viernes, julio 03, 2009

El Círculo del odio

El dueño de una empresa gritó al administrador, porque estaba enojado en ese momento.
El administrador llegó a su casa y gritó a su esposa, acusándola de gastar demasiado, al verla con un vestido nuevo.
La esposa gritó a la empleada porque rompió un plato.
La empleada dio un puntapié al perro porque la hizo tropezar.
El perro salió corriendo y mordió a una señora que pasaba por la vereda, porque obstaculizaba su salida por la puerta.
Esa señora fue al hospital a vacunarse contra la rabia y gritó al joven médico porque le dolió cuando le aplicó la vacuna.
El joven médico llegó a su casa y gritó a su madre, porque la comida no era de su agrado.
La madre le acarició los cabellos diciéndole:
-"Hijo querido, mañana te haré tu comida favorita. Tú trabajas mucho. Estás cansado y necesitas de una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de tu cama por otras bien limpias y perfumadas para que descanses con tranquilidad. Mañana te sentirás mejor...".
Luego lo bendijo y abandonó la habitación, dejándolo sólo con sus pensamientos...
En ese momento, se interrumpió el CÍRCULO DEL ODIO, porque chocó con la TOLERANCIA , con el RESPETO, con el PERDÓN y con el AMOR.

Reflexión:

Las cadenas, los círculos, los ciclos, los vicios e impulsos heredados son actitudes y acciones que forman parte inherente de nuestra cotidianeidad, debido a esa ansiedad que experimentamos en gran parte por la incertidumbre y misterio que envuelve nuestra vida personal. Por lo general nos aferramos con gran ahínco y necesidad a estas interminables cadenas de odio, de rencor, de frustración, de soberbia… en fin todo este cúmulo de sentimientos ahondan en lo más profundo de nuestro ser. Y que apagan nuestros ideales y nos insertan en un mundo real que a nuestra percepción lo consideramos algo caótico e incierto, por toda la influencia en la que estamos envueltos, y en ese esfuerzo por sobrevivir en un sistema social, exigente y selectivo, adoptamos modelos de personalidad que difieren de nuestra forma de ser real. A partir de ese momento en que iniciamos el proceso de ¨adaptación¨ al mundo ¨real¨ en que nos alejamos de nuestro ideal de vida, de nuestra individualidad, es cuando comenzamos a experimentar un sentimiento de remordimiento y desasosiego, y que inició desde temprana edad en las primeras fases de convivencia y desenvolvimiento social, fuera de nuestro núcleo familiar.
En ese ferviente deseo de ser aceptado y reconocido como uno más dentro de la sociedad y que proporciona un determinado sentido de pertenencia, y que es un tanto cuánto necesario para nuestro desarrollo individual como medio de autoconocimiento y esclarecimiento de nuestras capacidades y facultades como ente individual e integrado a la sociedad; en algún momento fuimos obligados a adoptar nuestras primeras máscaras, actitudes y comportamientos contrarios a nuestra individualidad, por esa necesidad de adaptarnos a un determinado núcleo de convivencia y obtener con ello un beneficio a nivel material o anímico y sobre todo para adquirir estatus social, como medio de afirmación y seguridad personal. Sin duda, el desenvolvimiento en las relaciones humanas es vital para la búsqueda de una identidad que comienza a definirse conforme nos enfrentamos al mundo real, y en cuyas vivencias que arrojan un extraordinario conocimiento se va ¨moldeando¨ nuestra personalidad y autoestima. Por naturaleza el ser humano huye de la soledad y el aislamiento, huye de lo que teme escuchar de su voz interior, de su conciencia, se desespera, se abruma, se angustia por esa falta de autoconocimiento que se va transformando en estados neuróticos al no saber satisfacer sus dudas existenciales.

Aunado a ello, en el desenvolvimiento diario estamos sujetos a una interminable cadena de presiones de toda índole, de tipo económico, familiar, social y laboral; y que ¨atentan¨ contra nuestros estados mentales, emocionales y anímicos, desestabilizando nuestra tranquilidad y armonía. Cuando estamos sujetos por toda esta gamma de presiones, nos encontramos susceptibles a todo tipo de provocaciones y agresiones provenientes del exterior, internamente comenzamos a fomentar sentimientos destructivos como la molestia, la insatisfacción, la desesperación y el enfado, que se traduce en enojo u odio, síntomas inequívocos de esa vulnerabilidad y fragilidad que experimentamos por ese caos interno en que estamos inmersos; y que a la mínima señal, explotamos furiosos contra aquello que derrama nuestra paciencia y tolerancia de por sí ya saturada; desencadenando reacciones violentas que expresamos en forma verbal o física, y como la mayoría de las personas en nuestro medio se encuentran en similares condiciones, comienza a generarse el círculo del odio; ya que el ser humano por naturaleza tiende a buscar cualquier medio de desahogo para eliminar de sí esa pesada y angustiante carga de emociones destructivas, que le ofuscan su buen discernimiento y sosiego, que cimbran su estabilidad, y que se manifiesta en espasmos musculares, ansiedad y tensión emocional; cuando nuestra actitud ante la vida es de constante tensión y sentimientos prejuiciosos, nos volvemos copartícipes de esa cadena que atenta contra la dignidad humana; descargándolo así en cuánta persona se cruce en nuestro camino, y si esa persona coincide con nuestros estados emocionales, repite el proceso y así comienza a eslabonarse la interminable cadena de reacciones destructivas y que es inevitable no ser víctimas de esta ¨contaminación¨ social.

Este proceso de molestia permanente se debe al grado de tensión en que estamos sujetos en nuestro diario vivir y que por razones de saturación mental, no hallamos los medios para descargarlos constructivamente; cuando el enojo y la frustración nos invade, perdemos toda oportunidad de autocontrol a nivel mental y emocional, no pensamos claramente, nuestro juicio se encuentra disuelto en la red de los impulsos viscerales, nos sentimos amenazados por aquellos seres que ¨brillan¨ ante nosotros y que los consideramos superiores por el hecho de que se asemejan a nuestro modelo ideal de aspiración y que por nuestros miedos y prejuicios no nos atrevemos a explorar, potencializar y expresar, desarrollando baja autoestima e inseguridad. El siempre reaccionar molestos o furiosos ante cualquier ¨agresión¨ o ¨provocación¨ se debe por ese sentimiento de no definición, de no adaptabilidad, de no pertenencia, de no afirmación, de no seguridad y de no dignidad; nos sentimos envueltos en un mundo dual, por un lado la personalidad ficticia que expresamos al exterior y por otro la individualidad que reprimimos en nuestro interior, esa dolorosa lucha nos provoca insatisfacción y conflicto emocional permanente; no hay coherencia de nuestro ser con nuestro actuar, la vida adquiere matices obsesivos y depresivos, y eso lo dirigimos hacia las personas que nos rodean, descargando injustamente en ellas esas dolencias neuróticas que apagan nuestro deseo de evolucionar y trascender.

La mejor forma de romper este círculo vicioso es aceptar que en la necesaria y vital convivencia social, siempre estaremos expuestos a todo tipo de agentes agresivos que amenazaran con desestabilizar nuestros estados anímicos y mentales; nuestra actitud hará la diferencia, en la cuál debe estar presente nuestra tolerancia y paciencia en forma permanente, aceptar que toda vivencia es aprendizaje, que cualquier tipo de agresión la tomemos con madurez y tranquilidad, no permitirnos contaminar por los estados emocionales destructivos de otra persona, una actitud de esa naturaleza sólo devela su grado de frustración y angustia, es una persona que sufre, y la mejor forma de ayudarle es demostrarle que una actitud no indiferente, pero si tolerante e inmutable es el mejor antídoto para disipar su angustia mental o emocional. De esa forma no sólo romperemos con las cadenas o círculos viciosos del odio, sino que comprobaremos nuestro grado de madurez y tolerancia ante las circunstancias más desfavorables de la vida, proporcionando un ejemplo de madurez y equilibrio interior, que las respuestas no se encuentran en la agresión y la violencia, no todo se resuelve de esta forma, siempre hay alternativas y salidas más coherentes y racionales para resolver nuestros conflictos personales, en base a controlar nuestras emociones.

El odio y la violencia sólo genera culpa y remordimiento, nuestra actitud ante tales circunstancias podemos asemejarla como una esponja, la cuál recibe pacientemente sin inmutarse, ni resistiéndose lo cuál sólo le generaría tensión, sólo absorbiendo inteligentemente en la prudencia y sabiduría del silencio, para posteriormente exprimir todo aquello que contamine, y quedarnos solamente con el autoconocimiento del nivel de tolerancia y paciencia desarrollado. Eso arroja mayor satisfacción y orgullo que desquitarse o desahogarse con quién menos lo merece y que puede dejar secuelas a nivel mental y emocional irreversibles, para la dignidad ajena y propia. No importa el grado de provocación o agresión, alguien debe dar el primer paso para romper los ciclos o círculos viciosos en que caemos con frecuencia, nada se gana con quejarnos de la adversidad ante los conflictos sociales, ante las injusticias de los gobiernos, ante la intolerancia hacia la libertad de expresión, ante la actual crisis económica, ante las constantes inducciones y manipulaciones de que somos objeto a través de los medios masivos de comunicación, ante la negatividad, pesimismo y caos que envuelve nuestro entorno, sólo seremos parte de la pobreza y miseria que aqueja al ser humano en su interior. La inteligencia se mide en nuestra capacidad de tolerancia, prudencia y respeto a nuestra dignidad, la cuál no debe ser pisoteada por ningún tipo de influencia destructiva. El ser humano con actitud positiva ante la vida es capaz de transformar hasta el ambiente más funesto y caótico, y generar un nuevo círculo pero no de odio, sino de esperanza y positividad.