martes, abril 19, 2011

El Arbol de los Frutos

(Mateo VI, 16:20)

16. Por sus frutos los conoceréis. ¿ Cógense uvas de los espinos, o higos de los abrojos?.

17. Así, todo buen árbol lleva buenos frutos; más el árbol maleado lleva malos frutos.

18. No puede el buen árbol llevar malos frutos, ni el árbol maleado llevar frutos buenos.

19. Todo árbol que no lleva buen fruto, córtase y échase en el fuego.

20. Así que, por sus frutos los conoceréis.

Reflexión:

Las acciones trasformadas en obras es lo que caracteriza la calidad de vida en cada persona, pero la calidad de las acciones, quién se encarga de juzgarlas como positivas o negativas?, o quién se jacta de poseer la vasta calidad moral para calificarlas?, o cuál es el punto de partida para tener la certeza de clasificarlas en uno u otro aspecto?. Porque si bien es cierto, lo que para uno pueda aparentar una buena obra para otro la perspectiva es opuesta, y si está sujeta a un nivel material o inmaterial, cuál de los dos es más reconocida?, y reconocida por quién o por quienes? Y porque debe ser a través de una persona ajena a nosotros quién deba reconocer la calidad de nuestras acciones o de los frutos que ésta genere?, que acaso no es suficiente que dependa única y exclusivamente de nosotros?, y si así fuere, entonces donde obtenemos el conocimiento para calificar nuestras acciones a lo largo de nuestra vida, para saber si estamos o no trascendiendo?, y que significa trascender?, y hacia adonde?, en que momento podemos percibir cuando estamos actuando para bien o para mal?. Si actuamos para lo material la cosecha es materialista y si es para crecimiento humano es inmaterial o espiritual?. Y cuál es más importante de los dos?. Es importante para nosotros o para los demás?.

Es cierto que la percepción general es que una buena acción es aquella que genera resultados óptimos cuya recompensa es el crecimiento en algún aspecto dominante de nuestra vida, sea éste material, profesional, humano, intelectual, social, etc. Pero nos hemos adaptado a la necesidad de ser calificados por alguien externo a nosotros, para sentirnos reconocidos, realizados y orgullosos de nuestros logros. Y por lo general esto es más valorado que aquello que percibamos de nosotros mismos sin la intervención de nadie. Es como si dependiéramos de un testigo que presenciara cada una de las acciones que llevamos a cabo para dejar una huella permanente en su memoria y que ésta acción se diseminará como un acto asentado y reconocido para ser considerado una obra trascendental y ejemplo a seguir. Si no deseáramos ser dependientes y emanciparnos del exterior, significaría comenzar a analizar en nuestro fuero interno, y estar convencidos que el único juez que dicte nuestras acciones radica en nuestra conciencia, y esas acciones deben estar respaldadas de conocimiento, buen juicio y deseo de progresar, no sólo para un bien personal sino comunitario. Cuando obramos una acción egoísta en que sólo deseemos nuestro beneficio propio a costa de lo que sea y sobre quién sea en perjuicio de alguien, y aún así pretendamos ser reconocidos, estaremos conscientes si esta clase de logros son realmente satisfactorios y trascendentales?, y que nuestra conciencia esta tranquila ante tal acción?.

No podremos por supuesto, evitar que cada acción o conjunto de acciones que emprendamos en nuestra existencia, serán tarde o temprano juzgadas para bien o para mal, sea ésta una crítica constructiva o destructiva, o producto de la envidia y el prejuicio por ignorancia de quién se valga juzgarnos o justificarnos. Si logramos desprendernos de la dependencia de los calificativos ajenos para ser reconocidos o juzgados, debe bastar solamente nuestra propia satisfacción para convencernos que la conducción en nuestra vida, se base en la honestidad, la humildad, el deseo de progreso, el aportar incondicionalmente para un beneficio ajeno, el ser ejemplo constante de superación y determinación para vencer todo tipo de dificultades, con la certeza muy clara de lo que deseamos obtener de la vida, de aspirar a evolucionar, potencializando nuestras capacidades humanas, sin importar las presiones exteriores que amenacen con cohibir, reprimir e inducir nuestra libertad de ser y actuar conforme a nuestro derecho a la existencia; porque si bien sólo tenemos la certeza de ésta vida, pues bien vale la pena arriesgarnos a descubrir y reinventar cada día, experimentando la exquisitez de ser nosotros mismos, cuyos frutos hablarán por si solos, sin la necesidad de ser reconocidos por alguien más, que sólo nuestra conciencia y la entera convicción de haber vivido plena y satisfactoriamente.