miércoles, septiembre 30, 2009

El huésped

Vive en este mundo como si fueras un huésped. Tu verdadero hogar no está aquí. Puede que la escritura de la casa esté a tu nombre; pero, ¿De quién era antes de que tu la comprarás? ¿Y de quién será cuando mueras? Es tan sólo una posada al borde del camino, un lugar para descansar brevemente del largo viaje hacia tu hogar que se halla en Dios.

Cuando llegamos a este mundo nuestras primeras reacciones una vez conscientes de nuestro entorno, instintivamente buscamos como medio de protección el apego a lo material, producto de un sentimiento de separación efectuado durante nuestro nacimiento, cuando nos ha sido cortado el cordón umbilical, experimentamos la sensación de separación de nuestro medio acuoso que nos proveía protección y confort, a partir de ese momento la inseguridad se hace presa de nuestros pensamientos y sentimientos, por eso mismo ahora nos aferramos a un imaginario e inexistente cordón umbilical a fin de no perder ese vínculo que nos otorgaba felicidad y seguridad y que nos desarrolla la necesidad de poseer a nivel material, en ocasiones con tintes obsesivos, no como un medio de satisfacción espiritual sino como un sentimiento de inseguridad e incertidumbre al habitar un mundo que no nos pertenece totalmente, sólo somos huéspedes temporales, en cuyo entorno hemos sido integrados a fin de ser partícipes de la magna obra de la creación de todo cuánto nos rodea. Y por ese sentimiento de separación inicial, desarrollamos un cúmulo de temores al sentirnos repentina y permanentemente solos y aislados durante toda nuestra vida, cuando en esa aparente seguridad se encuentra la meta primaria de autodescubrimiento para hallar en nuestras sensaciones y emociones, la finalidad real del objetivo de habitar temporalmente nuestro mundo, y que ante esa angustia generada por falta de introspección nos avocamos a compensarlo mediante la satisfacción material, ya no como un medio de supervivencia y confort, sino como un deseo impulsivo por poseer cuánto más podamos acumular para saciar algo que es insaciable, el apego excesivo a las riquezas y las posesiones materiales. Cuando en un inicio la prioridad de la vida es saciar la individualidad, nuestra esencia auténtica que es el saber de nuestras emociones, sentimientos y sensaciones que se traducen en sueños y anhelos cristalizados conociéndolos a profundidad para una vez identificados, lograr el dominio absoluto de ellos y así iniciar el camino hacia el equilibrio y armonía espiritual.

¡Qué necia es la gente al dedicar tanto tiempo a mimar sus cuerpos, a acumular riquezas, a amasar más posesiones! Cuando los golpee la muerte deberán abandonarlo todo.

En lugar de ello nos aferramos sin descanso alguno a lo material, y descuidando en gran medida lo esencial que cada ser humano puede explorar de su riqueza interior y exterior, no por un sentimiento negativo en él, sino porque a falta de desconocimiento y poco interés en aquello que no aporta frutos materiales inmediatos, ni status, y ni mucho menos reconocimiento social, nos enfrasca en una lucha interna en la cuál se antepone en mayor medida la saciedad hacia los impulsos materiales para complementar y llenar ese vacío que nos embarga a cada momento en nuestra vida cotidiana, es decir, sustituimos o sacrificamos a la individualidad por el ego; el ego es la parte material y exterior: la llamada personalidad en contraposición con nuestra esencia llamada individualidad; el ego conforme es alimentado a través de la influencia del entorno social va exacerbando nuestros sentidos físicos y haciéndonos perder la coherencia en relación a nuestros aspectos internos, a resolver nuestros conflictos existenciales. Estos deseos que se van transformando en obsesiones nos hace alimentar a toda costa al ego, aquello que si podemos palpar, ver y cambiar a nuestro capricho, con la única finalidad de saciarnos y embotando nuestros sentidos ante aquello que es inherente, intangible y que alimenta nuestro espíritu y que sin embargo, descuidamos en gran medida por ese irrefrenable deseo de alimentar una máscara, la personalidad que es el espejo que mostramos al exterior, a la sociedad dedicándole grandes cantidades de tiempo al cultivo estético y no necesariamente de salud del cuerpo, a acumular riquezas materiales perdiendo la noción de cuánto es lo necesario para enfocarnos a su vez en otro tipo de riquezas más intangibles pero que proporcionan infinitamente mayor satisfacción a nivel de madurez y equilibrio emocional y no riqueza material obsesiva y excesiva que inicialmente embota nuestros sentidos y nos proporciona gran entusiasmo y alegría, pero ésta es sólo parcial, porque lo material tiende a consumirse en algún momento. Y al nacer nos encontramos sin ningún tipo de posesión, tan sólo con nuestra esencia pura y la cuál es la materia prima para enriquecernos del entorno que nos entrega tanto hacia nuestro crecimiento espiritual que eso será permanente, mientras que lo material sólo pertenece al mundo material y al morir ahí es donde se quedará, la decisión le corresponde a cada ser humano evaluar y asumir.


Por lo tanto, considérate un huésped en la tierra. Como es natural, mientras vivas aquí, intenta ser un buen huésped. Compórtate lo mejor que puedas. Actúa responsablemente. Cuida las cosas que Dios te ha dado para hacer uso de ellas. Pero nunca olvides, ni por un instante, que no son tuyas, sino suyas.

El ser un huésped en este mundo llamado tierra, con aparentes límites, de los cuáles nos hace inalcanzable el espacio infinito que nos rodea, nos hace por tanto sentirnos confinados en un mundo material, donde predomina la ley del más fuerte, del más poderoso, del más astuto, del más maquiavélico, cuando hay cosas fundamentalmente más importantes que aquello que en apariencia nos confina nuestro insignificante y limitado espacio llamada el mundo terrenal, donde reina la soberbia, la avaricia, el engaño, la egolatría, egocentrismo y egoísmo, porque nos conceptualizamos y así nos asumimos como el ser viviente más apto sobre la tierra y todo lo que la circunda, y por esa misma idea falsa, nos sentimos con el pleno derecho de abusar de ella y destruir todo su ecosistema; su flora y fauna existente. Cuando solamente somos unos huéspedes, no permanentes ni mucho menos inmortales, sino huéspedes temporales. Y es por ello que debemos tomar conciencia de cuál es nuestra verdadera misión sobre éste tránsito fugaz y afrontar nuestra real responsabilidad; el dejar un legado, un mensaje y un ejemplo, no sólo de superación, sino de crecimiento y interior, es decir, de autoconocimiento, de autocontrol y de autonomía individual, porque aparentemente le tememos a la muerte, no por el suceso inevitable que tarde o temprano nos arropará entre sus brazos, sino el temor radica en que al alcanzarnos ese estado, no hayamos cristalizado nuestros verdaderos deseos, que es el alcanzar la absoluta libertad de ser, de pensar, de actuar, de sentirnos plenos y satisfechos por haber desentrañado el gran misterio de la vida personal de cada uno de nosotros, que es la constante introspección para descubrir al verdadero huésped, no el que se alimenta en base a l ego que depende de los factores externos y materiales, sino del huésped que se origina y se encuentra latente en el interior de cada ser humano: su semilla divina, su conciencia interior, intuición viva y perceptiva, el amor que es el vivo sentimiento de lo que denominamos Dios. Ya que cada ser humano posee sin excepción alguna ese amor infinito del cuál puede hacer uso para expresar hasta sus más íntimos sentimientos y alimentarse de él para hacer pleno uso de sus facultades y capacidades para desenvolverse con inteligencia y sabiduría en esa búsqueda de integración de su sentimiento de separación experimentado al nacer, y tener la posibilidad de hallar equilibrio y seguridad ante sus constantes angustias y dudas existenciales.