Oración
Un misionero español visitaba una isla, cuando se encontró con tres sacerdotes aztecas.
— ¿Cómo rezáis vosotros? —preguntó el padre.
— Sólo tenemos una oración —respondió uno de los aztecas—. Nosotros decimos: «Dios, Tú eres tres, nosotros somos tres. Ten piedad de nosotros.»
— Bella oración —dijo el misionero—. Pero no es exactamente la plegaria que Dios escucha. Os voy a enseñar una mucho mejor.
El misionero les enseñó una oración y prosiguió su camino de evangelización. Años más tarde, ya en el navío que lo llevaba de regreso a casa, tuvo que pasar de nuevo por la isla. Desde la cubierta, vio a los tres sacerdotes en la playa, y los llamó por señas.
En ese momento, los tres comenzaron a caminar por el agua hacia él.
— ¡Padre! ¡Padre! —gritó uno de ellos, acercándose al navío—. ¡Enséñanos de nuevo la oración que Dios escucha, porque no conseguimos recordarla!
— No importa —dijo el misionero, viendo el milagro.
Y pidió perdón a Dios por no haber entendido antes que Él hablaba todas las lenguas.
fuente: Paulo Cohelo
Reflexión:
Tan abstraídos estamos en nuestros pensamientos que olvidamos elevar el rostro hacia el firmamento y echar un vistazo a nuestro alrededor. Nos obsesiona la cotidianeidad de la rutina en nuestras obligaciones laborales y personales; nos enfrascamos en todo tipo de discusiones en cualquier ámbito de nuestra vida, nos irritamos ante cualquier provocación; le envidiamos a quienes poseen lo que carecemos; nos sentimos amenazados ante el que se supera; la mentira y la manipulación son nuestras armas encaminadas hacia el egoísmo; alimentamos a nuestro ego en nuestra obsesión por llamar la atención, por la palmada y por el reconocimiento. Todas y cada una de estas características es lo que desarrolla en el ser humano el sentimiento de depresión y soledad cuando hace uso de ellas indiscriminadamente. Dejamos de ser espontáneos, honestos y auténticos no sólo hacia nuestra persona, sino ante los demás; buscando caminos obscuros para hacerle mal a otra persona justificándonos por omisión, sin percatarnos que el daño nos lo provocamos a nosotros mismos, creándonos una atmósfera destructiva a nuestro alrededor. Y que por alguna razón justificada el medio nos repele y aísla; y aún a pesar de nuestras acciones nos preguntamos porque nos sentimos rechazados y solos, porque a pesar de que poseemos la estabilidad material, en nuestro interior perdura una sensación de tristeza y vacío insoportable; porque pretendemos seguir siendo ignorantes de nuestra realidad?.
Cuando sentimos que la vida nos golpea sin tregua alguna, nuestra inmediata reacción es el reclamo hacia el exterior; cuando una desgracia toca a nuestra puerta elevamos una oración suplicando misericordia, si una enfermad o accidente amenaza nuestra integridad, culpamos al entorno y a las circunstancias del medio; cuando nos embarga la soledad y el rechazo, lo atribuimos a la incomprensión de los demás; ya que por naturaleza enfocamos nuestros males al exterior como un mecanismo de defensa ante el grito desesperado de abandono de nuestra naturaleza interior, alma, espíritu, voz interior, conciencia, etc. El concepto es lo de menos, lo esencial es que a cada paso dejamos de percatarnos que estamos rodeados del misterio y milagro de la vida cada instante, las señales pasan imperceptibles pero nítidas ante nuestros ojos, las oportunidades se diluyen, sin siquiera percibirlas por nuestra indiferencia y distracción. Sufrimos por el mundo que nos tocó habitar, sufrimos por aquel ser en desgracia, sufrimos por no haber concretado nuestras expectativas iniciales, sufrimos por el ser que nos ha dejado, sufrimos por no ser correspondidos, sufrimos por no ser reconocidos, sufrimos por el que dirán, sufrimos al no lograr imponer nuestras reglas y sufrimos porque sentimos que la vida no es justa y equitativa.
Todos hemos experimentado el sufrimiento en más de una ocasión, y seguimos sufriendo porque no encontramos un real sentido para vivir, para sentir alegría y estabilidad emocional permanente. Y sufrimos porque no sabemos como interiorizarnos para resolver todos nuestros cuestionamientos existenciales; las respuestas más esenciales pueden surgir de nuestros procesos internos emocionales, de la interpretación de nuestras sensaciones que perciben nuestros sentidos y de la canalización en acciones congruentes en pensamiento y acción. Todos nuestros males son originados no por un Creador, Ser Supremo o Dios; son producto de nuestras acciones sean estas racionales o irracionales, nosotros creamos nuestro propio mundo interno, nuestro caos mental, nuestra propia realidad y por consecuencia nuestra propia historia de vida. Podemos realizar todo tipo de oraciones y acciones con el fin de que mejoren nuestras condiciones humanas inmateriales y materiales, si no hay un verdadero convencimiento de lo anhelamos de la vida, poco es lo que nos convenceremos a nosotros mismos de lograrlo; aquello que tanto imploramos y buscamos al firmamento se encuentra en todas partes y concentrado en cada uno de nosotros a la vez; es aquello que alimenta nuestra autoestima, seguridad y amor en nosotros mismos. Una oración no sólo es una plegaria hacia nuestra voz interior, es un acto de entrega total enfocado al pleno convencimiento de nuestras potencialidades humanas, hacia aquello que deseamos trascender siendo honestos con nosotros mismos y hacia los demás.
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