Los Tres Sobres
Es la historia de un servidor público recién nombrado que estaba instalándose en su nueva oficina.
Al sentarse ante su escritorio por primera vez, descubrió que su predecesor le había dejado tres sobres con instrucciones que deberían abrirse únicamente en tiempos de angustia.
No habían pasado muchos días antes que el hombre entrara en conflicto con la prensa, así es que decidió abrir el primer sobre.
La nota decía: «Échele la culpa a su predecesor». Y eso fue lo que hizo.
Durante un tiempo todo anduvo bien. Pero unos pocos meses más tarde, de nuevo estaba en problemas, así es que procedió a abrir el segundo sobre.
La nota decía: «Reorganícese». Y eso fue lo que hizo.
Eso le permitió disponer de más tiempo. Pero debido a que en realidad nunca había resuelto ninguno de los asuntos que estaban complicándole la vida, volvió a tener problemas, y esta vez, peores que nunca. De modo que, desesperado, abrió el último sobre.
La nota adentro decía: «Vaya preparando tres sobres».
Reflexión:
Las situaciones cotidianas de la vida nos llevan a un grado de tensión emocional que invariablemente del problema o de circunstancias que se presenten, nos invaden sentimientos de angustia cuando no sabemos atacar adecuadamente el conflicto en el que estamos inmersos, y por tanto perdemos todo equilibrio emocional y mental, quedando sumergidos en un mar de desesperación al no hallar una salida rápida y eficaz que nos restaure el equilibrio y la paz interna.
Sin embargo, siempre estaremos expuestos a experimentar y sufrir toda clase de situaciones inestables en cualquier medio en que nos desenvolvamos; y esto es producto de la cotidianeidad que a diario experimentamos en un medio social que se desenvuelve a través de la lucha por el poder, ya sea a nivel de ego, cultural o económico, y esta tendencia nos lleva a competir para obtener el mejor reconocimiento, ser el número uno, el triunfador, el más poderoso, el más rico, el más por encima de todo y de todos. Esto se transforma de origen en un instinto primitivo que por impulso ya extraemos a fin de luchar por la supervivencia, en un medio competitivo por excelencia.
Esto nos lleva a día tras día satisfacer ese sentimiento de poder, sin detenernos a pensar en las posibles consecuencias que esto acarrearía a nuestra estabilidad emocional; y cuando más sumergidos estamos en este constante ir y venir, sin darnos cuenta, hemos ya caído en las redes del estrés, provocada por las innumerables disputas, envidias, conflictos de orden personal y laboral; pero sobre todo por nuestra falta de capacidad de controlar y gobernar nuestras emociones. Ya que cuando se origina un conflicto nuestra primera reacción casi por instinto es irracional e instintiva, nos domina la intolerancia, el egoísmo, el odio, el deseo de venganza, la irascibilidad; en suma, perdemos absolutamente el control emocional por esta sensación insana y destructiva de encarar nuestros conflictos cotidianos. Siendo el detonante nuestra inseguridad y desconocimiento del valor que como seres humanos poseemos y que ante esta ignorancia; lo único que acertamos a hacer, es el afán de demostrarnos a nosotros mismos, nuestro aparente poder ante otro ser humano, cuando en realidad lo que estamos demostrando es la carencia de nuestros reales valores humanos, donde predomina principalmente, la humildad, la ecuanimidad y la tolerancia, aún en situaciones de extrema presión.
La angustia por tanto, es producto de esta decadencia en que hemos caído no sólo como sociedad sino como seres individuales y únicos; como parte de una masa que se permite ser manipulada y guiada hacia la mecanicidad de los clichés ya establecidos, que actúan monótona y mecánicamente ante los diversos sistemas o modelos sociales y medios de esparcimiento ya establecidos, con el fin primordial de adaptarnos y encajarnos como pequeños engranes de una gran maquinaria que gobierna, domina y determina el destino de una gran mayoría bajo el poder de unos cuantos. E incluso cuando alguien no encaja en estos modelos sociales, experimenta de igual forma la angustia, al sentirse inadaptado y aislado de la masa que considera ajena a sus ideales personales. Siendo excluido, lo que aparenta libertad y desprendimiento de las multitudes; se experimenta aún más sólo que integrado a si mismo, porque a pesar de sus anhelos de independencia moral y libertad, al desconocer su ser íntimo; la angustia no cesa, por la falta de un objetivo claro con el cuál conducirse en la vida, cayendo en la depresión y el desequilibrio mental .
Al sentarse ante su escritorio por primera vez, descubrió que su predecesor le había dejado tres sobres con instrucciones que deberían abrirse únicamente en tiempos de angustia.
No habían pasado muchos días antes que el hombre entrara en conflicto con la prensa, así es que decidió abrir el primer sobre.
La nota decía: «Échele la culpa a su predecesor». Y eso fue lo que hizo.
Durante un tiempo todo anduvo bien. Pero unos pocos meses más tarde, de nuevo estaba en problemas, así es que procedió a abrir el segundo sobre.
La nota decía: «Reorganícese». Y eso fue lo que hizo.
Eso le permitió disponer de más tiempo. Pero debido a que en realidad nunca había resuelto ninguno de los asuntos que estaban complicándole la vida, volvió a tener problemas, y esta vez, peores que nunca. De modo que, desesperado, abrió el último sobre.
La nota adentro decía: «Vaya preparando tres sobres».
Reflexión:
Las situaciones cotidianas de la vida nos llevan a un grado de tensión emocional que invariablemente del problema o de circunstancias que se presenten, nos invaden sentimientos de angustia cuando no sabemos atacar adecuadamente el conflicto en el que estamos inmersos, y por tanto perdemos todo equilibrio emocional y mental, quedando sumergidos en un mar de desesperación al no hallar una salida rápida y eficaz que nos restaure el equilibrio y la paz interna.
Sin embargo, siempre estaremos expuestos a experimentar y sufrir toda clase de situaciones inestables en cualquier medio en que nos desenvolvamos; y esto es producto de la cotidianeidad que a diario experimentamos en un medio social que se desenvuelve a través de la lucha por el poder, ya sea a nivel de ego, cultural o económico, y esta tendencia nos lleva a competir para obtener el mejor reconocimiento, ser el número uno, el triunfador, el más poderoso, el más rico, el más por encima de todo y de todos. Esto se transforma de origen en un instinto primitivo que por impulso ya extraemos a fin de luchar por la supervivencia, en un medio competitivo por excelencia.
Esto nos lleva a día tras día satisfacer ese sentimiento de poder, sin detenernos a pensar en las posibles consecuencias que esto acarrearía a nuestra estabilidad emocional; y cuando más sumergidos estamos en este constante ir y venir, sin darnos cuenta, hemos ya caído en las redes del estrés, provocada por las innumerables disputas, envidias, conflictos de orden personal y laboral; pero sobre todo por nuestra falta de capacidad de controlar y gobernar nuestras emociones. Ya que cuando se origina un conflicto nuestra primera reacción casi por instinto es irracional e instintiva, nos domina la intolerancia, el egoísmo, el odio, el deseo de venganza, la irascibilidad; en suma, perdemos absolutamente el control emocional por esta sensación insana y destructiva de encarar nuestros conflictos cotidianos. Siendo el detonante nuestra inseguridad y desconocimiento del valor que como seres humanos poseemos y que ante esta ignorancia; lo único que acertamos a hacer, es el afán de demostrarnos a nosotros mismos, nuestro aparente poder ante otro ser humano, cuando en realidad lo que estamos demostrando es la carencia de nuestros reales valores humanos, donde predomina principalmente, la humildad, la ecuanimidad y la tolerancia, aún en situaciones de extrema presión.
La angustia por tanto, es producto de esta decadencia en que hemos caído no sólo como sociedad sino como seres individuales y únicos; como parte de una masa que se permite ser manipulada y guiada hacia la mecanicidad de los clichés ya establecidos, que actúan monótona y mecánicamente ante los diversos sistemas o modelos sociales y medios de esparcimiento ya establecidos, con el fin primordial de adaptarnos y encajarnos como pequeños engranes de una gran maquinaria que gobierna, domina y determina el destino de una gran mayoría bajo el poder de unos cuantos. E incluso cuando alguien no encaja en estos modelos sociales, experimenta de igual forma la angustia, al sentirse inadaptado y aislado de la masa que considera ajena a sus ideales personales. Siendo excluido, lo que aparenta libertad y desprendimiento de las multitudes; se experimenta aún más sólo que integrado a si mismo, porque a pesar de sus anhelos de independencia moral y libertad, al desconocer su ser íntimo; la angustia no cesa, por la falta de un objetivo claro con el cuál conducirse en la vida, cayendo en la depresión y el desequilibrio mental .
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