Ejemplo
En una ocasión una abuela trajo su nieto a Mahamat Gandhi. El niño tenía un apetito insaciable por el azúcar lo cual estaba poniendo en peligro su salud.
“Por favor, ella suplicó a Gandhi, dígale a mi nieto que deje de comer azúcar, ya que se que él lo respeta mucho a usted, yo se que él le escuchará lo que usted le diga. Gandhi les pidió que se fueran y regresaran en cuatro días.
Cuatro días más tarde regresaron la abuela y el nieto. Gandhi mirando a los ojos al nieto de la señora le dijo con autoridad: ” Deje de comer azúcar, estás hiriendo tu cuerpo”.
Después de un breve silencio, la abuela le preguntó a Gandhi. Señor , por qué usted nos pidió esperar cuatro días y regresar, si esto mismo lo hubiera dicho el día que vine?
Gandhi respondió: “Señora, hace cuatro días yo estaba comiendo azúcar y no podía hablarle con autoridad a su nieto. Ahora puedo, porque hace cuatro días dejé de comer azúcar”
Fuente: Cuentos de la India
Reflexion:
Casi por lo general nos atrevemos a dar un consejo, crítica e incluso a osar corregir la actitud o proceder ajeno; movidos quizás por un sentido egocéntrico al pretender que poseemos el conocimiento de causa hacia una experiencia en particular, o a veces por el deseo de ayudar a quién juzgamos lo necesite, ya sea por atrevimiento o petición personal. Finalmente es casi una naturaleza espontánea el hacerlo, porque nos sentimos convencidos que el conocimiento que vamos adquiriendo a través de las experiencias puede ser válido para compartirlo; no esta mal el hacerlo, cuando en realidad hay un deseo auténtico y desinteresado. Lo que si suele ser conflictivo, es cuando se pretende imponer esa verdad propia a cualquier costo. Que nos impulsa el hacerlo? Será quizás por envidia?, porque consideramos que la persona carece del criterio o conocimiento para opinar o actuar de tal o cuál manera?, o porque juzgamos que nuestra verdad se encuentra por encima de la ajena?. Es fácil en realidad juzgar el pensar, expresar y actuar de alguien; pero poseemos la suficiente y vasta calidad moral para hacerlo?, que nos hace pensar que podemos o debemos imponer, influir o cambiar la verdad de otra persona?, con que fin?, para experimentar un sentido de poder, dominación o sumisión hacia alguien?. Acaso el imponer nuestra opinión nos otorgaría algún beneficio personal, o en realidad tendrá un efecto favorecedor a quién lo dirigimos?. o nos reafirmará el ego o la conciencia?, porque nos cuesta trabajo mantenernos al margen de la vida ajena y respetar que viva sus propias experiencias sin inmiscuirnos?.
Es claro que no somos personas que fuimos fabricados en serie por un sólo molde como para creer que todos debemos sentir, pensar y actuar de la misma forma. En estructura esquelética y fisiológica, si se puede afirmar que somos casi idénticos, pero sólo en funciones orgánicas. Pero a nivel sensorial, perceptivo y mental, somos diferentes, únicos e irrepetibles. Y por omisión cada ser humano posee su propia percepción de la vida, sus propias sensaciones de su realidad, sus propias facultades y por lo tanto su propio derecho de experimentar la vida como mejor le convenga y realice; y aún más, su propia verdad acerca de su existencia a través de sus propias experiencias. Hay excepción cuando nos es solicitada una opinión o consejo, el cuál no le podemos exigir que lo siga al pie de la letra, porque no se experimenta en cabeza ajena sus consecuencias, y por supuesto no nos haremos responsables cuando los resultados no sean satisfactorios. Lo fascinante de la vida es analizar como una acción común, se diversifica en cada ser humano; es por ello que el respeto al derecho de existencia ajena consolida la armonía y la paz de la sociedad. Porque hay que predicar con el ejemplo; ó el que éste libre de culpa que arroje la primera piedra. Nos es fácil cuestionar, interferir y condenar un pensamiento, opinión o acción ajena, sea por el motivo que fuere; porque consideramos que tenemos mayor capacidad o conocimiento, y por lo tanto nos sentimos poseedores de la verdad; el ego siempre juega a favor propio cuando se trata de reafirmar la autoestima. Pero también debemos ser conscientes que esa verdad por lo general es aplicable a la experiencia propia, nada más; ya que cada individuo posee el Don y las facultades necesarias para experimentar su propia naturaleza y evolucionar con ella, porque sus decisiones serán perfectas en ese momento, y nadie tiene derecho a interferir en ellas; si acierta o se equivoca, será parte del aprendizaje de su propia existencia, y de ahí consolidará su madurez para experimentar su propio Ser.
Podemos aspirar ser guías cuando la persona lo permita o solicite, y cuando en realidad le reditué en beneficios para su crecimiento humano; porque es también válido el compartir los conocimientos hacia un beneficio ajeno, sin esperar nada a cambio, sin condicionar, inducir o manipular; sólo trasladamos nuestra propia experiencia en vías de aprendizaje no tanto de la persona receptiva sino del emisor; lo que reafirma en mucho el conocimiento adquirido y compartido; y ya después se deben soltar las riendas para que con ese empujón inicial, trace la senda de su destino y acumule por sí mismo sus propias experiencias. Por lo que no podemos pretender imponerle una verdad a alguien porque así lo hemos decidido; porque esa persona también tiene el poder de asumirla o rechazarla parcial o totalmente, es su derecho el defender su libertad de elección.
Si deseamos obtener un efecto favorecedor en la persona, debe haber congruencia con lo que decimos y somos en la vida real, ser ejemplo de humildad y superación propia; porque el ejemplo es lo que demostremos con nuestras actitudes y evolución humana, más no lo que expresemos con palabras incongruentes y vacías.
Cada persona posee el pleno derecho de defender su facultad de elegir, si asume o rechaza parcial o totalmente una verdad ajena que favorezca o atente su libertad de Ser.
“Por favor, ella suplicó a Gandhi, dígale a mi nieto que deje de comer azúcar, ya que se que él lo respeta mucho a usted, yo se que él le escuchará lo que usted le diga. Gandhi les pidió que se fueran y regresaran en cuatro días.
Cuatro días más tarde regresaron la abuela y el nieto. Gandhi mirando a los ojos al nieto de la señora le dijo con autoridad: ” Deje de comer azúcar, estás hiriendo tu cuerpo”.
Después de un breve silencio, la abuela le preguntó a Gandhi. Señor , por qué usted nos pidió esperar cuatro días y regresar, si esto mismo lo hubiera dicho el día que vine?
Gandhi respondió: “Señora, hace cuatro días yo estaba comiendo azúcar y no podía hablarle con autoridad a su nieto. Ahora puedo, porque hace cuatro días dejé de comer azúcar”
Fuente: Cuentos de la India
Reflexion:
Casi por lo general nos atrevemos a dar un consejo, crítica e incluso a osar corregir la actitud o proceder ajeno; movidos quizás por un sentido egocéntrico al pretender que poseemos el conocimiento de causa hacia una experiencia en particular, o a veces por el deseo de ayudar a quién juzgamos lo necesite, ya sea por atrevimiento o petición personal. Finalmente es casi una naturaleza espontánea el hacerlo, porque nos sentimos convencidos que el conocimiento que vamos adquiriendo a través de las experiencias puede ser válido para compartirlo; no esta mal el hacerlo, cuando en realidad hay un deseo auténtico y desinteresado. Lo que si suele ser conflictivo, es cuando se pretende imponer esa verdad propia a cualquier costo. Que nos impulsa el hacerlo? Será quizás por envidia?, porque consideramos que la persona carece del criterio o conocimiento para opinar o actuar de tal o cuál manera?, o porque juzgamos que nuestra verdad se encuentra por encima de la ajena?. Es fácil en realidad juzgar el pensar, expresar y actuar de alguien; pero poseemos la suficiente y vasta calidad moral para hacerlo?, que nos hace pensar que podemos o debemos imponer, influir o cambiar la verdad de otra persona?, con que fin?, para experimentar un sentido de poder, dominación o sumisión hacia alguien?. Acaso el imponer nuestra opinión nos otorgaría algún beneficio personal, o en realidad tendrá un efecto favorecedor a quién lo dirigimos?. o nos reafirmará el ego o la conciencia?, porque nos cuesta trabajo mantenernos al margen de la vida ajena y respetar que viva sus propias experiencias sin inmiscuirnos?.
Es claro que no somos personas que fuimos fabricados en serie por un sólo molde como para creer que todos debemos sentir, pensar y actuar de la misma forma. En estructura esquelética y fisiológica, si se puede afirmar que somos casi idénticos, pero sólo en funciones orgánicas. Pero a nivel sensorial, perceptivo y mental, somos diferentes, únicos e irrepetibles. Y por omisión cada ser humano posee su propia percepción de la vida, sus propias sensaciones de su realidad, sus propias facultades y por lo tanto su propio derecho de experimentar la vida como mejor le convenga y realice; y aún más, su propia verdad acerca de su existencia a través de sus propias experiencias. Hay excepción cuando nos es solicitada una opinión o consejo, el cuál no le podemos exigir que lo siga al pie de la letra, porque no se experimenta en cabeza ajena sus consecuencias, y por supuesto no nos haremos responsables cuando los resultados no sean satisfactorios. Lo fascinante de la vida es analizar como una acción común, se diversifica en cada ser humano; es por ello que el respeto al derecho de existencia ajena consolida la armonía y la paz de la sociedad. Porque hay que predicar con el ejemplo; ó el que éste libre de culpa que arroje la primera piedra. Nos es fácil cuestionar, interferir y condenar un pensamiento, opinión o acción ajena, sea por el motivo que fuere; porque consideramos que tenemos mayor capacidad o conocimiento, y por lo tanto nos sentimos poseedores de la verdad; el ego siempre juega a favor propio cuando se trata de reafirmar la autoestima. Pero también debemos ser conscientes que esa verdad por lo general es aplicable a la experiencia propia, nada más; ya que cada individuo posee el Don y las facultades necesarias para experimentar su propia naturaleza y evolucionar con ella, porque sus decisiones serán perfectas en ese momento, y nadie tiene derecho a interferir en ellas; si acierta o se equivoca, será parte del aprendizaje de su propia existencia, y de ahí consolidará su madurez para experimentar su propio Ser.
Podemos aspirar ser guías cuando la persona lo permita o solicite, y cuando en realidad le reditué en beneficios para su crecimiento humano; porque es también válido el compartir los conocimientos hacia un beneficio ajeno, sin esperar nada a cambio, sin condicionar, inducir o manipular; sólo trasladamos nuestra propia experiencia en vías de aprendizaje no tanto de la persona receptiva sino del emisor; lo que reafirma en mucho el conocimiento adquirido y compartido; y ya después se deben soltar las riendas para que con ese empujón inicial, trace la senda de su destino y acumule por sí mismo sus propias experiencias. Por lo que no podemos pretender imponerle una verdad a alguien porque así lo hemos decidido; porque esa persona también tiene el poder de asumirla o rechazarla parcial o totalmente, es su derecho el defender su libertad de elección.
Si deseamos obtener un efecto favorecedor en la persona, debe haber congruencia con lo que decimos y somos en la vida real, ser ejemplo de humildad y superación propia; porque el ejemplo es lo que demostremos con nuestras actitudes y evolución humana, más no lo que expresemos con palabras incongruentes y vacías.
Cada persona posee el pleno derecho de defender su facultad de elegir, si asume o rechaza parcial o totalmente una verdad ajena que favorezca o atente su libertad de Ser.
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