro; creándole una coraza impenetrable ante cualquier estímulo emocional, aún cuando en su funcionamiento orgánico se encuentra en plenitud, internamente ha muerto ante la incapacidad para perdonar y ceder; desarrollando en nuestro interior la muerte en vida, nos hemos vuelto intolerantes, temerosos, destructivos, crueles e hirientes ante cualquier tipo de acercamiento o convivencia interpersonal; todo en nuestro interior se torna árido y seco, ya no hay una clara perspectiva de vida, sólo accionamos por inercia, esperando la muerte como único remedio a nuestros conflictos internos, cuando en realidad ya hemos muerto por nuestra incapacidad para perdonar y perdonarnos, ante la falta de voluntad para dejar atrás lo pasado, en lugar de seguirlo arrastrando permanentemente, sólo pro que nos proporciona una sensación de peso, nos gusta cargar con culpas, resentimientos, odios, temores y prejuicios, nos otorga en apariencia una sensación de sentir algo, es más fácil cargar con lo pasado que lidiar con la ¨dolorosa e intolerante¨ vida presente, porque ya lo vivimos, ya nos pertenece y aunque nos duela eso nos agrada, eso nos aferra a una vida plagada de errores y desaciertos; nuestro pensamiento se aferra más a lo negativo que a lo nuevo, porque tememos mirara hacia el frente, le tememos a lo desconocido y queremos resolverlo con aquello que ya conocemos, y que sin embargo no conocemos nada aún de la vida, lo pasado no es referencia, lo pasado no es solución para lo presente, porque lo pasado ya sucedió, ya cumplió su ciclo, ya se experimentó, ya murió, el pasado es discípulo de la muerte, por lo tanto es rígido y duro, en su constitución externa, porque internamente es mucho más frágil al no poseer ningún tipo de sustancia vital, esta hueco, esta vacío y por lo tanto tan frágil que cualquier circunstancia nueva lo quiebra y lo destruye al no poseer consistencia, al no poseer savia, al no poseer vida; al igual cuando seguimos arrastrando lo pasado, los viejos modelos, las viejas ideas, las viejas costumbres y los viejos rencores, internamente no poseemos savia, no poseemos sustancia vital alguna, porque eso pasado ya dejó de existir, quedando sólo hueco y vacío y es ese vacío el que experimentamos en nuestro interior, esa sensación desagradable que nos provoca dolor e incertidumbre, esa angustia constante ante lo que nos depare la vida. Cómo podremos construir el futuro anhelado, sino somos capaces de hacer a un lado lo vivido?, si nos seguimos aferrando a los pasado, pensamos que con la ¨experiencia¨ obtenida ya será un referente idóneo para solventar los nuevos retos, y en ese conocimiento errado en lugar de resolver las nuevas vivencias, las complicamos aún más? Como pretendemos resolver lo presente con lo pasado?, la vida con la muerte, lo blando con lo rígido, lo blando y fresco con lo árido y seco, lo desconocido con lo conocido, la tolerancia con el rencor, el amor con el odio?. Estamos realmente conscientes de la cantidad de energía vital que desperdiciamos cuando estamos aferrados a estos condicionamientos pasados?, cuando atraemos a todo momento a la muerte, a la energía negativa evocando pensamientos y destructivos con una pesada carga de resentimiento y prejuicios? Nos gusta experimentar el masoquismo al arrastrar las experiencias pasadas, ya que esos sentimientos nos desarrollan la necesidad de sentirnos acogidos y protegidos al adolecer de autoestima y seguridad, lo que nos impulsa a aferrarnos a toda costa de lo pasado, de nuestra historia personal para provocar la ¨aceptación¨ de los demás siendo un pretexto idóneo para un acercamiento ficticio en las relaciones humanas, cuando basta con mostrarnos tal cuál somos en realidad sin fingir ni adoptar una personalidad muy alejada de nuestra esencia, ni mucho menos crear lástima ante los demás para experimentar una sensación de pertenencia. Cuando la pertenencia real es pertenecernos, conocernos y desarrollarnos y buscar la felicidad en nosotros mismos. de otra forma seguiremos experimentando ese vacío interno aún cuando estemos rodeados de personas, aún cuando seamos ¨sociables¨ el vacío seguirá presente por mucho que deseemos compensarlo a través de los demás ya sea en forma directa ayudando y preocupando en exceso por los demás o indirectamente al simplemente unirnos a la multitud, eso no garantiza que nos proporcione plenitud, sólo nos engañamos, porque tarde o temprano regresará ese sentimiento de frustración y soledad interna.
Por el contrario cuando hemos experimentado esa sensación de debilidad y blandura de nuestro corazón, cuando las vivencias han sido plenas y satisfactorias, nos sentimos embriagados por sentimientos sublimes que nos proporciona el amor, la bondad, el anhelo y la alegría, no sólo nos sentimos perceptivos ante esos nobles sentimientos, sino receptivos ante cualquier acción de crecimiento y alimento espiritual, experimentamos la vida en su máxima expresión, aún cuando sean fugaces y sin embargo perdurables. Es esa sensación de nacer en cada día, esa sensación de vitalidad plena, cuando cada día representa no sólo el comienzo de una jornada más, sino una nueva oportunidad para sentirnos renovados y emocionalmente más cargados de energía, para redescubrir el mundo, de explorar nuestro interior, de conocer gente nueva, de renovar nuestros votos no sólo con nuestra pareja, sino con nuestros familiares y amigos, de reorientar nuestro rumbo cuando lo sentimos extraviado, de dar una nueva oportunidad a aquellas personas que en su momento se equivocaron y nos lastimaron, de desarrollar una nueva perspectiva de vida, eliminando los viejos y obsoletos hábitos que nos involucionan interiormente y renacer a nuevas ideas, a nuevos principios éticos y morales, a nuevas actitudes más positivas y creativas, a una nueva visión orientada a buscar en nuestros sentimientos el refugio para nuestros temores e incertidumbres; a ser tolerantes ante nosotros mismos en la convivencia ante las inevitables críticas e inducciones en que nos vemos sometidos día con día, aún cuando el tiempo nos gobierna corporalmente, en lo interno debemos gobernarlo, no permitirnos envejecer en nuestra mentalidad, renovar nuestro pensamiento en cada día ante los nuevos retos que se nos presenten
La vida siempre será sorpresa, innovación, nuevos retos, nuevas ideas, nuevas costumbres, nuevos tiempos, nuevas experiencias, nuevos anhelos, nuevas responsabilidades, nuevo conocimiento, nuevas aspiraciones; y así debe ser nuestro interior, aspirar siempre a lo nuevo, para mantener una conformación interna suave, dúctil y flexible atrayendo todo lo positivo y revitalizador que la vida misma nos proporciona a cada momento y evitar endurecernos y morir con nuestras obsesiones y temores. El pasado ya quedó atrás, ya se extinguió la oportunidad de cambiarlo, ya endureció y por lo tanto ya es discípulo de la muerte; y en cambio, lo presente es lo nuevo, lo vital, el ahora y sí, está en nuestro control absoluto para regirlo y moldearlo en su ductilidad para construir un real y fructífero futuro, disfrutando nuestra vida como ninguna, porque es única y por ser única, el momento de liberarnos y ser felices debe ser único y pleno.
Pero en la muerte se vuelve rígido y fuerte.
Hierbas y arbustos nacen blandos y tiernos,
Pero en la muerte se vuelven áridos y secos.
Por esto lo duro y lo fuerte
Son secuaces de la muerte,
Lo blando y lo frágil
Son elementos de la vida.
Por esto, cuando un ejército es potente
No logra la victoria;
Cuando un árbol es fuerte, está condenado.
Lo fuerte y lo robusto están debajo
Y lo débil y lo blando están encima.
Reflexión:
Al nacer cada ser humano en su conformación y constitución física es frágil y débil ante el entorno natural, sin embargo, internamente posee toda cadena de procesos fisiológicos y orgánicos funcionando con una excepcional coordinación para su evolución y desarrollo óptimo, este proceso interno se va deteriorando al paso de los años dependiendo de las condiciones climáticas, de alimentación y mantenimiento en que sometemos a nuestro organismo, este se va degenerando hasta que comienza a fallar sistemáticamente perdiendo su equilibrio y armonía, para culminar en la falla total, derivando en la muerte, es cuando estos procesos fisiológicos internos al cumplir su ciclo orgánico, van sometiendo al cuerpo a una rigidez y dureza postmortem; y en lo que en un inicio fue un cuerpo blando y débil finaliza su ciclo vital en rigidez y dureza. Al igual que las hierbas y los arbustos nacen blandos y tiernos, es cuando su savia les proporciona el vigor y elasticidad necesaria para su óptimo desarrollo, al generarse a través de los nutrientes de la tierra y los elementos primarios que le proporcionan el sol, la lluvia y el oxígeno, pasa por su ciclo de madurez en donde ante el inminente final que está por llegar, florece y arroja sus semillas a fin de continuar con el ciclo reproductivo y llegando al fin la terminación de su ciclo vital donde la savia va abandonando gradualmente la materia vegetal, al degenerar su producción, es cuando la planta muere, transformándose en una sustancia vegetal árida y seca.
Es en ese momento cuando tanto el ser viviente como el vegetal en el término de su ciclo vital son duros y fuertes, y por lo tanto discípulos de la muerte y lo blando y frágil son discípulos de la vida, el elemento muerte contra el elemento vida.
El ser humano no sólo está sometido a esta blandura y fragilidad que deriva del nacimiento, así como la dureza y rigidez que provoca la muerte en sus procesos fisiológicos y orgánicos. Estas cualidades las hemos experimentado más allá de lo físico y orgánico; se ha experimentado en lo interno en lo impalpable, en lo invisible y apenas perceptible por nuestros sentidos y sentimientos. Estos estados han transitado a través de nuestras experiencias, en innumerables e veces hemos experimentado la muerte, no la física; sino la muerte interior, hemos experimentado el vacío, la depresión, el dolor, la amargura de las experiencias afectivas, la rabia ante la imposibilidad de defendernos ante situaciones adversas, el dolor ante aquello que nos ha trastocado el corazón, decepciones y desilusiones amorosas, peleas y discusiones familiares con o sin motivo razonable alguno de por medio, así con amigos e incluso con la pareja, y que en su momento nos han herido el corazón, volviéndolo rígido y duro; creándole una coraza impenetrable ante cualquier estímulo emocional, aún cuando en su funcionamiento orgánico se encuentra en plenitud, internamente ha muerto ante la incapacidad para perdonar y ceder; desarrollando en nuestro interior la muerte en vida, nos hemos vuelto intolerantes, temerosos, destructivos, crueles e hirientes ante cualquier tipo de acercamiento o convivencia interpersonal; todo en nuestro interior se torna árido y seco, ya no hay una clara perspectiva de vida, sólo accionamos por inercia, esperando la muerte como único remedio a nuestros conflictos internos, cuando en realidad ya hemos muerto por nuestra incapacidad para perdonar y perdonarnos, ante la falta de voluntad para dejar atrás lo pasado, en lugar de seguirlo arrastrando permanentemente, sólo pro que nos proporciona una sensación de peso, nos gusta cargar con culpas, resentimientos, odios, temores y prejuicios, nos otorga en apariencia una sensación de sentir algo, es más fácil cargar con lo pasado que lidiar con la ¨dolorosa e intolerante¨ vida presente, porque ya lo vivimos, ya nos pertenece y aunque nos duela eso nos agrada, eso nos aferra a una vida plagada de errores y desaciertos; nuestro pensamiento se aferra más a lo negativo que a lo nuevo, porque tememos mirara hacia el frente, le tememos a lo desconocido y queremos resolverlo con aquello que ya conocemos, y que sin embargo no conocemos nada aún de la vida, lo pasado no es referencia, lo pasado no es solución para lo presente, porque lo pasado ya sucedió, ya cumplió su ciclo, ya se experimentó, ya murió, el pasado es discípulo de la muerte, por lo tanto es rígido y duro, en su constitución externa, porque internamente es mucho más frágil al no poseer ningún tipo de sustancia vital, esta hueco, esta vacío y por lo tanto tan frágil que cualquier circunstancia nueva lo quiebra y lo destruye al no poseer consistencia, al no poseer savia, al no poseer vida; al igual cuando seguimos arrastrando lo pasado, los viejos modelos, las viejas ideas, las viejas costumbres y los viejos rencores, internamente no poseemos savia, no poseemos sustancia vital alguna, porque eso pasado ya dejó de existir, quedando sólo hueco y vacío y es ese vacío el que experimentamos en nuestro interior, esa sensación desagradable que nos provoca dolor e incertidumbre, esa angustia constante ante lo que nos depare la vida. Cómo podremos construir el futuro anhelado, sino somos capaces de hacer a un lado lo vivido?, si nos seguimos aferrando a los pasado, pensamos que con la ¨experiencia¨ obtenida ya será un referente idóneo para solventar los nuevos retos, y en ese conocimiento errado en lugar de resolver las nuevas vivencias, las complicamos aún más? Como pretendemos resolver lo presente con lo pasado?, la vida con la muerte, lo blando con lo rígido, lo blando y fresco con lo árido y seco, lo desconocido con lo conocido, la tolerancia con el rencor, el amor con el odio?. Estamos realmente conscientes de la cantidad de energía vital que desperdiciamos cuando estamos aferrados a estos condicionamientos pasados?, cuando atraemos a todo momento a la muerte, a la energía negativa evocando pensamientos y destructivos con una pesada carga de resentimiento y prejuicios? Nos gusta experimentar el masoquismo al arrastrar las experiencias pasadas, ya que esos sentimientos nos desarrollan la necesidad de sentirnos acogidos y protegidos al adolecer de autoestima y seguridad, lo que nos impulsa a aferrarnos a toda costa de lo pasado, de nuestra historia personal para provocar la ¨aceptación¨ de los demás siendo un pretexto idóneo para un acercamiento ficticio en las relaciones humanas, cuando basta con mostrarnos tal cuál somos en realidad sin fingir ni adoptar una personalidad muy alejada de nuestra esencia, ni mucho menos crear lástima ante los demás para experimentar una sensación de pertenencia. Cuando la pertenencia real es pertenecernos, conocernos y desarrollarnos y buscar la felicidad en nosotros mismos. de otra forma seguiremos experimentando ese vacío interno aún cuando estemos rodeados de personas, aún cuando seamos ¨sociables¨ el vacío seguirá presente por mucho que deseemos compensarlo a través de los demás ya sea en forma directa ayudando y preocupando en exceso por los demás o indirectamente al simplemente unirnos a la multitud, eso no garantiza que nos proporcione plenitud, sólo nos engañamos, porque tarde o temprano regresará ese sentimiento de frustración y soledad interna.
Por el contrario cuando hemos experimentado esa sensación de debilidad y blandura de nuestro corazón, cuando las vivencias han sido plenas y satisfactorias, nos sentimos embriagados por sentimientos sublimes que nos proporciona el amor, la bondad, el anhelo y la alegría, no sólo nos sentimos perceptivos ante esos nobles sentimientos, sino receptivos ante cualquier acción de crecimiento y alimento espiritual, experimentamos la vida en su máxima expresión, aún cuando sean fugaces y sin embargo perdurables. Es esa sensación de nacer en cada día, esa sensación de vitalidad plena, cuando cada día representa no sólo el comienzo de una jornada más, sino una nueva oportunidad para sentirnos renovados y emocionalmente más cargados de energía, para redescubrir el mundo, de explorar nuestro interior, de conocer gente nueva, de renovar nuestros votos no sólo con nuestra pareja, sino con nuestros familiares y amigos, de reorientar nuestro rumbo cuando lo sentimos extraviado, de dar una nueva oportunidad a aquellas personas que en su momento se equivocaron y nos lastimaron, de desarrollar una nueva perspectiva de vida, eliminando los viejos y obsoletos hábitos que nos involucionan interiormente y renacer a nuevas ideas, a nuevos principios éticos y morales, a nuevas actitudes más positivas y creativas, a una nueva visión orientada a buscar en nuestros sentimientos el refugio para nuestros temores e incertidumbres; a ser tolerantes ante nosotros mismos en la convivencia ante las inevitables críticas e inducciones en que nos vemos sometidos día con día, aún cuando el tiempo nos gobierna corporalmente, en lo interno debemos gobernarlo, no permitirnos envejecer en nuestra mentalidad, renovar nuestro pensamiento en cada día ante los nuevos retos que se nos presenten
La vida siempre será sorpresa, innovación, nuevos retos, nuevas ideas, nuevas costumbres, nuevos tiempos, nuevas experiencias, nuevos anhelos, nuevas responsabilidades, nuevo conocimiento, nuevas aspiraciones; y así debe ser nuestro interior, aspirar siempre a lo nuevo, para mantener una conformación interna suave, dúctil y flexible atrayendo todo lo positivo y revitalizador que la vida misma nos proporciona a cada momento y evitar endurecernos y morir con nuestras obsesiones y temores. El pasado ya quedó atrás, ya se extinguió la oportunidad de cambiarlo, ya endureció y por lo tanto ya es discípulo de la muerte; y en cambio, lo presente es lo nuevo, lo vital, el ahora y sí, está en nuestro control absoluto para regirlo y moldearlo en su ductilidad para construir un real y fructífero futuro, disfrutando nuestra vida como ninguna, porque es única y por ser única, el momento de liberarnos y ser felices debe ser único y pleno.
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