¿A Donde Iremos?
¿ A dónde iremos
donde la muerte no existe?
Mas, ¿por esto viviré llorando?
Que tu corazón se enderece:
Aquí nadie vivirá por siempre.
Aun los príncipes a morir vinieron,
Los bultos funerarios se queman.
Que tu corazón se enderece:
Aquí nadie vivirá para siempre.
Nezahualcoyotl
Reflexión:
Es indudable que más allá de lo que nuestros sentidos puedan percibir, es el fragmento misterioso de la vida, lo que aún no se ha experimentado y que no se tiene certeza en el instante posterior; con mayor razón la culminación de nuestro ciclo existencial. Quizás es por lo que constantemente experimentamos angustia, por el temor a lo desconocido, a experimentar alguna forma de dolor físico o emocional. Y es por esta razón principal que nos aferramos con todas nuestras fuerzas a alargar nuestra existencia e ignorar aparentemente que somos finitos y no eternos; y por esa razón evadimos el objetivo principal de la vida, vivir y no existir con la salvedad de que esta se puede extinguir en un suspiro. Y es que actuamos inconscientes del momento presente, pensando que el tiempo será permanente y obligando ello a relajarnos y dejar las cosas para acción posterior, dejando un pendiente tras otro, sin cerrar círculos, proyectos inconclusos, siempre actuamos con desdén sobre aquellos proyectos personales que en un inicio eran nuestra prioridad, y conforme se nos presentaba un obstáculo, comenzábamos a desalentarnos hasta truncarlo, por falta de interés, voluntad o recursos para su conclusión.
Si registráramos cada uno de nuestros pendientes, notaríamos que nuestra vida se abarrotaría de una enorme lista de acciones sin concretar, ya sea porque el dejar algún pendiente es alargar nuestro ciclo existencial, nos da la sensación de que siempre tendremos algo que hacer, el no concretar algo nos da control o poder sobre ese proyecto, e incluso temor de llegar a su conclusión final; porque tememos cerrar los ciclos, que es una forma de alargar esa sensación de ocupación sin acción; es tanto lo que posponemos, que al desear siquiera concluirlo, ha pasado ya tanto tiempo que no sabemos como concretarlo o simplemente no deseamos concluir. Y que es algo que sucede al igual con las relaciones; cuando se suscita una ruptura o discusión, no terminamos del todo con la persona, ya sea por revanchismo, venganza o porque aún conservamos algún sentimiento y dejamos que el tiempo pase, imaginando más de una vez, recuperar esa relación aunque sea disfrazada de amistad. Y eso porque nos aferramos a los imposibles, a lo que ya debe concluirse si ya no hay más nada que hacer o si carecemos de la voluntad para retomarlo y concluirlo para bien o para mal.
Es esa constante angustia el saber que a pesar de que lo evadamos, sabemos de antemano que nuestro tiempo corre sin detenerse un solo instante que nada tangible es eterno, tarde o temprano llegará su conclusión, y de igual forma debemos tener conciencia que debemos erradicar de nuestro pensamiento el vicio de dejar proyectos inconclusos, sino estamos seguros de emprender algo hasta su terminación es mejor no asumir el reto. Y aquello que no hemos querido enfrentar ya por algún tiempo, debemos analizar si vale la pena revivir lo que durante mucho tiempo se estanco para no destapar situaciones incontrolables. Y concluir aquellas que nos siguen haciendo daño y que ocupan un espacio innecesario en nuestros pensamientos y sentimientos. Dejar ir a los que en su momento fueron especiales o significativos en nuestra vida es refrescarnos y limpiarnos a fin de que lleguen a nuestra existencia nuevas vivencias. Entender que el fluir con la vida es renovarnos a cada paso y a cada experiencia para que los recuerdos, así como la angustia no ocupen el espacio de nuestro único control que poseemos en plenitud: el presente, ahí se encuentra la real vivencia, el real control y poder sobre nuestro destino, en que cada día es un constante vivir y morir para renovar al siguiente día a tal grado de aspirar a darle un toque especial a nuestra vida por la intensidad en que la experimentamos con un pensamiento libre de las ataduras del pasado y el futuro; de esa forma descubriremos gradualmente hacia donde encaminaremos nuestra existencia y no habrá temor de nuestra meta final, porque retomaremos el control de nuestras propias acciones hacia donde deseemos llevar nuestras aspiraciones.
donde la muerte no existe?
Mas, ¿por esto viviré llorando?
Que tu corazón se enderece:
Aquí nadie vivirá por siempre.
Aun los príncipes a morir vinieron,
Los bultos funerarios se queman.
Que tu corazón se enderece:
Aquí nadie vivirá para siempre.
Nezahualcoyotl
Reflexión:
Es indudable que más allá de lo que nuestros sentidos puedan percibir, es el fragmento misterioso de la vida, lo que aún no se ha experimentado y que no se tiene certeza en el instante posterior; con mayor razón la culminación de nuestro ciclo existencial. Quizás es por lo que constantemente experimentamos angustia, por el temor a lo desconocido, a experimentar alguna forma de dolor físico o emocional. Y es por esta razón principal que nos aferramos con todas nuestras fuerzas a alargar nuestra existencia e ignorar aparentemente que somos finitos y no eternos; y por esa razón evadimos el objetivo principal de la vida, vivir y no existir con la salvedad de que esta se puede extinguir en un suspiro. Y es que actuamos inconscientes del momento presente, pensando que el tiempo será permanente y obligando ello a relajarnos y dejar las cosas para acción posterior, dejando un pendiente tras otro, sin cerrar círculos, proyectos inconclusos, siempre actuamos con desdén sobre aquellos proyectos personales que en un inicio eran nuestra prioridad, y conforme se nos presentaba un obstáculo, comenzábamos a desalentarnos hasta truncarlo, por falta de interés, voluntad o recursos para su conclusión.
Si registráramos cada uno de nuestros pendientes, notaríamos que nuestra vida se abarrotaría de una enorme lista de acciones sin concretar, ya sea porque el dejar algún pendiente es alargar nuestro ciclo existencial, nos da la sensación de que siempre tendremos algo que hacer, el no concretar algo nos da control o poder sobre ese proyecto, e incluso temor de llegar a su conclusión final; porque tememos cerrar los ciclos, que es una forma de alargar esa sensación de ocupación sin acción; es tanto lo que posponemos, que al desear siquiera concluirlo, ha pasado ya tanto tiempo que no sabemos como concretarlo o simplemente no deseamos concluir. Y que es algo que sucede al igual con las relaciones; cuando se suscita una ruptura o discusión, no terminamos del todo con la persona, ya sea por revanchismo, venganza o porque aún conservamos algún sentimiento y dejamos que el tiempo pase, imaginando más de una vez, recuperar esa relación aunque sea disfrazada de amistad. Y eso porque nos aferramos a los imposibles, a lo que ya debe concluirse si ya no hay más nada que hacer o si carecemos de la voluntad para retomarlo y concluirlo para bien o para mal.
Es esa constante angustia el saber que a pesar de que lo evadamos, sabemos de antemano que nuestro tiempo corre sin detenerse un solo instante que nada tangible es eterno, tarde o temprano llegará su conclusión, y de igual forma debemos tener conciencia que debemos erradicar de nuestro pensamiento el vicio de dejar proyectos inconclusos, sino estamos seguros de emprender algo hasta su terminación es mejor no asumir el reto. Y aquello que no hemos querido enfrentar ya por algún tiempo, debemos analizar si vale la pena revivir lo que durante mucho tiempo se estanco para no destapar situaciones incontrolables. Y concluir aquellas que nos siguen haciendo daño y que ocupan un espacio innecesario en nuestros pensamientos y sentimientos. Dejar ir a los que en su momento fueron especiales o significativos en nuestra vida es refrescarnos y limpiarnos a fin de que lleguen a nuestra existencia nuevas vivencias. Entender que el fluir con la vida es renovarnos a cada paso y a cada experiencia para que los recuerdos, así como la angustia no ocupen el espacio de nuestro único control que poseemos en plenitud: el presente, ahí se encuentra la real vivencia, el real control y poder sobre nuestro destino, en que cada día es un constante vivir y morir para renovar al siguiente día a tal grado de aspirar a darle un toque especial a nuestra vida por la intensidad en que la experimentamos con un pensamiento libre de las ataduras del pasado y el futuro; de esa forma descubriremos gradualmente hacia donde encaminaremos nuestra existencia y no habrá temor de nuestra meta final, porque retomaremos el control de nuestras propias acciones hacia donde deseemos llevar nuestras aspiraciones.
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