viernes, julio 03, 2009

La Carreta

Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó¨:

Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más? Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: Estoy escuchando el ruido de una carreta.

Eso es –dijo mi padre-. Es una carreta vacía.

Pregunté a mi padre: ¿ Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos?

Entonces mi padre respondió: Es muy fácil saber cuando una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace.

Me convertí en adulto y hasta hoy cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oir la voz de mi padre diciendo:

¨Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace¨

Reflexión:

Una forma muy frecuente de evadirnos, es exteriorizando a las personas nuestros aspectos externos, tales como nuestra apariencia estética, nuestras joyas, dinero, posesiones, títulos, reconocimientos, propiedades, el pertenecer a una empresa, organización o institución reconocida y prestigiada e incluso recrear una personalidad ideal que deseamos ser y que en realidad carecemos de ella. Somos como carretas vacías, hacemos mucho ruido debido a nuestra ligereza y vacío interno; entre más vacíos e insatisfechos nos sentimos en relación con nuestras expectativas de vida, más dependientes y aferrados somos en la apariencia externa, adoptando una personalidad muy alejada de nuestra verdadera esencia, y ante esa insatisfacción alimentamos desmesuradamente el ego, desarrollando la soberbia como mecanismo de evasión y compensación, recreando en nuestra mente una doble personalidad, lo que en realidad es una angustía generada por la incomprensión de lo que realmente somos o anhelamos ser, denostamos nuestras capacidades, facultades y virtudes que son reprimidas y poco desarrolladas por esa falta de conocimiento propio.

Y como consecuencia en la convivencia diaria, ante esa ola de dudas y insatisfacciones; nuestro comportamiento suele ser banal y poco afectivo hacia nuestra persona, defendiendo una mentira que al paso del tiempo se va transformando en una verdad y como tal la asumimos y la proyectamos hacia los demás, exagerando, inventando y recreando vivencias pasadas o inexistentes para impresionar, con el fin de ser aceptados y reconocidos ante la sociedad aparentando seguridad, poder, egolatría y soberbia, reafirmando estos falsos valores una y otra vez como un medio de autoconvencimiento; en apariencia nos llena y estimula el sentido de pertenencia, nos hace populares y atractivos, sin embargo, cuantas veces no hemos experimentado un enorme y amargo vacío en medio de una multitud? De pronto sentimos el deseo de alejarnos, de huir ante una súbita sensación de hartazgo!. A que se debe este vacío interno cuando nos desenvolvemos en la convivencia? Que nos impulsa a saturarnos de actividades recreativas o sociales desordenadas sin una meta definida y clara por alcanzar?, Porque nos embarga esa sensación de insatisfacción e inseguridad constante?, Porque nos sentimos impulsados a hacer demasiado ruido, siendo nuestro tema cotidiano de conversación aspectos enteramente materiales y superficiales? En términos generales, nos aferramos a resaltar nuestras ¨virtudes¨ y ocultar o maquillar lo que a nuestro juicio consideramos vergonzoso o ¨negativo¨ de nuestra personalidad!. Quizás por el temor a sentirnos rechazados o aislados? En realidad necesitamos de la aprobación y aceptación de los demás aún a costa de reprimir nuestra real y auténtica personalidad? Tan malo es demostrar lo que en realidad somos, aún cuando no comprendamos cabalmente quienes somos? Tendremos el valor y la determinación suficiente para defender nuestras creencias e ideales aún ante la crítica, el rechazo o la desaprobación externa para justificar nuestro actuar diario?.

La Soberbia y la Egolatría son mecanismos de evasión que poco a poco nos van hundiendo en la depresión y la angustía permanente, sobre todo se acentúa en la intimidad de la soledad, al cuestionamos duramente nuestras faltas, fallas y desaciertos; el primer paso para superar y eliminar estas dolorosas y pesadas cargas es dejar de obsesionarnos por ellas, simplemente hay que aceptarlas como parte de nuestra condición humana, el pensar y evocarlas es alimentar una personalidad material y superficial, y entre más nos aferramos a esos conceptos más demostramos y reafirmamos nuestro pobre y decadente desarrollo interno, y más difícil será superar nuestros conflictos personales. Estamos acostumbrados y condicionados a etiquetar nuestras reacciones, sensaciones y emociones; más aún si estas son desagradables, tales como ira, dolor, miedo, angustía, odio, sufrimiento, depresión, tristeza, etc. Al hacer esto, sólo provocamos encerrar una reacción, sensación o emoción en un simple concepto, los traducimos a diferentes expresiones verbales y por ende las asumimos como tal, perdiendo automáticamente la capacidad de librarnos de ese conflicto, bloqueando nuestra libertad para reconocerlo y canalizarlo constructivamente; ya que lo hemos asumido como algo patológico, porque así está conceptualizado y clasificado en las diferentes ramas de la ciencia del comportamiento humano, en ese momento hemos delegado la responsabilidad de enfrentarnos a nosotros mismos.

Eso, por supuesto no es una verdadera comprensión de lo que sentimos y percibimos en nuestros procesos internos, porque sólo comprendiéndolos es posible potencializarlos o librarnos de ellos; cada reacción, sensación o emoción son novatorios, porque cada ser humano es único, y mientras continúe la tendencia de etiquetarles un concepto ya definido, no lograremos desarrollar la capacidad comprender nuestras auténticas y novatorias reacciones, sensaciones y emociones, y por consecuencia descubrir nuestra verdadera personalidad, en lugar de eso, adoptamos una actitud pasiva, esperando que alguien nos resuelva lo que no comprendemos de nosotros mismos, y de ahí se genera la sensación de vacío, insatisfacción e inseguridad; lo que nos hace aferrarnos a un sentimiento nocivo de pertenencia, al desarrollar una personalidad materialista y superficial: el mundo de las apariencias. De pronto la vida se ha vuelto rutinaria porque en lo íntimo no hay saciedad, no hay satisfacción espiritual, no hay felicidad; porque interiormente nos sentimos carentes, y es por eso que exteriormente tratamos de llenar ese vacío con creencias, con actividades sin sentido y diversas formas de recreación y diversión.

Ese vacío, esa carencia interior, sólo podrá cesar cuando dejemos de escaparnos, dejemos de aparentar, dejemos de depender, aquello que tanto tememos como vacío y que nos impulsa a buscar escapatorias, a aparentar a depender, nos ha condicionado a no ser creadores y dueños de nosotros mismos, porque a eso que llamamos vacío sólo es una sensación, sólo es un estado mental, al que le hemos asignado un concepto, una etiqueta para pretextar nuestra falta de aceptación y amor a nosotros mismos. La libertad comienza en experimentar la vida de instante en instante, hay conocimiento y renovación constante de nuestras reacciones, sensaciones y emociones como situaciones exclusivas y muy propias de nuestro desenvolvimiento diario en la convivencia, sin etiquetarles un concepto o nombre ya establecido, ni anteponerle el término de bueno o malo; positivo o negativo, agradable o desagradable para no limitarlo ni limitarnos a eliminar o potencializarlo, todo cuánto percibimos y experimentamos en la vida diaria, todo sin exclusión o excepción alguna, nos va proporcionando un valiosísimo conocimiento de nuestro potencial interno, y así podremos experimentar la vida con mayor intensidad, a todo momento, de un modo nuevo, sin evasiones, sin escapatorias, ni apariencias; esto nos proporcionará la certidumbre de quienes somos, alimentándonos de confianza, seguridad y autoestima para desarrollar todo nuestro potencial, y estar en la posibilidad de experimentar esa sensación de saciedad y dicha, que sólo se logra a través del conocimiento y desarrollo del amor propio.

La humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitir a los demás descubrirlas.